Ayer, alguien me preguntaba por qué tantos apoyan a Javier Milei a pesar de algunos errores claros y de la dureza de sus acciones de gobierno, mientras que Santiago Peña es cada vez más cuestionado a pesar de que Paraguay está en una situación mucho más favorable. La respuesta parece sencilla: El presidente argentino está gobernando para quienes lo pusieron en el «Sillón de Rivadavia».
Un ejemplo similar al de Santiago Peña puede ser, también en Argentina, Mauricio Macri, quien a pesar de sus buenas intenciones, le faltó la dureza necesaria para reencauzar el rumbo de un país ecléctico. Y ese mismo error es el que hoy está cometiendo nuestro presidente.
Santiago Peña alcanzó la primera magistratura con un discurso conservador, despertando esperanzas en un electorado que confió en que él sería un defensor firme de los valores tradicionales. Sin embargo, desde su asunción, de forma solapada, se han sucedido acciones de gobierno y leyes que parecen favorecer a minorías ruidosas y que los distancian de “su” gente.
Si uno se posiciona como conservador, implementa políticas que satisfagan los intereses y valores de ese electorado; pretender complacer a todos, incluidos los adversarios ideológicos, diluye la identidad política de Peña y genera una desconexión fatal con quienes le depositaron su confianza en las urnas.
El caso de Milei es muy ilustrativo: Decisiones duras, controversiales, pero coherentes con su discurso de campaña y con las expectativas de quienes lo eligieron. Milei entendió que su responsabilidad es con ese electorado y no con sus detractores. En contraste, Peña parece estar cayendo en la trampa de buscar consensos imposibles.
Gobernar sin una dirección clara es un error que le puede costar caro. La ambigüedad alimenta la crítica de los opositores y desilusiona a quienes confiaron en un liderazgo fuerte. Si Santiago Peña no rectifica el rumbo y vuelve a alinearse con las expectativas de su electorado base, corre el riesgo de perder el apoyo popular que lo llevó al poder.
Liderar no es intentar caer bien a todos, sino cumplir con la visión que se prometió y defender los intereses de quienes dieron su voto. Santiago Peña aún está a tiempo de corregir, pero ese tiempo no es ilimitado.