Por Hadhara Brunstein
Los que conocemos bien la biografía del profesor J.R.R. Tolkien -autor de la Trilogía llamada El Señor de los Anillos- sabemos que se ofuscaba si alguien insinuaba que su obra era ficción, ya que el profesor conocía la enorme diferencia que existe entre el mito y la mera ficción. Podríamos decir que ambos comparten la pertenencia a la categoría comúnmente llamada fantasía, en el sentido de que no son la realidad, pero con la importante diferencia de que el mito refleja la realidad y la ficción la deforma, es decir, que está última es nada más que invento. Sin embargo, el mito transmite la verdad -o intenta hacerlo- de la forma más bella de la cual sea capaz el arte humano, ya que el bien, la verdad y la belleza suelen ir de la mano.
Tolkien soñó con crear una mitología para su patria – Inglaterra – y no pretendo juzgar si lo logró, solo sé que si yo fuera británica, sin duda preferiría los personajes de la mitología de Tolkien antes que las figuras de la ficción de la monarquía anglicana. La verdad es que Tolkien añoraba «El Retorno del Rey» para su patria, pero… ¿cuál rey? Para responder esto, debemos fijarnos en los personajes de la mitología tolkieniana y son muchos los que coinciden en que el personaje del Rey Aragorn es en cierto sentido representativo de Jesucristo o por lo menos, de un rey católico. Aragorn es el heredero de un linaje antiguo de reyes fieles a Eru Ilúvatar (el Dios creador de todo el mundo de la obra de Tolkien) y también a los Valar (una especie de ángeles muy poderosos al servicio de Ilúvatar, co-creadores de la orquesta que dio origen al mundo de la mitología de Tolkien). Aragorn no quería reclamar su trono, por miedo a cometer los mismos errores que cometieron sus antepasados, pero también sabía que no podía derivar su responsabilidad a nadie más y que ya había llegado el tiempo de afrontarla.
Aragorn atravesó los Senderos de los Muertos bajo las montañas, donde un ejército de traidores muertos no dejaba pasar criatura con vida, sin embargo, él los dominó y los redimió, salvando a todos en la batalla decisiva frente a la ciudad de Minas Tirith en Gondor, justo cuando la contienda parecía perdida. Aragorn es el rey que vuelve del exilio a reclamar su trono, que estaba siendo custodiado por un senescal que había enloquecido. Finalmente, Aragorn es coronado por el mismísimo Gandalf, el poderoso mago blanco, fiel servidor de los Valar, enviado por ellos para ayudar a los Hijos de Ilúvatar (elfos y hombres) en su lucha contra el mal remanente en la Tierra Media. Gandalf el blanco era la mayor autoridad espiritual visible de la Tierra Media (similar al Papa) y no es puro antojo que Aragorn haya pedido ser coronado por las manos de Gandalf, sino un reflejo del gran anhelo del corazón del profesor, que así lo plasmó en su obra, consciente o inconscientemente.
Pero ¿qué tiene que ver esto con Eowyn, Galadriel, Amazon y el feminismo? Poco, pero sirve para entender el contexto, ya que J.R.R Tolkien era un católico muy devoto en una sociedad donde ya existían en todo el mundo los movimientos feministas con las ideas modernas sobre cómo debería actuar una mujer para supuestamente liberarse de la opresión que padecían. Opresión que algo tenía de cierto en los países anglosajones no católicos, proveniente de las líneas misóginas de los líderes protestantes Calvino y Knox. Además, no son pocos los que, en su ignorancia, han calificado a Tolkien de machista, pero para entender realmente la mirada que este tenía sobre la mujer, analicemos algunos de sus principales personajes mujeres, o al menos, a las que tuvieron más protagonismo en El Señor de los Anillos, su novela más famosa.
