«La política a ladridos», decía el gran político liberal Eligio Ayala. Es una metáfora brillante que deja al descubierto los comportamientos «caninos« arraigados en nuestra forma de llegar al poder político y de administrarlo: o somos adulones y serviles; o agresivos e iracundos. No hay puntos medios porque escasean las ideas que movilicen y sostengan la acción política individual, y siendo este el estado de las cosas, los «amaestradores de circo» apelan a la dicotomía, al antagonismo y a las emociones. Está comprobado que a medida que nos alejamos del análisis crítico de las ideas, a medida que más abandonamos los principios políticos liberales, nuestro comportamiento tiende a ser más dicotómico. Si nuestro actuar político no está orientado por ideas políticas correctas, más intentaremos apelar a la excitación emotiva de las masas para justificar y respaldar nuestro proceder. El peligro acecha, agazapado como fiera, de que una democracia liberal termine degenerando en oclocracia o gobierno de la muchedumbre. Si se fijan cómo se comportan las jaurías de perros callejeros, verán que una muchedumbre humana no está muy lejos, moralmente hablando, de la jauría.
Este comportamiento que señalo no es exclusivo de un Paraguayo Cubas o una Kattya González, aunque sean los más notorios, sino que es el modus operandi clásico de todos los políticos paraguayos. Todos los que, en la clase política, hoy se escandalizan por los atropellos de un Payo Cubas, las tropelías de Stiben Patrón, los desatinos de Celeste Amarilla y los exabruptos de un Nicanor, o las payasescas griterías de una Kattya González, se han valido incontables veces del estridente populismo, en sus distintas formas, para llegar a sus posiciones de poder, y se valen de él muchas veces a la semana a la hora de administrar el poder hacia sus camarillas. Todos operan bajo estas premisas básicas, sencillamente porque el paraguayo promedio funciona de maneras poco sofisticadas: a los gritos y como animal de carga.
La ira, la rabia, la agresión quizás puedan tener su lugar (de hecho, lo han tenido) en la historia de las democracias liberales, pero ese lugar debe ser excepcional, atípico, a menos que estemos dispuestos, tristemente, a asumir que el caos ha reemplazado a la norma, y que la república es un terreno baldío donde impera el lobo que muerde más fuerte y la hiena que convoca a la manada más numerosa. Esa es la lúgubre antesala del «todos contra todos» descrito por Thomas Hobbes en su obra “Leviatán”, donde se observaba que “homo homini lupus”, “el hombre es el lobo de hombre”.
En 1691 John Locke, padre del liberalismo filosófico, alertaba, respecto de la voracidad fiscal de los políticos, que no era suficiente con “echar al lobo de nuestra puerta hacia la puerta de otro”, que la única reforma posible consistía en que “la raza debe ser eliminada de la isla”. Lo mismo se puede decir sobre la tradicional tendencia a la agresión en la política paraguaya. No basta con desterrar a los políticos violentos a menos que nosotros, cada paraguayo y paraguaya, exilie de sí mismo la disposición a creer que la violencia política está justificada.
A medida que se promocione, se celebre y se promueva la rabia como forma de hacer política, que no te sorprenda que después de echar a los perros vengan a gobernarnos las hienas.