La palabra «feminazi» se ha extendido en diversos países para referirse a las partidarias del feminismo radical o feminismo de género, una ideología que poco tiene que ver con el feminismo original.
Hace once años ya os expliqué aquí la diferencia entre el feminismo de equidad de las pioneras del feminismo, y el feminismo de género actualmente promovido por la izquierda. Una diferencia que señaló ya en 1994 una feminista liberal, Christina Hoff Sommers. El feminismo de equidad buscaba la igualdad de oportunidades y la igualdad ante la ley. Eran metas loables y que ya han sido ampliamente alcanzadas en todo el mundo occidental. Por el contrario, y cito a la doctora Sommers, el feminismo de género sostiene «la idea de que chicas y chicos son lo mismo y que la masculinidad y feminidad son, simplemente, un asunto de condicionamiento social». Es una idea del todo cuestionable pero que está siendo impuesta como si fuese un dogma indiscutible, recurriendo al victimismo por sistema. Sommers considera -con razón- que la izquierda robó el feminismo para disfrazar sus tesis ideológicas. Al hacerlo, lo deformó brutalmente. Aunque el término «feminazi» fuese acuñado a la ligera para remarcar el carácter autoritario de ese feminismo de género, hay que reconocer que los parecidos entre esta ideología y el nazismo no son escasos. Veamos algunos:
1. Ambas son ideologías totalitarias
La característica básica de una ideología totalitaria es que pretende someter a todo un pueblo al dominio de una única ideología que invada todos los aspectos de la vida social e individual. Esto quedó muy patente en el nazismo, igual que en el comunismo, con el uso de una amplia maquinaria represiva dirigida a silenciar toda forma de disidencia. En el caso del feminismo de género, su hoja de ruta totalitaria se está implantando en países democráticos, lo cual es muy alarmante. Políticos que se dicen respetuosos con las libertades no tienen reparos en establecer leyes e instaurar sanciones para imponer esa ideología y sus más que discutibles planteamientos, estigmatizando al que discrepa. Uno de los principios básicos de toda sociedad democrática es que todo sistema de ideas puede ser puesto en duda y contrastado con la realidad: el feminismo de género no acepta esto. Sus partidarios pretenden que todos aceptemos sus dogmas ideológicos de forma acrítica y sin rechistar. Es lo propio de una ideología totalitaria.
2. Ambas son ideologías de origen socialista
Igual que el fascismo italiano, el nazismo surgió como una forma nacionalista de socialismo (de hecho, el nombre completo de la ideología es «nacional-socialismo») en oposición al socialismo internacionalista del marxismo. A su vez, el feminismo de género surgió del socialismo marxista, formulado por militantes comunistas como Shulamith Firestone o Simone de Beauvoir. A día de hoy, el feminismo de género es una de las franquicias más potentes del llamado marxismo cultural. Curiosamente, su mayor éxito es que sus dogmas están siendo asumidos por políticos de izquierdas y de derechas, algo que también ocurrió con el nazismo, cuyas tesis nacionalistas y antisemitas prendieron más allá de sus filas, tanto en la derecha como en las filas comunistas.
3. Ambas odian a millones de personas por razón de su nacimiento
Una de las características más conocidas del nazismo era el antisemitismo, esto es, el odio acérrimo contra millones de personas por el mero hecho de ser de raza judía. Los nazis dirigieron contra los judíos unas formas de propaganda atroces, culpándoles de toda clase de males. En el caso del feminismo de género, su discurso de odio se dirige contra media humanidad: miles de millones de personas cuyo «crimen» es haber nacido varones. Igual que hizo el nazismo con los judíos, el feminismo izquierdista culpa a los hombres de toda clase de males, una demonización que se resume en un concepto: el «patriarcado», al que se cita como la fuente de toda clase de fatalidades, en los mismos términos que el nazismo con el judaísmo. Se da la circunstancia, además, de que en el feminismo de género empiezan a formularse «soluciones» para los varones muy parecidas a las propuestas por el nazismo contra los judíos. En 2015, una famosa feminista inglesa sugirió meter a todos los hombres en campos de concentración. El año pasado, la directora de un diario progresista manifestaba su meta en 2018: «matar a todos los hombres». Por cosas más suaves que éstas le abren a cualquiera un proceso judicial por un «delito de odio», pero las feministas de género parecen tener barra libre para lanzar esas barbaridades.
4. Ambas son ideologías supremacistas
En el nazismo, el antisemitismo tenía su contrapunto en la exaltación de la raza aria, presentada como una raza superior a todas las demás: «La cultura humana y la civilización están inseparablemente ligadas a la idea de la existencia del hombre ario. Su desaparición o decadencia sumiría de nuevo al globo terráqueo en las tinieblas de una época de barbarie», escribió Hitler en su libro «Mi lucha». A su vez, el feminismo de género ha ido dando lugar a la aparición de un supremacismo feminista que considera a la mujer superior al varón. Han sido numerosas las declaraciones de diversas figuras políticas apostando por la «feminización» de la política como la solución a los problemas del mundo. El año pasado, un medio de comunicación progresista lanzaba este titular: «Confirmado: las mujeres son seres superiores a los hombres». La noticia apelaba a un estudio para concluir que «el cerebro del hombre tiende al egoísmo, mientras que el de la mujer es más proclive a la bondad». En mayo de 2006 el diario progresista El País publicó un artículo afirmando la superioridad de las mujeres sobre los hombres. Que haya medios que se creen serios y que publican esas cosas es para echarse las manos a la cabeza.
5. Ambas niegan el principio de igualdad ante la ley
Uno de los principios de la democracia liberal es que todos los ciudadanos somos iguales ante la ley con independencia de nuestra raza o sexo. El nazismo negaba este principio al establecer que había alemanes de primera (los arios) y de segunda (los judíos, discapacitados, gitanos, etc.). Cuesta entender que haya alguien que se atreva a cuestionar este principio en un país democrático, pero está ocurriendo. En España ya hay sanciones penales más duras para hombres que para mujeres por los mismos delitos, sanciones establecidas por los socialistas del PSOE -y mantenidas por los gobiernos de derechas del PP, por miedo a ser señalados como «machistas»- a pesar de que el Artículo 14 de la Constitución Española establece: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». El pasado mes de enero, el Parlamento Europeo aprobó un informe que propone más cargas fiscales para los hombres que para las mujeres, afirmando que cobrarles lo mismo es «una discriminación». Es el mundo al revés.
6. Ambas niegan el derecho a la presunción de inocencia
Durante el Tercer Reich, los tribunales nazis basaron muchas de sus condenas en farsas judiciales en las que el acusado estaba condenado de antemano y carecía de una auténtica capacidad de defensa. No existía la presunción de inocencia ni existían las garantías procesales propias de un país democrático. El feminismo también ha abominado del derecho a la presunción de inocencia de los varones, como se ha visto claramente en el movimiento «Me Too» en EEUU, convertido en un proceso inquisitorial en el que cualquier varón puede ser acusado sin pruebas y condenado a una muerte civil. En España, la vicepresidenta del gobierno ha dicho que los jueces tienen que creer «siempre» a las mujeres, aunque las mujeres pueden mentir igual que cualquier varón (y de hecho, ya ha habido casos de acusaciones falsas lanzadas por mujeres contra varones). Éste ha sido uno de los más graves ataques sufrido por los pilares de la democracia en muchos años, pero como se ha hecho en nombre del feminismo, muchos políticos y medios de comunicación lo han aprobado, demostrando hasta qué punto nuestro sistema de libertades se vuelve frágil si quienes tienen que defenderlo prefieren ayudar a demolerlo.