Debo aclarar, antes de empezar, que no estoy negando el heroísmo del capitán José Bozzano (1895 – 1969). Como muchos seres humanos que nacieron en el Paraguay, tuvo sus grandes luces y sus sombrías penumbras. Sin embargo, nadie puede quitarle sus méritos como el jefe de la Flota Paraguaya durante la Guerra del Chaco contra Bolivia, de participación relativamente importante en los Arsenales donde se fabricaron municiones y otros enseres bélicos.
Pero alguien tiene que hacer el rol de «Abogado del Diablo» y como a mí me encanta ser así, hincha pelotas, lo voy a ejercer con muchísimo placer. A piacere.
Lo que me planteo es otra cuestión más profunda. ¿Cuál es el «mérito extraordinario» del capitán Bozzano para ingresar al Panteón Nacional de los Héroes y Oratorio de Nuestra Señora de la Asunción?
Que un soldado sirva a su Patria en tiempos de conflicto bélico internacional, digamos que no es precisamente un «acto extraordinario», sino precisamente, el deber al que están asignados para cumplir. Para eso eligieron la carrera militar.
Las cosas verdaderamente «extraordinarias» se llevan a cabo cuando alguien realiza algo que escapa a lo «ordinario», esto es una perogrullada seguramente, pero como vivimos en el Paraguay, país de los sinsentidos y las nimiedades, es necesario aclarar todo esto.
¿Es extraordinario que un soldado luche por su país durante una guerra? No. ¿Es extraordinario que un ingeniero militar fabrique armas durante una guerra? No. ¿Es extraordinario hacer el diseño de armamentos y equipamientos durante una guerra? No. Es más, ¿es extraordinario haber estudiado en universidades del extranjero? No. Perogrullo parece que no vive en el Paraguay, de allí que debamos resaltar todas estas preguntas retóricas.
El capitán Bozzano fue un héroe, sin dudas. Pero… ¿Cuál es su «mérito extraordinario» para entrar en el Panteón Nacional? Hemos leído por allí que dijeron algunos: «debería estar porque no tenemos ningún representante de la Marina Paraguaya en el Panteón». Quizás, pero entonces deberíamos buscar a algún oficial de esa arma que posea, verdaderamente, los «méritos extraordinarios» para ingresar en dicho histórico edificio, que originalmente y siempre fue el «Oratorio de la Virgen de la Asunción», construido por el Mariscal López en su antiguo terreno privado.
¿Tenemos oficiales de la marina paraguaya que pueden ejercer dicho rol? Por supuesto. Con méritos mucho más extraordinarios que el Capitán Bozzano, inclusive.
¿O acaso nos estamos olvidando del Teniente Don José María Fariña, a quién hasta hoy se lo ascendió de manera póstuma al rango de Capitán siquiera; pero Bozzano ostenta pomposamente el título postmórtem de Contralmirante? ¡Cuánta injusticia existe en este país del olvido!
José María Fariña fue un verdadero innovador del ámbito militar. No necesitó ir hasta el Instituto Tecnológico de Massachusetts (como sí lo hizo el Ingeniero José Bozzano) para diseñar un verdadero artilugio de la tecnología bélica (con ayuda del Ingeniero Desiderio Trujillo y el mismo Mariscal López): los famosos «lanchones» o «chatas» que causaron sensación a nivel mundial. En innumerables manuales militares de la época, franceses, ingleses, italianos, estadounidenses, se pueden ver los diseños de la «chata paraguaya» como una impactante novedad castrense. Fueron precursoras de las modernas «lanchas de guerra».
El «Héroe de los Lanchones», intrépido como él sólo, se subió a su propia creación. Tuvo la oportunidad de probarla en varios combates (Paraguay fabricó unas 10 chatas durante la Guerra de la Triple Alianza). Son bastante conocidos los episodios en los que las pequeñas «chatas paraguayas» causaron tremendo daño a la Flota Brasileña. En una ocasión, el Teniente Fariña metió un cañonazo directo por la tronera del Encorazado Tamandaré, dejándolo gravemente averiado y matando a varios de sus tripulantes, entre ellos a su capitán. En otra ocasión, aunque con menos éxito, repitió Fariña su proeza impactando varios tiros en el Cañonero Belmonte, causando ciertos daños. Lastimosamente, el principal defecto de los «Lanchones» estaba en su maniobrabilidad. Eran pesados, difíciles de mover y en ocasiones, debían ser «guiados» con cuerdas que iban atadas a las orillas del río. Por esa razón, cuando Fariña y sus compañeros vaciaban toda su munición (no podían tampoco cargar mucha y a veces esta se mojaba e inutilizaba) contra la flota encorazada de Brasil, ellos mismos se encargaban de «auto hundir» a las chatas para que no caigan en manos enemigas. Sin embargo, una o dos de ellas fueron capturadas por los Aliados y sirvieron de base para los manuales militares de varios países en el mundo.
