La izquierda siempre ha pretendido acabar con nuestras libertades. En honor a la verdad, en casi toda Iberoamérica lo ha logrado. Sin embargo, todavía quedan pequeños espacios que están lejos de sus garras, por ejemplo, nuestra fe.
Lo anterior no significa que vayan a dejarnos en paz, para nada. De hecho, ya son varias décadas que nuestra cultura católica es atacada sin piedad. Por ejemplo, es muy común que profesores repitan a sus estudiantes varios de los mitos sobre España y América, entre ellos, el saqueo de recursos naturales o un supuesto genocidio de los pueblos originarios. Puras falsedades que los panegiristas del mal pretenden convertir en verdad. Veamos.
Felipe II ordenó la creación de cátedras de las lenguas indígenas para fomentar su estudio. Incluso en el año 1539, los Jesuitas publicaron un catecismo titulado: Doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana. Además, el alcance de su política fue tan efectivo que, en noviembre de 1568, se ordenó al Virrey del Perú que todo descubrimiento o conquista llevase paralela una información etnográfica, geográfica, así como acerca de las conductas, costumbres y formas de vivir de los indígenas.
Lo anterior son pinceladas de la preocupación que tenían los monarcas por sus súbditos de las tierras lejanas. Los indígenas no solamente debían ser liberados de sociedades tiránicas como Los Mayas, Aztecas, Incas y otras, sino también de descubrirles un mundo moderno, e incluso la existencia de la rueda, desconocida en el mundo precolombino.
Al contrario de algunas fuerzas coloniales que sólo buscaban saquear recursos, los españoles levantaban ciudades, estructuras y aportaban tecnología en beneficio de todos.
De todas maneras, es muy difícil hacer una valoración de la presencia de España en América. Pues se trata de cuatro siglos (1492–1828), y de una extensión territorial que iba de Dakota hasta La Patagonia. Pero si hay un hecho que es históricamente demostrable: la América Hispana, una vez pacificada, apenas vio guerras, ni siquiera civiles.
La cosa se puso negra después de los procesos independentistas. Naciones que habían sido hermanas emprendieron largas guerras entre ellas. Pueblos indígenas ―que durante siglos habían sido protegidos por la Corona de España― fueron casi exterminados, hasta sus lenguas prohibidas.
Todo este caos siempre fue aprovechado por caudillos. Sus intenciones, aunque disfrazadas de nobles propósitos, siempre fueron la toma y permanencia indefinida en el poder. Una tragedia de la que la región no puede salir desde el Siglo XIX.
Ahora, a todo lo anterior, debemos agregarle un componente más maléfico: El progresismo y todas sus ramas.
Movimientos como el feminismo, el ecologismo y el abortismo buscan acabar con la vida humana, a la que consideran un peligro para la Pachamama. Sus consignas siempre giran alrededor de un apocalipsis ambiental causado, eureka, por la «sobrepoblación».
Para estos histéricos el nacimiento de un niño no es motivo de alegría, sino de preocupación. Por ende, sociedades como las nuestras, que todavía tienen poblaciones jóvenes, deben ser forzadas a legalizar el aborto, o inducidas a frenar la procreación dentro de los matrimonios.
Obviamente, el mensaje de esperanza de la escatología cristiana choca de frente con los pronósticos catastróficos del progresismo. De ahí, que sus ataques siempre se dirijan a los cristianos de las diferentes denominaciones. Los progres y sus amos globalistas nos quieren sin esperanza, tal como dicta la agenda 2030 de la ONU.
Sin embargo, el nacimiento de Cristo es la esperanza renovadora. Durante el Tiempo de Navidad celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de Dios. Así como la luz del día despeja la oscuridad de la noche, la luz de Cristo nos ilumina en un mundo lleno de maldad. Abrace a sus seres queridos, no hay nada más hermoso que un abrazo navideño. Sea feliz, aunque sea por joder a los malos.
¡Feliz navidad!