Los países que prosperan consideran sagrada la propiedad privada y esto fundamentalmente porque los frutos del honrado esfuerzo individual son santos y deben ser respetados a menos que pretendamos degenerar en la barbarie y la ética de la horda, consistente en el saqueo y el asesinato. La sociedad privada es la base de la civilización y la fuente de todo progreso, tanto es así que fue consagrada en el Monte Sinaí en dos mandamientos: “no robarás” y “no codiciarás”. La ética judeocristiana nos dice que tratar a nuestro prójimo de manera moral requiere que no le robemos el fruto de su trabajo y que no anhelemos secretamente el producto del trabajo ajeno.
Ninguna sociedad puede avanzar si no existe un respeto por lo ajeno y porque mi vecino es sagrado, su propiedad es sagrada. Tampoco existe subsistencia posible para ningún tipo de sociedad si es que no existe el mínimo respeto por lo ajeno, y hasta los ladrones y piratas deben renunciar a robarse, por lo menos, transitoriamente, si quieren realizar juntos sus actos de pillaje.
Sociológicamente, la propiedad privada de la tierra y de una vivienda proporciona el entorno donde se crea una familia, donde intimidad mediante se cría a los hijos en valores y principios de sus padres, donde se enciende el fogón y se cocina el sustento material de la comida para nuestros pequeños.
Económicamente, la propiedad privada es el átomo de los intercambios libres y voluntarios que generan el progreso económico. Las personas intercambian parte del excedente de su trabajo, su propiedad, especializándose en lo que son más productivos, con el fin de obtener el excedente de la propiedad ajena, de forma que ambas partes salgan beneficiadas y satisfechas. Ese es el teorema fundamental del intercambio y solo es posible en un ámbito donde se respeta la propiedad.
Políticamente, la propiedad privada es una institución que se erige como égida protectora entre el poder político y los individuos. Debido a que el poder central no es dueño de toda la propiedad de los habitantes, estos pueden interponer sus bienes, sus paredes, sus armas, sus recursos, como un blindaje contra los designios arbitrarios y caprichosos de algún tirano que intente controlarlos. No suele ser infrecuente que donde se pretenda levantar un totalitarismo se confisque la propiedad, se retire sus armas a la gente y se expropien sus ahorros.
Recientemente, fue publicado el Índice de Libertad Económica 2022, creados por The Wall Street Journal y la Fundación Heritage. El índice incorpora una serie de indicadores que analizan el Estado de derecho, el tamaño del gobierno, la eficiencia regulatoria y la apertura a los mercados de países de todo el globo. Entre los primeros lugares del mundo con mayor libertad económica figuran Singapur, Suecia, Irlanda, Nueva Zelanda, Luxemburgo y Taiwán. Entre los países con menos libertad económica del mundo están Corea del Norte, Venezuela, Cuba, Sudán y Zimbabue. Solo veamos un indicador de estas realidades. Analicemos el PIB per cápita de tres de las primeras, contra tres de las últimas.
Es estremecedora la superioridad económica de los países que respetan la propiedad privada contra los que no. Y no piense Usted en “superioridad económica” como un tema de “dinero”, sino como el acceso a lo que verdaderamente importa: mejores condiciones de vida. Eso no se logra si es que no respetamos la propiedad.
De 185 países que estudia el índice, el Paraguay figura en el puesto 73, entre los “moderadamente libres”. Sin embargo, es importante señalar, con preocupación, que el índice expone nuestra bajísima cultura de respeto a los derechos de propiedad, la fragilidad de nuestro estado de derecho y la deficiencia notoria de independencia judicial.
Tenemos que olvidarnos de ser un país que progrese si es que no desarrollamos el músculo moral para respetar la propiedad privada, si no incrementamos nuestra capacidad para indignarnos ante las invasiones de lo ajeno o si abandonamos el valor para señalar con dedo de escarnio el robo. No hay futuro para nadie en un país donde no se considera inviolable el sagrado derecho al fruto del honrado trabajo, excepto para los ladrones. Nadie en su sano juicio traería su dinero a invertir en un lugar donde la justicia no funciona y no se respetan la regla de convivencia más básica: no tocar lo que es de otro.
Si queremos mejorar, si queremos progresar como nación, desarrollemos una cultura de respeto a la propiedad, y la propiedad privada será un refugio en la tormenta, para la familia y el individuo contra los males de la indigencia, la indecencia y contra los designios arbitrarios del poder político.