Como es bien sabido, cuando ya no se fabricaron más las «chatas», el Teniente Fariña siguió combatiendo. Es sabido que fue uno de los oficiales que se opuso a la Rendición de Angostura el 30 de diciembre de 1868. Dicen que junto al Capitán Fleitas y su amigo, el Teniente Urdapilleta, intentaron una rebelión contra el Coronel George Thompson, inglés al servicio de la mencionada fortaleza que transó la capitulación con las fuerzas de la Triple Alianza. Fleitas organizó una pequeña tropa que rompió el cerco y escapó de la captura; Fariña, que lo acompañaba, cayó prisionero de los brasileños que le hirieron en una pierna; el Teniente Urdapilleta llevaba la bandera paraguaya del grupo que intentó escapar y al ser también herido, viendo que estaba a punto de caer capturado, tomó una bala del «Cañón Criollo» que estaba bajo su mando y haciendo un esfuerzo increíble, casi exánime por la sangre perdida, ató el Pabellón Patrio al proyectil y lo arrojó al río.
Tras la capitulación de Angostura, pasaron revista a los oficiales paraguayos. Se gritó el nombre «Teniente José María Fariña, herido en combate» y se puso de pie el legendario marino, con todo y pierna ensangrentada. Su gallarda presencia, como los antiguos aristócratas del Imperio Español con la tenaz sangre guaraní del mestizaje, impactó a los oficiales de la Alianza. Los marinos brasileños se quitaban el sombrero ante él, otros se acercaban a estrecharle la mano. Era un hombre legendario, nadie creía que este individuo pudiera existir en realidad. Sus hazañas trascendieron al espacio, al tiempo, a las mismas nacionalidades.
Se cuenta que el general Emilio Mitre, hermano del entonces expresidente Bartolomé Mitre, se acercó al Teniente Fariña y poniéndole una mano sobre uno de sus hombros, le propuso unirse al Ejército de la Triple Alianza. «Mi Patria es el Paraguay», fue la respuesta, altiva y sencilla, del «Héroe de los Lanchones». Ante ello, el General Emilio Mitre simplemente hizo una mueca de admiración, le presentó sus saludos militares y se retiró.
Fariña sobrevivió a la posguerra y vivió en el más absoluto olvido de sus antiguos camaradas de armas, todos ellos devenidos en politicastros de poca monta. Regresó a su natal Caacupé, de la que es hijo dilectísimo. Y se cuenta que, décadas después, tuvo un increíble encuentro con Don Juan E. O’Leary, quien lo rescató del olvido. Pero el Teniente Fariña, dignísimo hasta el último día de su vida, en todo momento se rehusó de recibir reconocimientos, pensiones, ayudas monetarias. Cuando O’Leary le insistía, él simplemente respondía «cumplí con mi deber con la Patria, eso es mi premio».
Y desde luego, cada vez que le preguntaban al Teniente Fariña sobre el Mariscal López, ya anciano el hombre, siempre respondía con lágrimas en los ojos, con la voz conmovida de los guerreros que son incapaces de mentir: «fue el más grande de los paraguayos, el mayor de todos». Austero, sencillo y con una nobleza de corazón incomparable, falleció el «Héroe de los Lanchones» en 1920.
No quiero hacer un paralelismo con la vida del Capitán Bozzano. Son hombres distintos.
Sólo quiero recordar que el Teniente Fariña fue un guerrero EXTRAORDINARIO, que realizó hazañas EXTRAORDINARIAS y que murió verdaderamente como un hombre EXTRAORDINARIO.
Pero, con el máximo respeto que me produce su figura, debo decir que por más que me esfuerce, no encuentro NADA EXTRAORDINARIO en el Capitán Bozzano.
En cambio, sí conozco algunos detalles sobre Don José Bozzano que me hacen pensar que realmente, fue un hombre bastante ORDINARIO en lo referente a los quehaceres políticos de nuestra República del Paraguay. Citaré tres de estos detalles.
