Tremendo despelote se armó esta semana por una chicana futbolística a un jugador brasilero. Sí, no es más que una chicana y es mucho menos “grave” que las cosas que pasan cada vez que hinchas de otras nacionalidades visitan Brasil para ver a sus equipos, pero, no me quiero detener en ese detalle y si en el lamento infundado que esto provocó.
La palabra discriminar proviene del latín discriminare, que significa «separar, distinguir» y a su vez deriva de discriminis, que significa «diferencia, distinción». Discriminar simplemente significa hacer una distinción entre dos o más cosas. Se trata de diferenciar o separar en función de ciertos criterios.
Pero, en tiempos donde cada acción humana se analiza bajo la lupa de lo «políticamente correcto», la palabra discriminación fue tergiversada y se convirtió en un arma para censurar, más que un concepto real para señalar una injusticia.
Día tras día intentan convencernos de que cualquier diferenciación que uno pueda hacer entre personas o grupos es automáticamente negativa, cuando en realidad discriminar no es más que ejercer un juicio para distinguir entre opciones. Y en ese ejercicio (que todos hacemos aunque la mayoría lo niegue), la libertad individual juega un papel fundamental.
Si elijo no transitar por una zona peligrosa en horario nocturno, no estoy «discriminando» de manera injusta a quienes viven allí señalándolos como delincuentes; simplemente estoy protegiendo mi propia seguridad. Si decido no relacionarme con ciertos individuos porque no comparto sus valores, no estoy privándolos de ningún derecho, sino ejerciendo el mío de elegir con qué clase de personas me rodeo. Nadie puede obligarme a aceptar todo ni a tratar a todos de la misma manera si eso va en contra de mis principios o de mi propio bienestar.
El problema real de esta discusión no está en quien hace o dice algo en función de sus necesidades, está en que hoy, la discriminación, se define más por cómo el receptor percibe un mensaje que por la intención del emisor. Si alguien le dice negro a un negro o blanco a un blanco, como señalara Felipe Goroso en sus redes sociales, no es más que una simple descripción objetiva, ¿dónde está la ofensa? Si el interlocutor elige sentirse discriminado, ¿de quién es la responsabilidad? Personalmente, no estoy dispuesto a medir mis palabras o a anticipar y tratar de controlar las emociones ajenas, es absurdo.
La discriminación en sí no es intrínsecamente negativa; elegir con quién me relaciono o qué entorno voy a evitar es una forma de discriminación legítima, mientras que excluir a alguien injustamente de derechos fundamentales como lo es la autodeterminación sí sería una discriminación negativa.