La generación de latinoamericanos que nacimos en los años 80 pudimos ver como nuestros países controlaban la inflación, recuperaban su institucionalidad democrática y, producto de una serie de reformas económicas, se integraban al mundo. Además, la caída del bloque soviético motivó al profesor Fukuyama a pronosticar: El fin de la historia. Mi querido maestro, Alberto Benegas Lynch, siempre afirma que todos esos avances y reformas hicieron que los sudamericanos nos descuidemos de la política, y caigamos en una especie de determinismo hegeliano, en palabras simples, nos dormimos en nuestros laureles.
Sin embargo, la izquierda tenía otros planes. De hecho, el derrumbe soviético no fue una derrota definitiva del socialismo, sino, tan solo, una oportunidad para trasladar el cuartel general de Moscú a La Habana. El propio Fidel Castro, a mediados del año 89, pronosticó que su revolución perduraría con o sin la URSS.
Si bien, el objetivo de Castro era el mismo de siempre, había que modificar las estrategias desestabilizadoras. El discurso populista en todas sus variantes (feminismo, indigenismo, ecologismo, etc.) remplazaría, en todo caso, se sumaría, a la vieja retorica marxista de la lucha de clases. Las pandillas de tercera generación mandarían a la banca de suplentes a las guerrillas de inspiración guevarista. Asimismo, el tirano caribeño cambiaria los rublos por los narco dólares. Pero también, mediante Warren Christopher, en ese entonces secretario de Estado de Bill Clinton, la izquierda norteamericana le daría una mano a Fidel y sus secuaces.
Entonces, con un discurso populista, delincuencia callejera, dinero del narcotráfico y apoyo discursivo norteamericano, la izquierda sudamericana empezó su carrera para tumbar gobiernos y, al mismo tiempo, instalar tiranías. Venezuela sería su primer triunfo, eso dejaría en manos de Fidel la enorme renta petrolera de esa nación caribeña.
La ingeniería subversiva de Fidel Castro y el dinero que Hugo Chávez le robó al pueblo venezolano darían origen a lo que se conoce como: Castrochavismo.
El castrochavismo no es un asunto de política. Pues no estamos frente a una confrontación de asuntos políticos, por ejemplo, el modelo educativo de nuestros países, sino a una agrupación delincuencial.
Los hechos facticos muestran que los países que han sido capturados por el castrochavismo se han convertidos en Estados fallidos o en narcoestados. Por citar un caso, cuando Morales llegó al gobierno en 2006, la extensión autorizada para los cultivos de coca era de 12000 hectáreas y él la duplicó de inmediato. Ahora, según cifras de Estados Unidos, hay 36900 hectáreas cultivadas en Bolivia.
El periodista Leonardo Coutinho, en su libro: Hugo Chávez y el puente de la cocaína, relata como el caudillo cocalero ha puesto la política exterior boliviana al servicio de la defensa y promoción del narcotráfico. Por ejemplo, el 2018, en plena asamblea de la ONU, Morales afirmó lo siguiente: «La lucha contra el narcotráfico y el terrorismo es un invento de los Estados Unidos para someter a los pueblos».
De igual manera, el terrorismo de Estado es otra de las metodologías que usa el castrochavismo para someter naciones. Verbigracia, en Nicaragua, los sacerdotes Ramiro Tijerino Chávez, rector general de la Universidad Juan Pablo II; José Luis Díaz Cruz, vicario de la Catedral de Matagalpa y su antecesor Sadiel Antonio Eugarrios Cano; el diácono Raúl Antonio Vega; los seminaristas Darvin Leiva Mendoza y Melkin Centeno y el reportero gráfico Sergio Cadena Flores de la Diócesis de Matagalpa, fueron condenados a 10 años de prisión en un simulacro de juicio.
A modo de conclusión, los regímenes castrochavistas de Venezuela, Bolivia, Cuba y Nicaragua van a usar el dinero del narcotráfico para sostenerse indefinidamente en el poder.
Ahora, especialmente después de sus alianzas con Irán, Rusia y China, a los que Maduro llamó: «hermanos mayores», el castrochavismo se ha convertido en un peligro para la seguridad de todo occidente. Esa es nuestra verdadera pandemia.