El suicidio de Sebastián Decaillet, un policía de la provincia de Santa Fé (Argentina), es una muestra dolorosa de los estragos que puede causar un sistema judicial sesgado y una sociedad que permite la impunidad de las denuncias falsas. Decaillet, luego de una incansable lucha en los tribunales para demostrar su inocencia y poder ver a sus hijos, decidió quitarse la vida, dejando dos notas estremecedoras.
En una de ellas, declaró con claridad: «Estoy cansado de luchar ante un sistema de justicia. Soy inocente. Amo y extraño a mis dos hijos. Solicito que me cremen y que no hagan velatorio, ni causen daño a mis dos hijos. Todo es falso y el sistema lo sabe». La segunda, más breve pero igualmente desgarradora, rezaba:
«Al final, no soy tan fuerte como creí…».
Su muerte no es un caso aislado. Es la consecuencia de una estructura judicial que ha abolido el principio de inocencia y que, en nombre de la «perspectiva de género», ha convertido en verdad absoluta cualquier denuncia presentada por una mujer, sin la más mínima exigencia de pruebas o garantías procesales. La falta de consecuencias para aquellas que presentan denuncias falsas ha generado un sistema en el que el simple testimonio es suficiente para destruir la vida de un hombre, separarlo de sus hijos y arrastrarlo a una batalla judicial interminable.
La alienación parental es otra forma de violencia silenciada, disfrazada de protección cuando en realidad se trata de un castigo arbitrario contra los padres que simplemente desean mantener el vínculo con sus hijos. Cada vez son más los casos de hombres que, desesperados por no poder ejercer su paternidad, se ven empujados a la desesperanza, mientras que el Estado mira hacia otro lado.
El suicidio de Sebastián Decaillet debe ser un llamado de atención urgente. La justicia no puede seguir funcionando como una maquinaria de destrucción basada en acusaciones sin fundamento. Las denuncias falsas deben ser castigadas con la misma severidad que cualquier otro delito, y la alienación parental debe ser reconocida y combatida como la forma de abuso que realmente es.
Si no se toman medidas inmediatas, seguirán sumándose nombres a la lista de quienes no encontraron justicia ni esperanza en un sistema que, lejos de proteger, condena sin pruebas y sin piedad.