En primer lugar, el personaje de Eowyn, la bella Dama Blanca de Rohan. Ella pensaba que estaba enamorada de Aragorn, pero en realidad lo estaba de la idea de ser una reina. Es decir, estaba enamorada de lo que Aragorn representaba para ella, la fama y la gloria, pero no de su persona. Además, Eowyn despreciaba el deber que su rey –Théoden– le había encomendado: cuidar el hogar y al pueblo que se quedaba en el porque no eran personas para la batalla. Eowyn sentía mucho resentimiento por este rol que pensaba se le había asignado injustamente, a ella, una mujer habilidosa con la espada, capaz de grandes hazañas. Ella buscaba hacer con su vida según su propia voluntad, tal como le dijo a Aragorn cuando le pidió partir a la batalla junto con él: “vivir mi vida como yo lo deseo” fueron sus palabras textuales en El Retorno del Rey. Dicha expresión no es muy diferente al conocido eslogan “mi cuerpo, mi decisión”, que denota egoísmo y soberbia motivados por una ambición caprichosa, tirando por la borda la responsabilidad de cuidar de los demás.
Cuando Eowyn descubrió que Aragorn no le correspondía en su afecto, desobedeció a su rey y fue al combate disfrazada de varón, buscando una muerte gloriosa en la batalla. Sus pensamientos y acciones siempre estaban motivados por la ambición de alcanzar la gloria personal y no precisamente por amor a los demás. Nadie niega que su rol fue crucial en la batalla, ya que ella le dio muerte al más poderoso servidor del enemigo, al Rey Brujo con su bestia alada, mientras este intentaba atacar al ya caído Rey Théoden. En la famosa escena en la cual el Rey Brujo se burla diciendo que ningún hombre puede impedirle nada y ella le responde: «¡Yo no soy ningún hombre!», logrando luego degollar a la bestia alada y matar al Rey Brujo, con la ayuda del hobbit Merry. En la hora final, Eowyn se inmoló por amor a su Rey y está hazaña la redimió, pero le costó una herida de muerte y agonizar hasta que pudo llegar la única persona capaz de sanarla, el Rey Aragorn. «Las manos del Rey son manos que curan» se lee más de una vez en la obra de Tolkien y solo él fue capaz de curar a los heridos por las armas más poderosas del enemigo. Además, cuando el Rey cura, no cura solamente el cuerpo, sino también el espíritu.
La Eowyn curada fue capaz de reconocer las grandes virtudes de un hombre noble y sabio -pero que no era rey- llamado Faramir, quien era hijo del Senescal de Gondor y amigo de Gandalf, tanto quería al mago que lo escuchaba más que a su propio padre, porque era capaz de distinguir la sabiduría de la necedad. Faramir también anhelaba el Retorno del Rey con mucha esperanza, lo cual le salvó de enloquecer de miedo como su padre, quien se suicidó y de enloquecer de soberbia como su hermano, quien quiso robarle el anillo a Frodo. Faramir era un gran guerrero que no amaba el filo de la espada porque le traía gloria, sino por amor a lo que defendía con ella, es decir, amaba la paz y el bien más que la gloria personal y era tan humilde de espíritu, que obedeció a su padre hasta las últimas instancias en una empresa bélica que casi con seguridad le iba a costar la vida, pero se inmoló por amor a él y a su patria. Fue gravemente herido y también curado por el Rey. Faramir conoció a Eowyn en las Casas de Curación y conversando con ella fue capaz de interpretar las inquietudes de su espíritu y darle respuestas. Conocer a Faramir era lo que Eowyn necesitaba para recapacitar sobre sus actos y sus motivaciones, sintiendo vergüenza por primera vez, porque al lado de ese gran hombre, sus motivaciones cada vez más le parecían las de una niña caprichosa. La Eowyn lúgubre y triste había quedado atrás y se enamoraron.
