En 1989, un 13 de julio, los militares cubanos, Arnaldo Ochoa y Tony la Guardia, fueron fusilados, muchos dicen que también fueron forzados a confesar, por tráfico de drogas desde Cuba a Estados Unidos. Aunque Fidel Castro usó ambas muertes como marketing para lavar el honor de la Revolución cubana, la verdad era otra, el propio comandante en jefe era un pez gordo, algo, totalmente, confirmado por su guardaespaldas, Reynaldo Sánchez, y uno de sus socios, el boliviano Roberto Suarez.
Un par de años después, principios de los 90, y casi de manera paralela al nacimiento del Foro de Sao Paulo, los gobiernos de Perú, Bolivia y Colombia, junto con Estados Unidos, empezaron un programa frontal de lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. Muchos narcotraficantes terminaron en las cárceles y tuvieron como compañeros a varios guerrilleros de las FARC, ELN, Sendero Luminoso y del EGTK de Bolivia. De hecho, el narco peruano, Luis García, compartía celda con Osman Morote, ideólogo de Sendero Luminoso. En Bolivia, los hermanos García Linera eran mantenidos económicamente por Hugo Rivero Villavicencio, un pez gordo de los 80.

Si bien, la izquierda tenía como estrategia la alianza con el crimen desde los años 60, todo parece indicar que fue en esa época que el romance criminal se concretó.
¿Consecuencias?
En su momento, las FARC llegaron a tener una ganancia mínima de US$50 millones al año, sólo del comercio de base de coca en sus áreas de influencia, y hasta US$90 millones producto del movimiento de cocaína. Se lo pongo en contexto, eso es equivalente a todo el comercio exterior de un departamento pequeño de Bolivia, por ejemplo, Chuquisaca. Con ese dinero, hicieron lo que Fidel Castro y la izquierda siempre quisieron, desestabilizar el continente. Al respecto, Eneas Biglione, experto en seguridad, en su ensayo del año 2007: Sendero Luminoso, fragilidad institucional y Socialismo del siglo XXI en el Perú, relata que:
Fidel Castro, Hugo Chávez y los líderes de las FARC, cuyos siniestros planes para el continente fueron recientemente revelados en los medios internacionales de comunicación, están facilitando el rebrote de la violencia en el Perú e impulsando un efecto contagio hacia los países limítrofes y en general a la región toda.

Por su parte, Emilio Martínez, en su libro: Cinco mitos de octubre, muestra que las FARC tuvieron una activa participación en el derrocamiento del presidente Sánchez de Lozada en octubre del 2003. Además, la computadora de Raúl Reyes, fallecido comandante de las FARC, reveló un elevado nivel de coordinación entre el guerrillero y altos mandos del Movimiento Al Socialismo en Bolivia.
Por si no fuera suficiente, Felipe Quispe, mejor conocido como El Mallku, reconoció abiertamente que había enviado, al menos, cinco grupos de jóvenes aimaras a hacer entrenados por las FARC. El finado dirigente y guerrillero también acusó a Evo y su gobierno de negar sus alianzas, sus palabras fueron:
No podemos ser como el actual Gobierno que desconoce y tiene vergüenza de sus orígenes y de sus amigos, declarando públicamente no conocer a quienes fueron sus aliados y soportes políticos. Nosotros no negamos nada. Nosotros enviamos jóvenes a ser entrenados por las FARC, no es delito capacitarse.
Para Quispe aprender a degollar personas y trepanar cráneos era el equivalente a un diplomado o un curso de especialización.

La estrategia de las FARC en Bolivia, que luego se intentó replicar en, al menos, Chile, Ecuador y Argentina, consistió en: 1) generar conflictos para derrocar a gobiernos democráticos; 2) montar gobiernos de transición serviles a sus causas, Carlos Mesa jugó ese papel, y 3) forzar el cambio de las constituciones para poner todas las instituciones del Estado al servicio de su proyecto. Penosamente, las FARC, en directa coordinación con los altos mandos del Foro de Sao Paulo, tuvieron éxito, pues mataron la Republica de Bolivia; establecieron un narcoestado, e instalaron una dictadura narcosocialista.