Quienes ya peinamos algunas canas, fuimos criados y nos iniciamos en estas lides en el tiempo del “Cuarto Poder”, esa expresión que hacía referencia a los medios de prensa y de comunicación como un sector poderoso, con influencia en los asuntos sociales y, sobre todo, en los asuntos políticos de cualquier país.
La expresión del político irlandés, Edmund Burke, fue pronunciada en el debate de apertura de la Cámara de los Comunes del Reino Unido en 1787. En ese discurso, Burke afirmó que existían tres poderes en el parlamento y, señalando la tribuna de prensa, dijo que era ahí donde se sentaba el “cuarto poder”, de lejos, más importante que los otros.
En Argentina, tierra que me vio nacer, se acuñó una frase: “Nadie resiste tres tapas de Clarín en contra”, como una clara muestra del poder de ese medio que, en el ámbito local, lo podríamos comparar con ABC. Hoy, nada más alejado de la realidad. Ni veinte tapas de ABC, ni 15 de Última Hora, ni cientos de horas en radio y televisión de esos grandes grupos pudieron “imponer” la candidatura de Efraín Alegre y Soledad Núñez.
Más allá de esta afirmación, la imposibilidad de “imponer” candidatos, es algo que excede a los mencionados Efraín y Sole; no es mi intención juzgar que tan buenos o malos candidatos fueron (cada elector ya hizo ese análisis y actuó en consecuencia), mi intención es evidenciar, una vez más, algo en lo que se viene insistiendo en este espacio, el poder cambió de manos, la información y la influencia ya no le pertenece a la prensa.
Periodistas “estrella” han dilapidado horas de radio y televisión en tratar de vendernos un producto; también, muchos vendieron credibilidad y hasta dignidad en esa tarea.
De manera deliberada, ciertos grupos de medios, pretendieron enturbiar las aguas, agrediendo la inteligencia de los electores, buscando menospreciarlos por sus elecciones personalísimas como lo es el voto. Intentaron meter al electorado en una guerra que le es ajena, una guerra de poder donde ellos, los ciudadanos de a pie, hubiesen resultado doblemente perjudicados.
Hoy, al igual que la oposición política, la prensa dominante (no influyente, insisto) debe hacer un mea culpa, debe realizar una profunda autocrítica que solo será válida, si parten de la premisa que sus tambores de guerra están mojados y ya nadie los oye.