Han pasado muchos años desde que el liberal Mario Vargas Llosa anunciase la indeclinable tendencia en todo Occidente a la banalización de las formas del poder, bajo la omnipresente civilización del espectáculo; y que en su libro Homo Videns, el politólogo socialdemócrata Giovanni Sartori, alertase sobre los peligros de la una sociedad teledirigida a través de pantallas que magnifiquen, de forma irreflexiva, la influencia de contorsionistas políticos.
Las tendencias señaladas se han consolidado y la política hoy tele-dirige las sociedades desde personalísimas pantallas de smartphones, que cargamos 24 horas con nosotros, bajo el insufrible lema: tenemos que estar informados. Efectivamente, la política espectáculo predomina y las pantallas de dispositivos móviles juegan un papel preponderante, rol que otrora tuvieran la televisión y la radio, y en otro tiempo, la prensa escrita.
Décadas atrás, confinada a determinados horarios en los televisores, la política daba tregua intelectual a las mentes. El circo político reducía su imperio a meses electorales. Sin embargo, hace apenas un lustro, el frenesí de “las noticias en desarrollo” y la comezón por la primicia llenan de detestable política de baja estofa las redes sociales, envenenando cualquier proceso racional de discusión pública. Es un fenómeno de entrampamiento social, donde se abraza un febril imperativo irracional: opinar, sobre todo, sin haber reflexionado sobre nada ¿Por qué? “porque la prensa lo dijo”. Actualmente, a la referida tendencia se agrega un componente adicional: la vedettización total de la política, proceso donde 24 horas, un periodismo degradado a vulgar paparazzismo filma, graba, postea, cita, refiere, venera y persigue a politicastros circenses que realizan actos de malabarismo bajo la inercia de los principios de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda nazi:
- Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras.
- Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos: tu adversario nunca podrá contrarrestar el aluvión de acusaciones.
- Miente, miente que algo quedará.
El sábado 10 de febrero pasado, la histriónica senadora Kattya González anunció que iniciaría una medida de fuerza, una huelga de hambre, la cual discontinuaría solamente si sus adversarios políticos se pliegan a sus pretendidas demandas. Eligió el recinto parlamentario para pernoctar y anunció que diariamente proporcionarán noticias desde su despacho: sobre su estado de salud y las “negociaciones”. Ahora su colchón es noticia política. Saber si se baña es noticia política. Saber si se desmaya es acción política. Conocer su presión arterial es político. Todo el amarillismo mencionado, bajo la omnipresente e interesada mirada de etéreas lentes digitales, prestas a convertir por sublimación (del plomo al oro) el más trivial detalle íntimo y particular de la senadora, en política degradada a reality show, donde solamente ganan quienes se desmayan, convulsionan y lloran.
Sin embargo, es correcto decir que el plomo seguirá siendo plomo y la vulgaridad, el amarillismo y el cotilleo seguirán siendo muestras de bajeza política, sin importar que tanta prensa las apañe, consienta y promueva. No existe alquimia que pueda convertir nuestras bajas pasiones en acción política productiva si como sociedad no estamos dispuestos a deplorar la degradación política que significa la reducción de esta a un esperpéntico juego de sombras chinescas.