En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados, como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice:
Lucas era un apóstol de la obra (no del Cordero), pero también era un médico, erudito, e historiador. El evangelio que escribió es rico en detalles, los cuales él investigó desde su origen, conforme lo expresa en Lucas 1:1-4.
Y Lucas relata sobre la llegada de Juan el Bautista a la región del Jordán dando testimonio de las autoridades que en ese momento estaban liderando toda la región de Israel. Dato de una relevancia histórica trascendental. Este Juan, hijo de Zacarías, fue el hombre cuyo ministerio fue profetizado por Isaías y por Malaquías.
Conforme lo expresado por el propio Señor Jesucristo al hablar de Juan, leemos: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él. (Mat. 11:11). O sea, a los ojos de Dios fue mayor que Abraham, Moisés, David, y cualquier otro ser humano nacido anteriormente.
Lo notable de esto es que Juan no realizó ningún milagro, no predicó ninguna doctrina, no hizo nada que pueda justificar ser “mayor” que los anteriores mencionados. Su única misión, para lo cual se preparó toda su vida y se apartó completamente para eso a lugares desiertos viviendo una vida completamente austera desde joven, fue la de “preparar el camino del Señor”, y así lo hizo. Mientras bautizaba en el Jordán, y multitudes acudían a él, incluyendo los fariseos y los saduceos, aparece repentinamente su primo, Jesús de Nazareth, hijo de José y María, quien se allegaba a Juan para ser bautizado.
Y aquí viene lo misterioso; y es que Juan no lo anuncia como el Salvador del Mundo, o el Mesías (el Cristo) de Dios para con Israel, ni nada por el estilo. Juan lo ve y dice: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (Juan 1:29). Sí, Juan lo ve como un Cordero y éste venido de Dios.
¿Qué significa esto? Para explicar eso debemos recordar dos eventos importantes en la historia de Israel, los cuales quedaron establecidos como Fiestas o Celebraciones de Israel. El primero, la Pascua llevada a cabo en Egipto, donde Dios dijo a Moisés que sacrifiquen un Cordero y su sangre pongan en las puertas para que el ángel de la muerte no entre en ella. Y segundo, cuando la celebración del Yon Kippur, en donde se elegían dos corderos, y un Cordero iba a ser sacrificado y su sangre puesta sobre el Arca del Pacto para que otro quedase libre.
El primero en dar testimonio de que Jesús era el elegido de Dios, es el mismo Juan cuando confiesa que Dios ya le había dicho que señalaría al Mesías y cómo lo haría:
También dio Juan testimonio, diciendo:
Y también Dios mismo da testimonio público sobre Su Hijo por medio de las Escrituras:
Entonces sí podemos decir que el que iba a hacer este sacrificio ahora, era Dios mismo, y el Cordero elegido para ser sacrificado iba a ser su propio Hijo. De esto se trata TODO en la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, pues la meta final de Dios para con el hombre es primeramente su salvación, la cual el hombre mismo no la pudo conseguir por sus propios medios ni tampoco cuando se le dio la Ley de Moisés, entonces Dios iba a efectuar lo que era imposible para el hombre, y para esto no había otra salida que sacrificar a su propio Hijo. Esto no fue una imposición, sino que fue el propio Señor Jesucristo quien se ofreció a ello.
Pero para eso, Jesús debía nacer y vivir como hombre, cumplir perfectamente la Ley de Moisés, y así demostrar dos cosas: 1) Que la Ley era realmente santa y que su perfecto cumplimiento era realmente la salvación del hombre, y, 2) Que con ese sacrificio Él iba a cargar sobre sí todos los pecados del mundo que, hasta el mismo día de su resurrección, habían quedado solo retenidos, pero no borrados.
Ahora bien, esto estaba condicionado a que el hombre acepte que el que tenía que ser castigado con la muerte por sus pecados, era cada uno en particular, pero que Jesucristo, habiendo tomado su lugar en la cruz, libró de esta muerte al pecador. Aceptar este sacrificio de parte del Señor Jesucristo, así como reconocerlo como nuestro Salvador, y que venció aún a la misma muerte resucitado de entre los muertos, es lo que produce en nosotros una nueva vida, un nuevo nacimiento, al reconocer gracias a Su sacrificio en la cruz, nuestros pecados fueron perdonados, y que la pena de condenación eterna ya no se aplica a los que aceptan este sacrificio, y lo confiesan. Es lo que la Palabra de Dios llama como Justificación.
Es esto lo que supo Juan el Bautista cuando ve a Jesús viniendo para ser bautizado a orillas del Jordán, y así lo proclama al decir: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Ningún profeta ni ser humano alguno en esta tierra tuvo ese privilegio ni esa revelación.
Hay un asunto que debemos explicar bien para poder entender mejor esto, y eso es analizar y aclarar si qué realmente pasó en la cruz y por qué la resurrección. Dios mediante, veremos eso en nuestra próxima nota.
Que Dios nos guarde y bendiga a todos.