En la sociedad de consumo masivo y de inventos de la mercadotecnia, en la que todo se vuelve postizo y mero sujeto de imitación, se ha dado un reciente escándalo que tiene visos de alcanzar enormidad. Cada vez más y más evidencias científicas y jurídicas indican que durante la llamada “Pandemia de COVID 19”, las megacorporaciones médico-farmacéuticas actuaron de manera absolutamente inmoral y pérfida, aprovechándose del delirio y la psicosis que se generó por medio del bombardeo propagandístico sobre una población idiotizada y bobalicona que se traga todo el “desierto de la híper realidad” transmitido desde los canales de radio, televisión y redes sociales.
No es cuestión de detallar a la montaña de evidencia que se está acumulando respecto al pésimo “manejo sanitario” de la denominada “pandemia de COVID 19” por parte de los actores políticos de cada país. Pero si a eso se suma la falta de los más mínimos escrúpulos ante la tragedia humana, venida de los grandes oligarcas del turbo-capitalismo globalista, pues tenemos que el plato estaba servido y bien servido. No queremos colgarnos medallas, pero digamos aquí y ahora que estuvimos entre los pioneros en cuestionar toda la situación delirante que se desató con la histeria de la “pandemia”.
Como somera descripción de la comidilla de errores, señalemos que nos obligaron a utilizar por larguísimas horas del día las anti-higiénicas, insalubres, contraproducentes, contaminantes e inservibles mascarillas; impusieron cuarentenas absurdas y tiránicas a la población que tuvo que sufrir terribles descalabros económicos por tan insana medida, para colmo de males, se inventó “de la nada” el ilógico e irracional acto de “cuarentenar a gente sana”, cosa tan estúpida que sí es que existieran los alienígenas del espacio, evidentemente se estarían desternillando de la risa al ver esta comedia alucinante acaecida en el Planeta Tierra; se desprestigió y desacreditó a todo aquel que propusiera tratamientos o protocolos médicos alternativos (en base a evidencias científicas) a la totalitaria versión de que solamente se podía combatir al SARS-COV-2 con la sacrosanta vacuna. De esta manera, solamente el Paraguay tiene contabilizados aproximadamente 20 mil muertos “por la pandemia”, con todo lo que eso pueda significar, porque no necesariamente murieron “de COVID” sino también “con COVID”, para no decir que cada vez parece más probable que haya existido un terrible manejo sanitario a nivel general. ¿Qué pasó con los pacientes de cáncer, de la influenza (que por dos años “dejó de existir” en las estadísticas), de enfermedades infecciosas y no infecciosas varias? Pues eso… Pues eso… Dejaron de existir…
Pero lo más gracioso de todo es el cuento que fue surgiendo a lo largo de los días respecto a la “pandemia” y que persiste incluso hoy, con porfía y pertinacia, a pesar de los cada vez mayores indicios y pruebas de que la histeria e irracionalidad superaron con creces a la moderación y la ciencia en el manejo de la situación vivida en los últimos dos años. Hasta ahora se sigue tildando de “anti-ciencia” y de “conspiranoicos” a todos los que hacen cuestionamientos lógicos, coherentes y bien fundamentados respecto a lo ocurrido durante la “pandemia de COVID 19”.
Es realmente risible puesto que, se supone, en el terreno de la “ciencia” (más correctamente, el “método científico”) lo que uno debe hacer, en todo tiempo y lugar, es cuestionar. Hacer preguntas, incómodas, atrevidas, arriesgadas, incluso temerarias sí hace falta cuando aparecen situaciones en las que se toman decisiones que afectan a la vida de las personas. Lo único verdaderamente “anticientífico” es no ser absolutamente inquisitorial, no exigir explicaciones ante cada nuevo descubrimiento, ante cada novedosa revelación a la que llega el hombre por medio de la utilización de ese instrumento de su intelecto al que llamamos “ciencia”.
