Desde Adam Smith sabemos que los monopolios siempre son ineficientes. “El precio del monopolio siempre es el más alto posible; el precio natural o el de libre competencia es el más bajo posible”, dice el padre de la economía moderna. En un vano intento de seguir con esa tradición la Constitución Nacional del Paraguay de 1992 reza en su artículo 107: “No será permitida la creación de monopolios” y, sin embargo, el Instituto de Previsión Social (IPS) es un monopolio que medra a la sombra y amparo de un Estado corrupto que lo utiliza para fines particulares del aterrizado político de turno.
En teoría el IPS es de los asegurados. Pero eso es solo el slogan. La realidad nos dicta que IPS es de los políticos y que estos han obligado, de forma monopólica, a cotizantes y patronales a elegir el IPS como seguridad social. Si usted es empleado, debe aportar 9% a IPS; si usted es empleador debe aportar 16,5 % a IPS. No hay discusión al respecto, así como tampoco hay competencia, ni libre concurrencia. Los resultados saltan a la vista. El servicio de salud es paupérrimo, la gestión ineficiente, las instalaciones se caen a pedazos, los malos profesionales son amparados por sindicatos corruptos y venales; los buenos profesionales, maltratados por un sistema injusto, medicamentos vencidos y el futuro de la previsión social, representado por los fondos jubilatorios, entregados a empresas o destinados como garantías para pagar préstamos que, es casi seguro, serán despilfarrados en aras del poder político.
Es el precio que todos los paraguayos cotizantes de IPS pagamos por la ineficiencia y la corrupción de un monopolio, un precio demasiado alto porque es el precio del futuro.