Hoy se cumplen veinte años de la invasión de Irak, una operación conjunta de Estados Unidos y una coalición, que se construyó sobre una mentira, con consecuencias muy reales, fatídicas.
Como toda guerra, tiene un impacto devastador en la población de un país, incluyendo sobre las generaciones que aún no han nacido. Irak no escapa a ello: dos décadas después de aquel recordado 20 de marzo de 2003, el país continúa siendo un territorio castigado permanentemente por el terrorismo; uno de los que más castigados ha sido.
La esperanza de vida en Irak no alcanza los setenta años. El índice de desarrollo humano es el de un país empobrecido.
En mayo de 2003, Bush dio por terminados los combates en Irak, pero los años siguientes siguieron sumando muertos. Según el portal Iraq Body Count, hasta 210.090 civiles iraquíes han perdido la vida de forma violenta desde 2003, a los que se suman otras 4.910 vidas de soldados de la coalición, de gran mayoría estadounidenses. Corresponde a cifras provisionales y probablemente menores a las reales, ya que solo comprenden aquellas muertes que han podido ser debidamente documentadas.
Un estudio publicado en 2006 en la revista médica británica The Lancet estimó que las muertes atribuibles al conflicto fueron 655.000 durante los primeros cuatro años. Una locura. Es el equivalente al 2,5% de la población del país.
¿La razón?
«Desarmar a Irak de armas de destrucción masiva»
La invasión se ´justificó` por la supuesta existencia de armas de destrucción masiva. Cosa que nunca se pudo probar ni demostrar que fuera real. Y en lo material, si no se puede demostrar, no existe.
El orden, el contexto mundial y sobre todo la credibilidad de los Estados Unidos, han cambiado desde entonces. E Irak, no es más próspero, ni más pacífico y el terrorismo goza de buena salud.
Y Estados Unidos…
…y Estados Unidos sigue haciendo de las suyas, pero al menos algunos, ya no damos como ciertas sus razones, de antemano.