Cuando decidieron casarse, Eowyn, rebosante de alegría, le prometió a su amado que desde entonces sería una curadora que desea ver crecer todo lo que tiene vida, en vez de una guerrera que solo busca la muerte y la gloria personal. Sabiendo esto, vale comparar a la Eowyn de espíritu triste e inquieto con las feministas, que parecen menospreciar lo que son y su femineidad, buscando la gloria personal constantemente en distintas quijotadas contra distintos molinos de viento, blandiendo armas por el placer de sentirse poderosas, dejándose llevar por la soberbia y endiosando a su propia voluntad. No es que no luchen por causas justas algunas veces, incluso se logra sacar algo de bien de algunas de sus obras -como ocurrió con Eowyn- pero siempre se mueven por las motivaciones incorrectas, queriendo desoír los deberes y pensar solo en sus ambiciones egoístas, sin importarles el bien, la verdad y la belleza. Eowyn se convirtió en una mujer plenamente feliz con su naturaleza y con su vocación maternal de cuidar todo lo que crece, dejando el miedo a parecer vulnerable, encontrando así su verdadera fortaleza interior y con la esperanza puesta en el amor.
Por otro lado, la Galadriel de Tolkien es una reina elfa, del más alto linaje en la Tierra Media, magnánima y sabia, conoce los designios de Ilúvatar y se somete a ellos con humildad, muy poderosa y respetada entre elfos y hombres. Es una Señora que sirve y guía a su pueblo y a todas las personas que recurren a ella, ya sea buscando su consejo o cualquier ayuda material, que solo ella es capaz de brindar en toda la Tierra Media (incluso Gandalf busca su consejo). La Señora Galadriel acoge a las personas como una madre haría con sus hijos, tal como hizo con Frodo y su Compañía cuando recurrieron a ella; de hecho, su figura ha sido comparada con la Virgen María, que es Reina, Guía y Protectora de los hijos de Dios. En las Cartas de Tolkien se puede constatar que el profesor se había sentido halagado por esta comparación.
La Galadriel de Tolkien nunca portó un arma para la batalla, nunca salió ella misma a buscar al enemigo, nunca deseó ser un guerrero, incluso rechazó el arma del enemigo cuando Frodo, su portador, se la ofreció. No porque hubiese estado mal ser una mujer soldado o una capitana de ejército, sino porque la lucha que libraba Galadriel contra el mal estaba en un nivel mucho mayor y más efectivo, en el plano espiritual. ¿No buscaban los más sabios su consejo en los momentos de necesidad? ¿No fue ella quien regaló la luz sagrada en un frasquito al Portador del Anillo para protegerse del mal y así pudo salvarse de ser devorado por el gigante monstruo maligno con forma de araña? Convertir a Galadriel en una simple guerrera, por más valiente y aventurera que sea, es rebajarla y es justamente eso lo que hizo Amazon en su nueva serie de ficción, supuestamente inspirada en la mitología de Tolkien, pero que no intenta en lo más mínimo respetarla. La Galadriel de Amazon se explica solamente si pensamos que intenta satisfacer los estándares impuestos a las mujeres por las revoluciones de la modernidad, sobre todo a aquellas atrapadas por la moda del llamado feminismo, que convierte a las mujeres en eternas niñas caprichosas y desobedientes. Basta ver el primer episodio de la nueva serie de Amazon para darse cuenta de esto.
El cristianismo nos enseña que «servir es reinar”, esto se refleja muy bien en la obra del católico Tolkien en las figuras del Rey Aragorn y de la Reina Galadriel. Y terminaré este artículo diciendo lo siguiente a las mujeres que me leen: independientemente de cuántos de los roles de la sociedad te haya tocado cumplir -ya seas madre, hija, nieta, hermana, esposa, profesional, intelectual, empresaria, deportista, artista, etc- cuando te hablen de “empoderamiento”, recuerda que el más poderoso es quien mejor sirve a los demás, no seas esclava de tus vicios y caprichos; libérate más bien de ellos, abrazando tu vocación y tu naturaleza femenina, tan perfecta así mismo como te fue dada.