El pasado 13 de agosto Argentina celebró las PASO. Innegablemente, el batacazo lo dio Javier Milei, pues el economista libertario consiguió el 31% de los votos. Sergio Massa, actual ministro de Economía, quedó en segundo lugar con un 20%. El tercer escaño fue para Patricia Bullrich con un 17%.
La reacción de la izquierda ante el triunfo de Milei fue la misma a nivel mundial: sorpresa, preocupación y descalificación no solo al economista, sino a sus siete millones de votantes, a quienes incluso adjetivaron de muchachitos educados por el tik tok.
Sin embargo, toda esta reacción de los medios de información progresistas muestra una cosa: Mucha gente entendió que El Socialismo del Siglo 21 nunca se trató de la defensa de los débiles, de los pobres, de los indígenas, de la madre tierra y de las mujeres, sino de un grupo delincuencial que capturó naciones, asesinó personas y convirtió a países tan bellos como Bolivia o Argentina en narcoestados, verse descubiertos en su naturaleza criminal los aterroriza.
Ahora en su afán de lavarse la cara, y en muchos casos figurar como «analistas imparciales», varios activistas del progresismo han pasado a criticar la propuesta de dolarizar Argentina. Sus argumentos son los de siempre: «dolarizar limita de sobremanera la posibilidad de ajustar la competitividad de los productos argentinos». Se lo traduzco en sencillo: nos están diciendo que las devaluaciones constantes de la moneda nacional respecto al dólar son buenas para las exportaciones.
Sin embargo, la evidencia empírica muestra que devaluar la moneda no solo no mejora la competitividad de las naciones, sino que condena a la pobreza a millones de ciudadanos. De hecho, si devaluar fuera la varita mágica del desarrollo, Venezuela, Cuba y la misma Argentina tendría que ser las naciones más competitivas del mundo, cosa que no sucede.
Pero los ataques no se reducen de manera exclusiva a los medios de comunicación, sino que están usando su viejo método: la violencia callejera, pues en las últimas horas, desafortunadamente, se han registrado saqueos en varias provincias del país. Sin embargo, mientras la vocera presidencial negaba lo que sucedía en las calles (y culpaba a los partidarios de Javier Milei del caos y la violencia), los grandes medios periodísticos se acoplaban al discurso oficial. Primero, ocultando información sobre la violenta situación. Luego, cuando ya era imposible ocultar el kilombo, comentándolos de forma edulcorada: «no son saqueos, son robos en banda» repetían cínicamente varios periodistas.
Empero, ni Milei ni sus seguidores estuvieron detrás de los saqueos, sino que fue obra de Raúl Castells, un conocido cabecilla de la delincuencia piquetera. El veterano bandolero admitió haber promovido los asaltos a comercios en varias ciudades de Argentina:
No debería sorprendernos que un dirigente de izquierda justifique el crimen, pues el socialismo es, básicamente, un saqueo a gran escala. No obstante, lo preocupante acá es la intención de generar violencia y hacer imposible la gestión política del nuevo gobierno. Al respecto, Douglas Farah, experiodista hoy día volcado a la investigación de las relaciones del kirchnerismo con la corrupción, la delincuencia y el narcotráfico, afirma lo siguiente:
En lo personal me alegra el posible triunfo de Milei, pero también soy cauto. Primero, porque entiendo que no es sano endiosar a las personas, menos a las que tienen poder. Segundo, porque la crisis en Argentina es inmensa, por ejemplo, El Índice de Miseria Hanke ubica a la nación gaucha en el sexto lugar de los países más miserables del mundo. Finalmente, porque un eventual gobierno de Milei no tendrá al frente a opositores políticos, sino a sicarios, pandilleros, terroristas y muchos gánsteres disfrazados de periodistas. Con todo: ¡Qué viva la libertad, Carajo!