1- En la tristemente célebre «Masacre del 23 de Octubre de 1931», tuvo un rol fundamental. De hecho, todo parece indicar que fue el Capitán José Bozzano el hombre que dejó la orden escrita de que se dispare contra los estudiantes del Colegio Nacional de la Capital, que fueron masacrados. No se enojen conmigo por recordarlo, más bien, lean al liberal Dr. Efraín Cardozo en su libro «23 de Octubre: Una Página de Historia Contemporánea del Paraguay», publicado en el año 1956, páginas 331 – 332. Para no mencionar a otros, a los que quizás acusen de «estronistas» para no admitir la realidad.
2- También habría sido el Capitán Bozzano quien convenció al General José Félix Estigarribia para que este firme el «Tratado de Paz y Límites» con Bolivia del año 1938. En dicho tratado se produjo la increíble paradoja, como explicó el mismo liberal Eusebio Ayala, de que Paraguay «ganaba una guerra por las armas, pero terminaba cediendo territorios». ¿Ganamos entonces, o quizás perdimos y no nos dimos cuenta? Recordemos que el «Tratado de Paz» se firmó «sin vencedores ni vencidos». No se enojen conmigo, lean «Patria y Libertad» de Eusebio Ayala, lean los trabajos del liberal Benjamín Vargas Peña y del liberal Carlos Zubizarreta y del liberal Víctor Ayala Queirolo; por no citar a otros para que no digan que «esos son colorados o febreristas resentidos».
3- Desde luego que las famosas «Cañoneras de Bozzano» tuvieron el conocido rol de transportar tropas al Chaco Boreal. Muchos militares como los Coroneles Arturo Bray, Luís Vittone y Antonio E. González, entre otros, ya cuestionaron severamente ese presunto «mérito» de las cañoneras. Pero más importante es recordar que la única vez en su histora que las «Cañoneras de Bozzano», Paraguay y Humaitá, entraron en un combate, fue para matar paraguayos. Así como lo leen. Las «Cañoneras de Bozzano» pueden ser también denominadas «Cañoneras Mataparaguayos», pues ellas no dieron muerte a ningún solo boliviano (últimamente andan inventando nuevos «mitos y leyendas» de que supuestamente ellas derribaron a aviones bolivianos). La única vez que las «Cañoneras» dispararon sus cañones fue durante la Revolución de 1947, en la zona de la confluencia del Paraná – Paraguay. El Capitán Bozzano las comandó (a la distancia) y al ver que le sería sumamente difícil cruzar por las defensas de la artillería legalista, dirigida entonces por el Teniente Coronel Alfredo Stroessner, decidió llevar a sus barquitos a reparaciones en el muelle de Corrientes.
Poniendo esos elementos sobre la mesa, debo preguntarme necesariamente, aunque a muchos no les agrade, lo siguiente. ¿Cuáles son los méritos EXTRAORDINARIOS del Capitán Bozzano para estar en el Panteón de los Héroes?
Porque, en mi rol de «Abogado del Diablo», si vamos a ser muy inquisitoriales con él, tenemos en su contra tres enormes elementos.
1- Participó directamente de la Masacre del 23 de octubre de 1931.
2- Participó, indirectamente, de la «Entrega del Chaco».
3- Sus cañoneras (bajo sus órdenes) participaron directamente, en la única vez en sus historias, en un combate fluvial, pero para matar paraguayos en la Revolución de 1947.
Vuelvo a repetir: no cuestiono el heroísmo del Capitán Bozzano, pero en el fondo, me parece que su trabajo es meramente ORDINARIO. Pienso que si la marina paraguaya necesita un representante en el Panteón de los Héroes y Oratorio de la Virgen de la Asunción, ese debería ser el «Héroe de los Lanchones» Don José María Fariña. Tiene los méritos EXTRAORDINARIOS que se requieren.
Además y como colofón, porque no sería un buen «Abogado del Diablo» sí no dijera esto: en el ORATORIO DE LA VIRGEN DE LA ASUNCIÓN (construido en un antiguo terreno del Mariscal López) no deberían reposar los restos, reales o simbólicos, de personajes que pertenecieron a sociedades… Incompatibles con la Iglesia Católica y archienemigas de ella. De hecho que hay varios que, por esa exclusiva razón, deberían rajar de allí.
Dixit.
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