Hay un detalle, nada pequeño, por cierto, que me separa de varios analistas políticos de mi natal Bolivia, en particular, y de la región, en general. A diferencia de mis colegas, yo no considero al Socialismo del Siglo 21 como un grupo político, sino como una organización criminal.
Sucede que no se puede poner en el mismo saco a gente como Gonzalo Sánchez de Lozada, por ejemplo, con pandilleros como Nicolas Maduro, Evo Morales o Hugo Chávez. El primero, en la década del 80, diseñó un programa de gobierno para salvar mi país de la hiperinflación. Los otros hundieron sus naciones en crisis económicas, violencia, terrorismo de Estado y narcotráfico. Con el primero se puede discutir sobre Política, sí, Política con mayúscula. En cambio, con los otros hay que estar atento para que no te afanen la billetera o el celular, y no es broma, por si acaso.
Además, endeudar a sus naciones, destruir la economía de millones de familias hispanoamericanas, despilfarrar las rentas de vejez, manipular procesos electorales, y acosar con impuestos a los emprendedores, todo con el único fin de ostentar indefinidamente el poder, no puede considerarse política. Es un Iter criminis, o la planificación premeditada de varios delitos. Pero también hay que considerar el uso de la violencia contra opositores y contra sus propias ciudadanías.
Pero no me crea a mí, sino a los propios ideólogos castrochavistas, entre ellos, Néstor Ceresole, Álvaro García Linera o el propio Lula da Silva.
En su libro, Caudillo, ejército, pueblo: La Venezuela de Hugo Chávez, Ceresole recomienda que Hugo Chávez debe modificar la constitución de su país, destruir la institucionalidad de las Fuerzas Armadas, centralizar en el Estado la actividad económica. Además, de manera directa promueve la violencia contra los opositores a su revolución.
Por su parte, el boliviano Álvaro García Linera, quien en los 90 formó parte del grupo terrorista EGTK, no se cansó de promover la violencia callejera durante los levantamientos subversivos del 2003 en Bolivia. Ya de vicepresidente, en un acto político en la provincia de Achacachi ―uno de los bastiones de los pandilleros bolivianos― sus palabras fueron: «Fue aquí donde aprendí a amar, pero también a matar».
Ni que decir de Lula da Silva, pues en su gestión explotó el escándalo de corrupción más grande de la región, y que incluye a varios gobiernos ligados al Socialismo del Siglo 21. Al respecto, el jurista boliviano, Carlos Sánchez Berzaín, en su artículo titulado: Lula, Castro Y Chávez, los jefes del crimen organizado en la política, afirmó lo siguiente:
A lo anterior hay que sumarle un detalle, Lula patrocinó que la dictadura boliviana destroce el TIPNIS, una reserva ecológica, y reprima cruelmente a los indígenas de esa zona. Ahora esta red delincuencial, luego de la caída de Pedro Castillo, está atacando el Perú. En ese afán, cuenta con el apoyo de la dictadura boliviana y de otros miembros de su franquicia pandillera. No es política, es crimen transnacional de la peor calaña.