Una persona liberal es alguien que actitudinalmente respeta de manera irrestricta el proyecto de vida del prójimo, lo cual significa que abandona, deliberada y conscientemente, el uso de la fuerza para interferir en el plan vital ajeno. Esta persona entiende que, si las actuaciones de los individuos no lesionan derechos de terceros, no existe derecho de usar la fuerza para detenerlas. En otras palabras, defiende el principio in dubio pro libertate, es decir, ante la duda a favor de la libertad, con lo cual, se llega a la conclusión de que, al menos en principio, actuar es legítimo.
En términos morales un liberal abriga el sentimiento de que todo ser humano es sagrado, que su vecino es sagrado, portador de una dignidad intrínseca que le hace depositario de derechos inalienables. En ese sentido, y como cada individuo es sagrado, no se le debe agredir. Un liberal practica el principio de no agresión y renuncia a toda acción violenta de carácter ofensivo sobre otros. Se obliga a sí mismo a respetar y no destruir la vida, la libertad y la propiedad privada de los demás.
En lo económico, todo liberal cree en el principio “res nullius” y, por lo tanto, adhiere a que el respeto por la propiedad privada es el fundamento de la civilización. Considera que cada persona tiene el derecho a retener y disfrutar de los frutos de su propio trabajo y que nadie puede interferir en el goce de ese derecho, sin ocasionar un perjuicio al otro y conferirle así el derecho a la reparación. Creemos que es un deber moral no robar. En ese sentido, las cargas tributarias deben ser mínimas y las interferencias de un Estado central en la actividad laboral de los individuos deben ser pocas y focalizadas. Además, nos adherimos a la evidencia que señala que el sistema económico de libre empresa en régimen de competencia asegura el máximo beneficio para toda la sociedad, al bajar los precios y aumentar las cantidades de los bienes y servicios.
El individuo liberal promedio sostiene como regla de conducta el adagio latino Pacta sunt servanda, es decir, las promesas y contratos están para cumplirse, y sabe que por medio de este instrumento social las personas pueden transferirse derechos positivos entre ellas. Como decía Adam Smith, “la honestidad es la mejor política”, y es por ello que la palabra empeñada es sagrada para los liberales. El principio de libertad contractual se origina en el hecho de que las personas son agentes morales que pueden contraer, pacífica y voluntariamente, obligaciones con los demás y cumplirlas.
Para el liberal existe un fenómeno de la naturaleza humana que es un riesgo para la convivencia armónica: el potencial de violencia de cada individuo. Por ello, cree que cada individuo debe abandonar su potencial de agresión ofensiva (quedarse solamente con el potencial de agresión defensiva) y concentrar aquel en un aparato burocrático que sirva a modo de monopolio de la violencia física legítimo, el cual debe ser usado solamente de acuerdo a ciertas reglas generales y previas. Este es el origen del Estado de Derecho. El Estado así debe servir para resguardar la vida, la propiedad y la libertad de las personas, dedicándose a funciones mínimas, de seguridad física, seguridad jurídica y defensa.
Todo liberal considera que la libertad, la familia, la propiedad, el mercado, el lenguaje, el derecho o la moneda son instituciones sociales naturales, evolutivas y espontáneas que existen previamente al Estado, y que la función de este último es resguardarlas, otorgarles la certeza de la ley y la seguridad de la ley, pero no intervenirlas coactivamente y menos aún monopolizarlas con la idea errónea de que son creaciones estatales. Es así que un liberal reconoce que estas instituciones prosperan mejor y gozan de mejor salud con un Estado mínimo y un gobierno limitado.