La caída del bloque soviético a principios de los años 90 no significó el fin del socialismo, sino, tan solo, su mutación discursiva. La izquierda reemplazó la lucha de clases por la guerra de los sexos, el enfrentamiento interracial y las narrativas ecologistas. Pero también se trasladó la sede del cuartel general del crimen organizado desde Moscú a La Habana.
De igual manera, Fidel Castro, Lula Da Silva y otros pandilleros entendieron que había que sustituir los rublos comunistas por los narcodólares, las invasiones guerrilleras por la «diplomacia de los pueblos» y la agresión frontal contra los Estados por la infiltración mediante ONGS. El objetivo final del Foro de Sao Paulo era dominar la región mediante la conformación de una red de narcoestados que respondan a Castro.
Desde el nacimiento del Foro de Sao Paulo los países de la región sufrieron agresiones a su institucionalidad democrática. Por ejemplo, el golpe de Estado protagonizado por Hugo Chávez el 92, o los actos subversivos organizados por Evo Morales y sus secuaces en Bolivia entre el 2000 y el 2003. Donde metieron sus garras, dejaron luto, sangre, muerte y caos.
Con la victoria electoral de Hugo Chávez el 98 y el golpe de Estado de Evo Morales el 2003, el Foro de Sao Paulo se metió al bolsillo a dos países estratégicos: Venezuela por la renta petrolera y Bolivia por su, muy envidiable, posición geográfica. Finalmente, después de varias décadas Fidel Castro había logrado su sueño de expandir su tiranía más allá de Cuba.
Desde el comienzo de su mandato, Morales mostró su sometimiento a La Habana. Primero, aceptó que las «misiones médicas» cubanas lleguen a Bolivia. Luego permitió que fuerzas militares (cubanas y venezolanas) operen en territorio nacional. Finalmente, expulsó a la DEA del país. Moría la republica de Bolivia, nacía el narcoestado plurinacional.
De igual manera, Evo Morales ha redireccionado la política exterior boliviana en defensa del narcotráfico. Por citar un caso, el 2015, en La Sesión Especial de la Asamblea de las Naciones Unidas sobre Drogas, reunida para revisar y mejorar las políticas sobre la materia, el cocalero afirmó, de manera orgullosa, haber expulsado a la DEA y, al mismo tiempo, mejorado la lucha contra el narcotráfico sin la intervención de los Estados Unidos.
Sin embargo, a pesar del discurso artificialmente ideologizado, la realidad muestra todo lo contrario. Bolivia es un narcoestado gobernado por un cártel. Al respecto, el jurista boliviano, Carlos Sánchez Berzaín, expresa lo siguiente:
Por eso, no debería extrañarnos que la dictadura boliviana haya empezado su ataque final contra Santa Cruz. Uno, porque la dramática situación económica del país requiere que la población se encuentre incapacitada de protestar ante la devaluación, la inflación y el gasolinazo. Dos, porque la creciente demanda de cocaína boliviana necesita que más tierras sean convertidas en cocales.
Pero el peligro de la narcodictadura no se limita a Bolivia.
Desde la llegada de Pedro Castillo a la presidencia de Perú, Evo Morales ha intentado expandir su red de narcotráfico a ese país. Luego del fracasado intento de golpe por parte de Castillo, Morales ha intervenido con mayor fuerza en el país vecino, incluso movilizando ciudadanos bolivianos en los conflictos en la provincia peruana de Puno. Por eso, la presidente Dina Boluarte, ha decidido negarle el ingreso a Evo y sus bandoleros a territorio peruano. La lucha de nuestros pueblos no es entre dos opciones políticas, sino entre narcosocialismo y patria.