Se hicieron virales en redes sociales los videos de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa y Andrés Manuel López Obrador confesando que el pilar de sus revoluciones es mantener a los pobres en la pobreza, algo tipo: «jodidos, pero con esperanza».
Para los pandilleros del Socialismo del Siglo 21 los pobres son votantes cautivos, especialmente, en periodos electorales, o grupos de choque en momentos de tensión social. Jamás los ven como personas con potencial para superar su situación, y en caso de hacerlo, se vuelven un enemigo más a combatir.
Empero, acá cabe una pregunta, ¿por qué en Hispanoamérica se ha vuelto tan difícil superar la pobreza?
Porque, lastimosamente, somos una de las regiones del mundo que más ataca la propiedad privada, veamos.
En el Índice de libertad económica 2022, elaborado por la Fundación Heritage, Bolivia ocupó el puesto 169 de 184 a nivel mundial. En la región solo se encuentra delante de Cuba y Venezuela y a nivel global, delante de Corea del Norte, Iraq, Libia y Siria. La inexistencia del Estado de Derecho y el ataque constante a la propiedad privada, en especial, mediante la persecución tributaria y las confiscaciones arbitrarias, son los factores que colocan a Bolivia en el club de las dictaduras mundiales y entre los países más pobres del mundo. Sucede que la propiedad privada es inseparable del progreso económico, de la libertad humana, de la democracia y de la civilización.
El progreso económico, por ende, la reducción de la pobreza, solamente se puede lograr mediante precios libres.
El sistema de precios es, básicamente, un mecanismo que ofrece información a los agentes económicos acerca de la abundancia relativa de los bienes y servicios ofertados en el mercado, para que sean los propios agentes económicos los que, ejerciendo su libertad, decidan o no interrelacionarse para completar una transacción. Los precios tienen una gran utilidad a la hora de garantizar una asignación eficiente de recursos en el mercado. Por ejemplo, si tenemos 30 casas construidas para ser vendidas, pero la demanda es de 50, el precio de la vivienda será elevado. Sin embargo, esa posibilidad de ganancias motiva a los empresarios a invertir en el sector. Esa llegada de nuevos capitales, primero, crea empleo, y segundo, aumenta la cantidad de construcciones en oferta, eso baja los precios y satisface la necesidad de vivienda. No obstante, todo lo anterior requiere que se respete la propiedad privada de empresarios, ahorristas, constructores y demandantes, pues nadie invierte de no estar seguro de disfrutar del fruto de su trabajo.
«En la casa del súbdito incluso el rey debe tocar la puerta para entrar», era una frase que solía usar mi abuela materna de manera frecuente. Esa pequeña sentencia de sabiduría popular guarda una gran lección: La propiedad privada es la mejor forma de garantizar la libertad y desfragmentar el poder. Justamente, por eso es por lo que el Socialismo del Siglo 21 ataca la propiedad privada, incluso sataniza el deseo de ser próspero y rico, pues es un impedimento en su afán de concentrar todo el poder en sus manos.
Todos los mandatarios paridos por el Foro de Sao Paulo parecen sacados del mismo molde: Primero, mediante leyes infames, implementan el robo del sector productivo, segundo, luego de perpetrada la maniobra todo el mundo queda más pobre y los únicos que se vuelven millonarios son ellos mismos. Todos empezaron siendo pobres y todos, sin jamás haber ejercido otra cosa que no sea el crimen, terminaron millonarios.
Sí. Son criminales, pues quien tiene por filosofía perpetrar el robo de la propiedad privada, así sea mediante el uso de la fuerza del poder estatal sobre víctimas desarmadas, es un delincuente, sin importar cuán bonitos sean sus discursos y cuán bellas sean las palabras que use para etiquetar su filosofía. Quien use la fuerza o el engaño para quedarse con la propiedad privada de un tercero, sin importar el destino que luego haga del botín, es un ladrón; si encima no reconoce lo que hace y prefiere llamarse altruista, socialista o progresista es, además, de ladrón un hipócrita.
Por ejemplo, antes de ser candidato a presidente, Lula vivía en el cuarto de una pensión en el suburbio más pobre de São Paulo, no tenía una sola propiedad, a tal punto que comía con las manos, siendo que en su casa no tenía cubiertos. Hoy, luego de haber planificado y dirigido el Lava Jato, es dueño de una de las mayores fortunas de Brasil. Lo mismo aplica para gente como Evo Morales, Carlos Mesa, Fidel Castro o Nicolas Maduro.