Por Carlos Duarte
En esta sociedad actual de cambios constantes y efímeras formas de pensamiento, creo que de vez en cuando deberíamos ponernos a pensar en las cosas que amamos. Cosas como nuestra familia, nuestra cultura, nuestras costumbres, nuestro modus vivendi, sintetizando la idea.
A menudo se vende lo nuevo como algo positivo, algo que va a traer el cambio en los paradigmas existentes, que va a mover las estanterías. Lo que no se tiene en cuenta o se omite es que no todos los cambios implican mejoras ni todo lo nuevo es bueno.
Se quieren justificar estos cambios con la adecuación al «espíritu de los tiempos»; lo que no cambia y se adapta perece, se borra de la historia. Este es muchas veces el discurso predominante para vender sus ideas. Un punto importante: no siempre es así.
No somos simples organismos de vida luchando en una «Selección Natural», como diría Darwin en su teoría, somos seres mucho más complejos que lo meramente biológico. Estamos hechos de nuestra historia, de nuestras tradiciones, de nuestros sentimientos, de todas esas cosas intangibles que se nos transmiten generacionalmente y forman lo que somos como personas. Tenemos arraigo con nuestro pasado tribal pero también con nuestro presente civilizado. Y no hay ideología progresista que pueda borrar ni querer destruir eso, a pesar de que hay constantes embates para hacerlo.
De ahí mi idea de conservar lo que amamos, lo que tenemos en lo profundo de nuestros corazones y por lo que daríamos la vida si fuera necesario. Esas son las razones que nos mueven y nos inculcan a ser mejores padres, mejores ciudadanos y mejores hombres día tras día. Esa es la razón del valor de lo que yo llamo conservadurismo.