Si algo tenemos que criticarle al sistema educativo boliviano es haberles enseñado a varias generaciones a creer que el Estado es el ente más indicado para manejar los asuntos económicos. Esa actitud está tan compenetrada en el vox populi boliviano que, incluso con la evidencia empírica de dos décadas de Socialismo del Siglo XXI en el país, muchos consideran que el siguiente gobierno, explotando el litio, si podrá convertir a Bolivia en la Suiza de Sudamérica.
Los bolivianos están hechizados con la idea de una repartición «eficiente» de las utilidades que generará el oro blanco, pero ponen como única condición que el Movimiento Al Socialismo abandone el poder. Sin embargo, esa misma esperanza se vivió a principios del Siglo XXI con el gas y antes, años 50, con el estaño, penosamente, nada cambió. Sucede que los recursos naturales tienen una muy pequeña importancia en la prosperidad de los países. De hecho, la evidencia empírica, por lo menos desde 1776, nos enseña que las naciones más ricas deben su condición a marcos institucionales que garantizan la competitividad y la propiedad privada.
La propiedad privada es necesaria porque es la mejor manera de asignar recursos y optimizar la producción. Un valor económico real, la diferencia entre costo de producción y precio, corresponde al legítimo titular de esta, pues nadie invertiría recursos en aquello que no es suyo. Tener aspiraciones personales y preocuparse por el crecimiento del patrimonio es, totalmente, válido y honesto.
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Trasladar la propiedad privada a un abstracto llamado propiedad pública es, meramente, una acrobacia semántica, ya que en la práctica se trata de un robo por parte del Estado a los ciudadanos de a pie. Además, nada genera más corrupción que la propiedad pública, puesto que lo que es de todos, en el fondo, es de nadie. Los funcionarios y burócratas pueden eludir fácilmente la responsabilidad. Y si son descubiertos, a menudo pueden utilizar sus poderes y recursos oficiales para defenderse de las denuncias o incluso del enjuiciamiento. En materia de propiedad, el estatismo equivale al despilfarro y al fraude.
Empero, la importancia de la propiedad privada trasciende lo material y crematístico, llegando a lo moral. La propiedad privada es la única garantía real para el ejercicio de la libertad. En la Cuba actual, el sistema dictatorial castrista es el dueño de las conexiones de internet. Es decir, que para el cubano promedio aspirar a leer noticias digitales o revisar un mail son asuntos que tiene que ver con la seguridad del Estado. Lo mismo pasa en China, ya que páginas como Miami Gerald están completamente bloqueadas en el inmenso Dragón Rojo. En Bolivia, durante la presidencia de Evo, varios funcionarios manifestaron su intención de regular las Redes Sociales, una clara muestra de su pertenencia a la franquicia dictatorial del Socialismo del Siglo XXI.
Son esas características que, en los primeros años del Siglo XXI, llevaron al Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA a advertir que América Latina estaba rezagada, pues sus gobiernos populistas estaban destrozando la competitividad, por ende, impidiendo que se aprovechen las ventajas de la globalización y la revolución tecnológica.
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Si bien, es muy cierto que presidentes como Rafael Correa y Evo Morales prometieron aportes en tecnología y competitividad, no pasaron de ser meras ilusiones verbales y grandes huecos de corrupción, por ejemplo, la Feria Yachay de Ecuador y el satélite Tupac Katari de Bolivia. En palabras del periodista, Andrés Oppenheimer: «Esos son proyectos de auto agrandamiento presidencial que tienen mucho que ver con propaganda política y muy poco con innovación».
En conclusión, no son ni el gas ni el litio que nos darán riqueza. Eso se logra con marcos favorables que respeten los emprendimientos privados, pues la propiedad privada, la competitividad y la riqueza son una triada inseparable.