Antes de entrar en materia, pido disculpas al público por mi demora en pronunciarme, pero preferí aguardar que estuvieran ya los resultados y luego analizar con calma los mismos. Recordemos que el pasado 8 de noviembre de este año, tuvieron lugar en Estados Unidos las llamadas “elecciones intermedias”, básicamente se trató de una renovación total de la Cámara de Representantes y una parcial de la Cámara de Senadores, más 36 gobernaciones, entre las más importantes Arizona, Florida, Nueva York, Texas, entre otros.
El contexto de esta elección fue bastante duro en términos generales, a saber: a escala internacional una guerra en Europa con la invasión de la potencia rusa a Ucrania, la volatilidad de los precios de las energías (petróleo, gasolina y electricidad), déficit de granos en el mercado mundial y; aguas adentro de EEUU, una histórica inflación, el asedio legal contra el expresidente Donald Trump y una alta desaprobación de la gestión del presidente demócrata Joe Biden.
Con ese contexto, la lógica apuntaba a que los republicanos iban a barrer las elecciones intermedias, sobre todo, en el sector parlamentario, pues, con un electorado altamente inconforme con la gestión presidencial, hacía suponer que la oposición debían captar un sólido apoyo, por ello, se pronosticó la “marea roja” –ojo no la de Chávez o la del matón venezolano Diosdado Cabello- sino roja en alusión al color de partido republicano.
Los resultados en crudo: en la Cámara de Senadores contra todo pronóstico más bien los demócratas terminaron ganando 1 escaño para quedar en 49, al tiempo que los republicanos perdieron 1 para quedar en 48, además queda por definir el Estado de Georgia cuya disputa se medirá entre dos afroamericanos y seguramente ganará el demócrata. Donde sí cambió la situación, fue en Representantes dado que los republicanos de los 435 llegaron al número mágico de los 218 escaños, lo cual le dio una precaria mayoría, aunque al menos lo suficiente para eyectar de la presidencia (no así de la Cámara) a la octogenaria Nancy Pelosi.
Ahora bien, ¿qué es lo que sigue en la política estadounidense luego de estos resultados? Lo primero y fue un efecto casi inmediato, es el contra-ataque republicano, con el debilitamiento de la Comisión que investiga los hechos del 6 de enero, una absurda y hasta ilegal comisión, pues, ya el presidente Trump fue exonerado de cargos y responsabilidad alguna en un juicio político, por lo que pasó a la historia como el único mandatario estadounidense en ser sometido dos veces a juicio político en el Senado.
Pero no todo quedó allí, el nuevo líder de la Cámara, Kevin McCarthy anunció la instalación de una comisión para investigar nada más y nada menos el caso de la laptop de Hunter Biden (la oveja negra de los Biden), además de los viajes en el avión presidencial en carácter de “consultor” cuando su papi era el Vice-Presidente de Obama y pescaba jugosos contratos en China, Ucrania, entre otros países, en franco y evidente choque de intereses, amén que los Biden usaban esa posición para obtener tales contratos privados. En fin, McCarthy desatendió la arrogante advertencia del presidente Biden quien dijo: “Nadie se mete con un Biden”, tratando de proteger a su hijito y lógicamente así mismo.
Días más tarde, como ya estaba cantado, el expresidente Donald Trump anunció –muy prematuramente- su candidatura para la nominación republicana, tal vez, sus asesores escogieron dicha fecha apalancados en la “marea roja”, pero ésta no ocurrió. Igualmente, Trump, ya más repotenciado tras su regreso a Twitter, se subió al ring, pero ¿Qué tan fuerte resulta ahora?
La verdad, muy a mi propio pesar, es que Trump lejos de resultar fortalecido el 8 de noviembre, más bien terminó magullado. Primero, el voto de la mujer y fundamentalmente las independientes, pese a que no están de acuerdo con la gestión de Biden, tendieron a votar por candidatos demócratas en el parlamento con miras a que éstos mantengan el abordo como un “derecho de la mujer”. Ese fue el factor clave a la hora de la votación y lo que impidió en gran medida que los republicanos barrieran a los demócratas estas intermedias.
Segundo y no menos importante, el ciudadano estadounidense es celoso de la “estabilidad” y de alguna manera está consciente que Trump al menos se excedió el 6 de enero y el asalto al Capitolio tiene una alta dosis de rechazo en el público. Todo ello, despeja el camino para figuras republicanas más jóvenes y con mayor aceptación, me refiero a Ron DeSantis (Gobernador de Florida) o Paul Ryan (expdte. de la Cámara de Representantes), además de otras figuras que se asoman a la arena como el propio ex Vicepresidente de Trump, Mike Pence y ya muy rezagado el Senador Mitt Romney. Finalmente, el Senador Marco Rubio, hoy ferviente trumpista, pero éste hábil político hispano-estadounidense cuando vea a Trump empezar a quedarse solitario, seguro se acercará a DeSantis.
En fin, no avizoro un final muy positivo para Trump dentro de las propias filas republicanas, los resultados de estas elecciones envían un meta-mensaje: bajar la dosis de conflictividad y de choque de la política estadounidense para devolver así la tradición de convivencia más o menos pacífica entre las partes, algo que con Trump no será posible, además y por contradictorio que parezca, Trump contra Biden o Harris no se proyecta como ganador y esto lo saben los republicanos. Pero no todo está dicho, aún Trump le queda mucha gasolina en el tanque, así que el tiempo será el gran definidor de esta contienda republicana.