Es cuestionable partir de la hipótesis de que las personas entienden de materia económica cuando votan a un candidato político que promete reformas económicas. Usualmente una abrumadora parte de los electores, no solo, no han leído esas “reformas”, sino que, aunque las leyeran no tendrían conocimientos económicos para formarse una opinión apropiada de las mismas.
_“La política económica es la actividad primordial del estado moderno, lo cual convierte las convicciones económicas del electorado en unas de las más _ si no la más _ relevantes políticamente hablando. Si los votantes fundamentan sus preferencias políticas en modelos económicos profundamente errados, el gobierno, con toda seguridad, desempeñará sus tareas económicas básicas de un modo deficiente”_ decía Bryan Caplan en su clásico “El mito del votante racional: ¿por qué las democracias eligen malas políticas?
La realidad es que los políticos son “cazadores de votos” y si la gente posee ideas irracionales sobre cómo funciona la economía, no podemos esperar que los primeros se propongan contrariar a su electorado, ya que perderían votos ¿Por qué un político intentaría educar en economía a su electorado a riesgo de perder votantes?
Más importante aún, incluso asumiendo la racionalidad del votante, por qué el votante promedio dispondría de su tiempo, recursos y energía para investigar y estudiar economía si su voto posee un rendimiento “marginal” en el resultado de una contienda electoral. Ninguna persona racional haría eso.
La democracia es un atolladero desde la economía conductual. Sean los votantes racionales o irracionales los resultados tenderán a ser paupérrimos porque no existen los incentivos para que los individuos confronten sus ideas irracionales en economía. Entonces, un poder político con el menor margen de discrecionalidad, que meta poco “sus manos” en la economía, es lo recomendable.