Mentira piadosa: no pretendo convencer a nadie (pero esbozo un argumento) de mi punto de vista. Me conforta comprender el parentesco fuerte entre el fútbol y la vida, justo en aquello de la dinámica caótica que se asemeja tanto a la libertad. Dicho todo esto a propósito de que Lionel Messi acaba de ganar su octavo Ballon d´or; este hecho desató las más fervorosas disputas en redes sociales y comentarios informales, a favor y en contra. Ninguno de los bandos se ha referido a lo que, a mi entender, es la razón real: Messi es el mejor jugador de este juego.
El caos inicial: el Big Bang, y nace un maravilloso universo
En los inicios, Messi era un Big Bang; tenía esa fuerza atómica calórica de avasallar a todo rival que se le opusiera. Gambetas, driblings, frenos, slaloms interminables con la pelota atada a ese empeine izquierdo, dejando rivales como quien deja atrás columnas del alumbrado público.
Los inicios fueron de una salvajada pura: como el objeto más pesado del universo, empezaba a curvar el espacio y el tiempo para ejercer su influencia gravitatoria. Primero parecía un dragón oriental cursando los cielos y dejando tendal de víctimas a fuerza de goles y trofeos: jovencito, campeón mundial juvenil, campeón de La Liga, Copa del Rey, Champions, Mundial de clubes. Era muy temprano todo para alguien que tomaba la pelota, iniciaba el slalom e invariablemente terminaba con el rival moviendo desde el miedo, y el arquero mirando al cielo implorando que alguna vez no fuera tan letal.
Casciari dijo de él “es un perro” y se refería a esa obsesión, a esa fijación, a esa intensidad con la que Messi asía la pelota y la llevaba hasta el arco rival, una y otra vez, atravesando bosques, desiertos, océanos profundos de patadas salvajes, estirones, tacles. Messi era, en los inicios un perro salvaje o un dragón mítico oriental surcando el césped para sembrar las más asombrosas historias de récords y títulos.
El universo comienza a tomar forma racionalizada
La arrolladora fuerza expansiva estaba en la juventud de sus potencialidades y ya era campeón de casi todo. Su querida Argentina le era aún esquiva. Pero sí ya varias La Liga, varias Copa Del Rey, Roma y Wembley para la Champions e incontables récords como campeón de goleo en los diversos torneos.
Aquella fuerza empezaría a adquirir nuevas formas: la multicultural manera de vivir catalana y la filosofía de juego culé prohijada por el gran Johann Cruyff confluyeron en la cabeza del genio Guardiola e hicieron que Messi abandone la acera para constituirse en el director de tránsito y vialidad de la gran autopista universal del fútbol (la historia del “falso 9”).
Messi sumaba, no otro récord, mas sí una funcionalidad impensada para un gambeteador compulsivo, obsesivo, además: se convertía en piedra filosofal del juego, demiurgo terrenal del juego de uno de los mejores equipos de la historia. Todo empezó ya a girar en torno a él: Messi era el objeto más denso del universo.
Y desde esa nueva naturaleza que desde que se mostró al público fue tan natural, el genio mostró que no entendía el juego de manera racional y aprendida. No entendía a la manera aritmética; estaba por encima del bien y del mal diría el gran Nietzsche; Messi comprendía el juego no a nivel cognitivo. El fútbol no es algo incorporado a su ser. El juego es él mismo, está en él. Probablemente no pueda explicar muchas de sus decisiones y acciones, solo las hace y ya se dirige a festejar a una esquina.
Gokú evolucionaba a una fase magistral, de maestro.
La preminencia del frío
¿Alguna vez no le fue bien? ¡Claro! En algún momento la fuerza arrolladora del Big bang se detuvo para que se puedan consolidar las estructuras sólidas y las agrupaciones y organizaciones. El freno es tan importante en el fútbol y en la vida.
De igual manera, el anuncio “the Winter is coming” no duró mucho, y sus días fueron malos para la “escala Messi”, pero seguían siendo inalcanzables para el resto de los mortales. Mientras los anti se sobaban en la baba que les producía la mezcla de rabia e impotencia por ver al envidiado maestro tener unos días grises, ni siquiera pudieron entender que se producía una pausa, un freno necesario para que todo se acomode y venga la última versión mejorada que pondría todo acento en su lugar, por fin, y sellaría la historia por siempre jamás.
Ah, mientras transcurría el tiempo seguían sumando el reconocimiento como mejor jugador del mundo. Eran 3, 4, 5, 6… Algunas con Champions o Liga, algunas veces solo La Liga pero siempre, en 15 años de carrera, algún Ballon d´Or había por ahí…
Empezaban a preguntarse “¿por qué, si no ganó Champions?”. Todas las preguntas del por qué apuntaban equivocadamente a algún título o récord.
Asume el arquitecto universal
De las tinieblas parisinas emergió el arquitecto universal que supo guiar a toda una nueva generación de jugadores argentinos a lograr la gloria máxima en el Olimpo del fútbol. Sí, como una divinidad de la mitología griega, el Demiurgo Messi descendió a la tierra, se embarró primero los pies, sufrió el escarnio de los necios para luego emerger inmaculado, firmando una actuación descomunal para guiar a su nación a la conquista de la tercera Copa del Mundo.
Messi fue y sigue siendo para ese ya legendario equipo el gran maestro, el gran arquitecto. Toda Argentina juega, que no para él, y sí juega al fútbol Messi, al juego diseñado por su ser que a la vez mente, cuerpo y corazón.
La pregunta equivocada y la emergencia de la verdadera razón
No hay que preguntarse por qué ganó el octavo premio a mejor jugador del mundo. No hay que comparar su temporada con las de los otros. No hay que medir su cantidad de goles con las de los demás. No hay que decir que Copa del Mundo vale más o menos que Champions o que lo que sea…
Todas las preguntas sobre el por qué ganó son equivocadas.
Messi cuando se pone en modo regateador es el mejor de todos; Messi cuando se pone de ariete es implacable, letal; Messi cuando se pone como usina generadora de juego, es el mejor asistente; Messi cuando es colocado como líder de un grupo, desde la simpleza de un ser que no se sabe tan grande a pesar de que lo es, es el más querido y respetado por propios y extraños.
Como diría Pep “lo siento, amigos…”. Lo siento, pero medirlo por los goles o por alguna estadística denota no entender esto más allá de lo que los ojos ven: Lionel Andrés es el mejor jugador del juego, el más completo, el mejor registro por registro. No hoy, no ayer, no en esta temporada. Es el mejor. La excelencia no es un acto.
Bueno, por si no funcionan los argumentos, siempre tenemos a mano a don Diego Armando Maradona: “que la c…..”.