En los últimos días ciertos políticos y medios hegemónicos, plantearon la rendición de cuentas a las bases del Partido Colorado (ANR) realizada por el presidente de la República, Santiago Peña, como una demostración de vasallaje, o como si fuera una humillación, un signo de sujeción a la figura de Horacio Cartes, presidente del partido.
No voy a discutir los hechos: que los seres humanos tienen resortes propios, uno de ellos denominado “libertad”, y que, por lo tanto, no toda la realidad social, como algunos creen, se reduce a un juego macabro de fantoches y marioneteros; y me rehúso a discutir este hecho notorio porque, sea como sea, muchos políticos y periodistas sufren de escotoma: ven solo lo que quieren ver confundiendo sus deseos con los hechos.
Sin embargo, si quiero compartir con ustedes una genealogía de las ideas referente al principio de rendición de cuentas, el cual configura y articula la visión republicana de la vida política. Desde el momento en que se otorga a un administrador una res-pública, una cosa pública, en nombre de la sociedad por medio de las preferencias del método democrático, emerge el deber de la rendición de cuentas en este. Entonces, el derecho de administración de lo público es indivisible del deber de rendir cuentas (¿recuerdan que derecho y deber son dos caras de la misma moneda en el republicanismo?), por lo tanto, es extraño que muchos comunicadores y políticos de la oposición se hayan ofuscado debido a que el primer magistrado de la nación haya cumplido su deber doctrinario.
Dirán que rindió cuentas en la Asociación Nacional Republicana, pero ¿qué esperaban? No hay reconocimiento mayor del papel que juegan las bases coloradas en la estabilidad del gobierno actual que este acto simbólico de buen gobierno ¿Qué Peña realizó el informe frente a Horacio Cartes? Sí, pero ¿qué esperaban? Este último es presidente de la ANR. Pareciera como si la oposición mirase todos los hechos políticos con el prisma de la desintegración que le aqueja, pues no entiende que el Partido Colorado funciona institucionalmente y que la partidocracia es el sustento de los gobiernos republicanos occidentales desde hace 200 años. El diputado francés Alexis de Tocqueville ya lo había dicho: “los partidos son un mal inherente a los gobiernos libres”.
El pasado diciembre el recién electo presidente argentino Javier Milei realizó su primer discurso presidencial de espaldas al congreso y de frente al electorado que lo llevó al poder, en un acto simbólico que reflejaba su compromiso con las personas que confiaron en él ¿por qué no entender el informe de Santiago Peña a la ANR en esos mismos términos?
Por otra parte, en el siglo XIX, los antifederalistas en Estados Unidos escribieron unos panfletos donde explicaban, como lo hizo Alexis de Tocqueville en la «Democracia en América», que “la responsabilidad de los agentes del poder” es el corazón del republicanismo como sistema de gobierno. En ese sentido, con el alias de Centinel, el patriota Samuel Bryan decía:
“La forma de Gobierno más adecuada para los hombres libres es aquella que garantiza una mayor responsabilidad de quienes son depositarios del poder frente a sus electores”.
Antifederalistas: el proceso de ratificación, Alberto Benegas Lynch, p. 167.
Téngase presente que la responsabilidad última por la administración de la res-pública, de la cosa pública, de parte de los “depositarios del poder” es “frente a sus electores”, no frente al Congreso. Esto es así, porque a entender de estos autores republicanos, el pueblo, el mandante, no está debajo de sus mandatarios, sino arriba; al menos así lo explica Brutus:
“Tal vez no haya limitaciones más contundentes que las que se derivan de la responsabilidad hacia un poder superior. Por ello, la verdadera política de un Gobierno republicano consiste en configurarse de tal manera que todas las personas implicadas en el Gobierno sean responsables ante alguna instancia superior de su conducta en el cargo. Esta responsabilidad debería tener como último referente al pueblo”.
Antifederalistas: el proceso de ratificación, Alberto Benegas Lynch, p. 167.
Centinel se lamenta de que existan agentes del poder, formando parte de una república que, siendo depositarios de derechos administrativos en la república, no cumplan con sus correlativos deberes de rendición de cuentas:
“Del examen de la organización de este gobierno se deduce que ni es responsable ni rinde cuentas a la gran masa del pueblo…”
Antifederalistas: el proceso de ratificación, Alberto Benegas Lynch, p. 177.
Por lo tanto, el principio republicano es que la brecha entre representante y representados sea la mínima posible, de tal manera a poder exigirle cuentas de los usos de lo público. Así lo explica el ideólogo liberal clásico Alberto Benegas Lynch hijo:
“En tanto la distancia entre representantes y representados se hace cada vez mayor, solo es dable esperar la acentuación de los rasgos despóticos en la estructura de Gobierno imperante para que la misma resulte sostenible en el tiempo”
Antifederalistas: el proceso de ratificación, p.142
¿Cuándo se puede controlar mejor al presidente Santiago Peña como presidente, con su electorado cerca o con su electorado lejos? Cualquier republicano entendería que la rendición de cuentas del presidente colorado a su electorado colorado es una forma en que la sociedad civil divide el poder del mandatario, pues, como nos recuerda Benegas Lynch en «Los papeles antifederaistas», “desvincular al representado del representante, facilita la sobre-expansión del poder”. ¿Quién se podría oponer a tal forma de control?
Por último, quizás un rasgo de mayor importancia y profundidad es entender que el coloradismo doctrinario está profundamente implicado con sentir religioso católico. Existe una especie de sincretismo entre aspectos del catolicismo y el coloradismo que vale la pena estudiar, y en ese sentido, creo ver un hilo conductor entre el republicanismo colorado, la cultura de la confesión católica y la rendición de cuentas política. Utilizaré al filósofo conservador Roger Scruton para explicar este punto:
“La experiencia nos demuestra una importante verdad: que un gobierno responsable no sale de unas elecciones. Surge del respeto a la ley, del espíritu público y de una cultura de la confesión”.
“La obligación de los cargos públicos de rendir cuentas no es sino manifestación de esta herencia cultural, y no debería sorprendernos que sea lo primero que desaparezca cuando los utópicos y planificadores se hacen con el poder”.
Roger Scruton – Cómo ser conservador, p. 53.
Por todo lo antedicho, es de extrañar que políticos y comunicadores se quejen de que el presidente de la república rinda cuentas, pues esta práctica es parte fundamental del republicanismo clásico, y nadie podría decir, dada la importancia de la administración de la cosa pública, que podemos estar peor con dos rendiciones de cuentas anuales en vez de una.