Comparto con ustedes algunos axiomas, verdades autoevidentes que nos ayudarán en nuestro análisis de la batalla cultural como un fenómeno de discusión pública.
- Los seres humanos actúan de forma consciente y deliberada.
- La acción se basa en ideas previas: en ese sentido la idea es anterior a la acción.
- Las personas articulan su acción conjunta mediante palabras, signos lingüísticos que representan esas ideas.
La secuencia lógica es: IDEAS – PALABRAS – ACCIÓN
A menudo se reverencia la acción como el móvil del cambio histórico, sin embargo, los seres humanos no actúan en un vacío ideológico, y en ese sentido, las ideas son previas a la acción. Es decir, una serie de nociones conceptuales y expectativas de lo bueno, lo justo, lo bello, lo deseable, lo conveniente, lo útil, lo importante, catalizan, energizan y orientan la acción. Para decirlo de otro modo, ideas descriptivas y prescriptivas del mundo, nociones de cómo es el mundo y de cómo el mundo debería ser dirigen la acción individual y colectiva. Sin embargo, esas ideas deben ser sustanciadas en signos lingüísticos compartidos por una comunidad de hablantes, palabras, que sirvan como medios para articular y coordinar la acción de las personas en sociedad.
La verdad será entonces la correspondencia entre las palabras y la realidad, a decir de Aristóteles, quién fuera el primero en estudiar las falacias: estrategias retóricas, con aparente consistencia lógica, que sirven para distorsionar la realidad en nuestras mentes. Debido a la arraigada tradición discursiva de la izquierda y a sus desarrollos en el arte de la dialéctica, el constructivismo y el deconstructivismo, además de su insaciable hambre por «transformar la realidad», no es extraño que las fuerzas de la subversión dispongan de todo un arsenal de tácticas comunicacionales a su disposición.
Es un asunto de carácter estratégico comprender que la batalla de las ideas emerge y discurre en un entorno lingüístico socialmente compartido, donde ideólogos de izquierda han inyectado su veneno psico político en la discusión pública. Es decir, las palabras deliberadamente elaboradas por insidiosos ideólogos han delineado el campo de batalla donde, esa Nueva Derecha de conservadores, liberales clásicos y patriotas pretendemos llevar adelante lo que llamamos la “batalla cultural”.
A modo de ejemplo, considere a las palabras como las líneas blancas en un campo deportivo, las cuales distinguen la actuación legítima de la ilegítima, la disposición de los incentivos y de los castigos y, por supuesto, el fuera de juego. En ese sentido, abordar la discusión pública con los conceptos y las palabras articuladas por resentidos teóricos de la izquierda es jugar bajo sus propias reglas, en un juego que nunca lograremos entender del todo y donde, muchas veces, podemos estar jugando a favor del enemigo. Se hace entonces urgente y necesario patear el tablero y discutir la vigencia misma de las palabras que estamos usando en la discusión política.
Les aconsejo que cuando debatan, si la contraparte subversiva utiliza términos como «justicia social», «igualdad», «el pueblo» y otros similares, no acepten el debate en esos términos. Es una forma de falacia de petición de principio, y si uno acepta y utiliza esos términos para debatir, necesariamente caerá en conclusiones que son afines a la causa de la izquierda. Tampoco tenemos por qué aceptar las palabras “diversidad”, “enfoque de derechos” o “género” tal y cual las han definido nuestros enemigos ideológicos. Hay que insistir enfáticamente, en ese exacto momento del debate, en utilizar otras palabras que estén menos «inficionadas» por la particular y conflictiva visión izquierdista, es decir, sugerir palabras que sean más objetivas: que reflejen la realidad. Si no lo acepta así la contraparte debemos impugnar sus conceptos y palabras, demostrando que son falsos, es decir, exponiendo claramente cómo distorsionan o falsean la verdad.
Ser incapaces de abandonar los “lugares comunes”, las palabras o las frases de efecto que el establishment comunicacional progresista ha impuesto, nos deja en una situación de debilidad argumentativa, de enorme desventaja en el debate público. En jerga futbolística es similar a entrar a jugar de visitante, a los 44 minutos del segundo tiempo, perdiendo 3 a 0 y con la cancha inclinada ¿Te tengo que explicar cómo va a terminar el partido?
Se hace necesario y urgente que, ustedes y yo, atendamos concienzudamente a la forma en la que hablamos en esta batalla psicopolítica contra el inmundo pulpo del progresismo. Podría ser que, inadvertidamente, estemos usando para debatir, opinar o argumentar, términos que la izquierda más refundacional, radical y recalcitrante ha desarrollado, deliberadamente, para llevar adelante su programa político. Permitir que la izquierda delinee los términos que se utilizan para articular un debate es equivalente a pelear en territorio enemigo y con las armas en las que este tiene más experiencia, y eso quizás sea, sencillamente, perder la guerra de antemano. Como decía Nicolás Maquiavelo: no se ganan batallas con armas ajenas.