Claro que la cosa no es ser “rebelde sin causa” por el mero hecho de la rebelión. La anarquía riñe con la sana ciencia, que siempre requiere de un trabajo autorizado y estructurado, con procedimientos y reglas más o menos claras, aunque no necesariamente rígidas y draconianas, a la hora de llevarse a cabo las investigaciones (a pesar de Paul Feyerabend, quien tiene razón cuando critica al “oportunismo científico” con todas sus manifestaciones). Pero tampoco puede caerse en la sumisión al “chamanismo posmoderno” que es creer, a pies juntillas, lo que digan los presuntos “científicos” quienes, al fin y al cabo, son humanos y demasiado humanos como cualquiera de nosotros. Solamente la Iglesia Católica, Madre de todas las Ciencias, es infalible. Los demás, lo dudo mucho…
Aunque tengo por meta personal extirpar a todo pensamiento anglosajón de mis humildes escritos, aquí deberé recurrir a un interesante teórico de la ciencia llamado Alfred North Whitehead (1861 – 1947), con quien tengo diferencias, pero a la vez, sus ideas nos sirven para ilustrar algunos asuntos del tema en cuestión. Este individuo admiraba bastante a San Juan Enrique Newman, el inglés que reconoció que la Secta Anglicana era incompatible con la Verdad Revelada y terminó siendo un Cardenal de la Santa Iglesia.
Para Whitehead (deberíamos investigar si fue pariente del Ingeniero Whitehead que vino a trabajar en el Paraguay en tiempos del Mariscal López y que murió en “extrañas circunstancias” poco antes de la Guerra de la Triple Alianza) en su libro “Ciencia y el Mundo Moderno”, inspirándose un poco en el mencionado Cardenal Newman, habla del “Desarrollo de la Doctrina” como elemento fundamental del conocimiento humano. Whitehead afirmaba (palabras más, palabras menos) que “la Inquisición decía que el Sol gira alrededor de los planetas; Galileo decía que eran los planetas los que giraban alrededor del Sol y luego los astrónomos newtonianos aseveraron que tanto los planetas como el Sol se mueven; pero actualmente podemos decir que en cierto sentido, las tres versiones son correctas y a la vez equivocadas”.
¿Por qué puede Whitehead aventurarse a tal frase, tan picante y sugerente? Porque el mencionado autor nos dice lo que hoy, tal vez, todos sabemos: el conocimiento “científico” cambia tanto y tan rápido que es simplemente absurdo mantenerse con rigidez en torno a tal o cual afirmación, puesto que cada una de ellas encierra una verdad, parcial e incompleta, pero verdad al fin y al cabo. A partir de estos razonamientos, el inglesito afirma que uno de los riesgos en que podía caer la humanidad entera se hallaba, precisamente, en el intento de querer reducir todo a “explicaciones científicas rígidas” (lo que hoy llamaríamos “cientificismo”) olvidando el hecho claro y contundente que precisamente, en la ciencia, no existe eso que llamamos el “hecho incuestionable”.
Por añadidura, una conducta “anticientífica” es la que pretende imponer por la fuerza cualquier versión respecto a los fenómenos observados por medio de los métodos humanos. ¡En la llamada “Ciencia” no existen los “dogmas”! ¡Solo la Iglesia Católica tiene ese poder!
El peligro que Whitehead avizoraba era que el “cientificismo” podía tomar el lugar de la “verdadera exploración y aventura científicas”. Es decir, anquilosarse y generar una especie de “pseudo-religión”, pero en el mal sentido de dicha expresión, lo que significaría que las “instituciones científicas” tomen una especie de rol cuasi-teológico, algo así como que los “héroes de blanco” sean vistos como Sumo Sacerdotes intocables y que las megacorporaciones médico-farmacéuticas sean consideradas como “templos inmaculados e infalibles del turbo-capitalismo”. ¡Absolutamente lo contrario a lo que debería ser la “ciencia”! Por esta razón, Whitehead concluía afirmando la importancia de la Religión, entendida esta de su manera positiva, como el contacto del ser humano con Dios y la Verdadera Adoración que al Divino Creador se debe realizar de manera a que la conducta y los instintos del hombre sean correctamente dirigidos hacia la nobleza de espíritu. Pues aunque en nombre de la Religión se cometieron actos de barbarie (según Whitehead), ella ha ido “purificándose y elevándose” con el paso del tiempo. Lo contrario ha ocurrido con la Ciencia, que por cada vez que se desarrolla, más y más se incrementa la capacidad de los hombres para coaccionar a los demás y para destruir todo a su paso. ¡Hiroshima y Nagasaki!
