Una de las características de la modernidad tardía o posmodernidad constituye el abandono radical de los ideales platónicos, de la justicia, la bondad y la belleza. La búsqueda incansable de esos ideales ha constituido una brújula moral de las sociedades que se desarrollaron a la sombra del legado griego, romano y cristiano. Como individuos y sociedades no solo hemos negado esos principios, sino que hemos renunciado a ellos y desde entonces Occidente sufre la enfermedad de lo identitario. La justicia ha degenerado en “justicia social” y “a lo malo llaman bueno y a lo bueno, malo” (Isaías 50:20). La belleza ofende y lo bello escasea en aras de la funcionalidad, la utilidad y lo modal, amparados por el omnipresente complejo de vulgares, mediocres y zafios.
Contra el tribalismo identitario
Que la belleza sea acusada de ofensa por acomplejados que se refugian en la narrativa identitaria es, quizás, el síntoma más notorio de la enfermedad espiritual que padece Occidente. El sujeto promedio occidental, sicofante de escasas luces, despotrica contra su legado, “disipa su herencia” (Lucas 15:13) y arroja sus “perlas a los cerdos” (Mateo 7:6), repitiendo, a lo imbécil, con el fin de acallar su conciencia y mitigar su envidia, el mantra de los resentidos y desafortunados: “la belleza es subjetiva”. Los calumniadores han “intelectualizado” su envidia con argumentos de antropólogos y etnólogos del siglo XIX y XX que viajaron por el mundo y describieron las diferencias de criterios estéticos en diferentes tribus, pueblos y lenguas. Estos últimos estaban tan impresionados por la diversidad de las culturas que visitaron que no supieron o, quizás, se negaron a ver el elemento universal de la belleza en ellas.
Observar que todas las culturas enfatizan elementos distintivos y diversos los cuales utilizan para elaborar sus juicios estéticos, sin apreciar que en todas estas personas que componen estas naciones existe una disposición natural a buscar lo bello, lo hermoso y lo estético es una típica forma de presbicia del antropólogo progresista. Esta disposición humana, observada a lo largo de toda la historia, a orientarse hacia lo estético, nos enseña algo fundamental para entender el fenómeno de la belleza. “La belleza es una necesidad universal del ser humano. Si la ignoramos nos perderemos en desierto espiritual”, decía Sir Roger Scruton, el filósofo conservador que más ha aportado a los estudios de la belleza en el siglo XX. Al respecto, el difusor de ciencia evolucionista, Robert Ardrey, mencionaba que hace 2,5 millones de años, los homínidos ancestros del homo sapiens, empezaron a experimentar con el fenómeno de la belleza al elaborar sus hachas de mano:
La respuesta a la pregunta de Ardrey es evidente, tomando como punto de partida a Scruton. Nuestros ancestros se tomaron todo ese trabajo debido a que necesitaban un remanso de belleza en sus violentas, cortas y trágicas vidas. Necesitaban crear belleza y portarla consigo porque añadía valor a sus vidas. Necesitaban hermosear sus entornos y comenzaron con lo que tenían más mano: sus hachas. Desde entonces, la historia registra de manera continuada los afanes de la familia humana por aspirar a la belleza, por abrazar su búsqueda e intentar inmortalizar su presencia.
Contra el subjetivismo
Por otra parte, y a pesar de que el juicio estético sea fundamentalmente subjetivo y que esté mediado, parcialmente por la cultura, la belleza es una propiedad objetiva de ciertos elementos. Edmund Burke, el padre del conservadurismo moderno argumentaba en su obra “Sobre lo sublime y lo bello”, que la belleza “no es hija de la razón”, ubicando el fenómeno de la belleza fuera del alcance de ímpetus decadentes de los que pretenden relativizar mediante la razón la fealdad de sus espíritus. Luego argumentaba: “Debemos concluir que la belleza es, en su mayor parte, alguna cualidad de los cuerpos que actúa mecánicamente sobre la mente humana mediante la intervención de los sentidos”.
En su ensayo, Burke, explica que la belleza posee propiedades universales y objetivas destruyendo el argumento racionalista y culturalista que medra en la expresión “la belleza es subjetiva”. En ese sentido, se considera bello lo pequeño sobre lo descomunal, lo liso frente a lo rugoso y se ve hermosa la variación gradual de las formas y colores, la delicadeza y el colorido. En su capítulo XVIII Burke recapitula:
Los estudios de estética evolutiva documentan las características que predisponen que ciertos entornos sean placenteros y por lo tanto se relacionen con el ideal de belleza. Al respecto, Steven Pinker, uno de los psicólogos evolucionistas más influyentes del siglo XX, reporta que los sentidos evolucionaron para sentir placer ante estímulos que estaban relacionados favorablemente con la supervivencia de la especie. Al respecto explica:
Parece ser así que nuestro sentido de la belleza evolucionó para buscar los entornos más propicios a nuestra supervivencia, en otras palabras, hemos sobrevivido porque hemos sabido deducir que lo bello anuncia la posibilidad del hogar ideal. Para las madres que usualmente embellecen, decoran y hermosean las casas donde crían a sus hijos lo antedicho por Wilson y Pinker no sería para nada un descubrimiento.
Conclusión
- Quien diga que la belleza es subjetiva confunde belleza con su propio gusto, y sobre gustos no hay nada escrito. La belleza, sin embargo, tiene simetría, orden, trascendencia, formas y acabados, universalidad, suavidad, equilibrio y armonía: naturaleza. La belleza es objetiva. Lo demás, es la excusa de los feos y resentidos que solo saben mirar el mundo a través de sus estrechos ombligos.
- En una época de desvaríos relativistas y de institucionalización del resentimiento identitario es necesario declarar que la necesidad de belleza es una desiderata universal y que la belleza es una propiedad objetiva que esquiva las mezquinas pretensiones de quienes quieren dividir el mundo según sus superficiales apetencias.
- Las personas que pretendemos hacer del mundo un hogar para nuestros hijos debemos hermosearlo y embellecerlo. En ese sentido, defender la belleza contra los delirantes y los desafortunados no solamente es un imperativo estético sino un deber ético.