Las casi dos décadas que el Movimiento Al Socialismo lleva en el poder ―la gestión de Carlos Mesa (2003 – 2005) fue un cogobierno con Evo Morales― se caracterizan por una sola cosa: La mentira.
Le dijeron a Bolivia que eran un partido político. Pero no, su estructura y formas de operar se adaptan a las bandas delincuenciales.
Prometieron que cuidarían de los indígenas y de la naturaleza. Sin embargo, masacraron sin piedad a las etnias de las tierras bajas. Además, destrozaron el TIPNIS para traficar cocaína.
Hablaron de industrializar el gas. Empero malgastaron la renta gasífera en sostener la dictadura de Morales. Eso que llamaron El Modelo Económico Social Comunitario Productivo (MESCP), no fue más que la irresponsable práctica de gastar a manos llenas. Tuvieron mucha suerte, ya que la bonanza de los precios internacionales de las materias primas (2006 – 2014) permitió que la dictadura pase desapercibida. Los bolivianos adormecieron sus oídos y ojos para no ver ni oír las violaciones a los derechos humanos ni la destrucción de la democracia.
Aseguraron, también, que Bolivia era un oasis de la economía mundial. No obstante, la CEPAL, una institución que difícilmente puede ser acusada de «neoliberal», señala que, desde mediados de la década del 2000, Bolivia es uno de los países que ha recibido una de las menores tasas de Inversión Extranjera Directa (IED) de la región. Siempre compitiendo por los últimos lugares con Paraguay, y muy lejos de otros países como Uruguay, Perú, Chile y Colombia. Para poner la cereza al pastel, es el único país con cifras negativas de IED en los años 2019 y 2020. Se lo traduzco al sencillo: Ningún empresario decente está dispuesto a invertir grandes capitales en un narcoestado.
Los próximos años serán claves, ya que la dictadura no tiene ningún plan económico. Sin renta gasífera, el deterioro de las cuentas fiscales avanza a toda velocidad. Seguimos gastando igual, pero no dinero propio, sino créditos internacionales.
El economista Antonio Saravia, en su artículo: La mentirosa demanda interna, afirma lo siguiente:
Es evidente que aquellos que presumían de gobernar obedeciendo al pueblo, están hipotecando el futuro de las próximas generaciones de bolivianos.
¿En qué quedó su promesa de impulsar la industria nacional?
Los trámites en Bolivia ―como en cualquier otro país que haya sido capturado por estos patanes― son lentos y tortuosos. Cualquier boliviano que quiera montar una empresa se va a encontrar frente a papeleos absurdos. Los verdaderos generadores de riqueza y desarrollo son obligados a gastar más de cuatro meses en visitas a oficinas burocráticas.
Puesto que el voto fuerte del Movimiento Al Socialismo se concentra en la enorme cantidad de empleados públicos, el régimen no tiene ninguna intención de resolver toda esa ineficiencia y falta de competitividad.
Todo este caos planificado, o la psicología del nudo, como la llaman otros, tiene como meta final complicar la vida del boliviano para tenerlo ocupado en resolver el día a día. Así como convertir al Estado en el mayor empleador y proveedor de educación. Una forma de esclavitud moderna donde tienes que obedecer para poder comer. Nos dicen que salimos de la crisis, pero nos arrastran a la miseria. No es política, es terrorismo de Estado.