La “Pandemia de COVID 19” nos ha demostrado todo el daño que se puede hacer “en el nombre de la Ciencia”. Era este el temor de Alfred North Whitehead tanto como el de Paul Feyerabend, el epistemólogo anarquista quien compartía esa visión. Es “el desierto de la híper realidad” como diría Jean Baudrillard, en descripción más o menos catastrofista en la que el mundo posmoderno no es sino la proyección de mil imposturas propagandísticas o percepciones forzadas sobre una población que las absorbe sin cuestionarlas, que “consume por el mero hecho de consumir”. Nos dijeron que había “Pandemia de COVID 19”, ¡pues a consumir se ha dicho! ¡Compre vacunas, compre tapabocas, compre ivermectina, compre lavamanos portátil, compre guantes, compre alcohol, compre todas las noticias sobre el tema sean ellas pro o contra, compre todo y compre más! ¡Ah, pero no se atreva Ud. a cuestionar a lo que los Sumo Sacerdotes de la Ciencia han dicho sobre el tema! ¡No sea que le acusen de conspiranoico anti-ciencia!
Es importante recordar que la “ciencia” es un instrumento del hombre, no el hombre un instrumento de la “ciencia”, en resumidas cuentas. ¿El instrumento puede fallar? Claro, epistemología básica. ¿El usuario del instrumento puede fallar? Claro, epistemología básica. Pero los errores se multiplicarán de manera logarítmica en el momento en que el usuario del instrumento se vuelve esclavo del mismo instrumento que pretende utilizar, sin conocerlo bien ni revisarlo según las eventualidades que surjan. ¡Se supone que los seres humanos somos capaces de controlar y cuestionar a nuestra propia ciencia y no viceversa!
Entonces uno empieza a ver la necesidad extrema de todo aquello que ya en su tiempo enseñaba el Conde Joseph de Maistre (lo que Whitehead más o menos pretendía afirmar mucho después): la ciencia no puede funcionar correctamente sin la filosofía y la filosofía no puede funcionar correctamente sin la teología. Sin embargo, en el mundo posmoderno la teología fue extirpada del pensamiento público, la filosofía reducida a mero materialismo sensualista (el liberalismo es pecado) y la ciencia por consiguiente, nos puso en cuarentena incluso a los que estuvimos siempre sanos y sin síntomas de COVID. ¡Y nada de cuestionar!
No pretendo tener la última palabra en este sentido, es más, estoy dispuesto a admitir que podría estar completamente equivocado… Pero humildemente, creo que estar abierto a reconocer esa posibilidad me pone muy por encima de los “fanáticos de la ciencia” que se llenan la boca con acusaciones hacia los supuestos “anti-ciencia” que pululan, según ellos, difundiendo sus teorías conspirativas que “hacen daño a la sociedad”. Para esta clase de personajes que son “zientificoz” encaja perfectamente el refrán de sabiduría popular (es decir, contundencia infalible) que dice: “dime de lo que te jactas y te diré de lo que careces”.
Creo que es adecuado cerrar esto con una canción de maldito rocanrol, bien metálico. Los armenios (católicos, obvio) de System of a Down escribieron alguna vez un temazo llamado “Science” que Ud. debe escucharlo completo, traducirlo y analizarlo. Es cortito y dice así en su parte final:
“Spirit moves through all things… Science has failed our Mother Earth” (El espíritu se mueve a través de todas las cosas… La ciencia le ha fallado a nuestra Madre Tierra).