Cómo llegó la noche es un libro testimonial que relata el recorrido por varias prisiones castristas del comandante Huber Matos. Cuenta, entre muchas otras cosas, que en el año 1977 Fidel Castro buscaba aplacar las críticas a su régimen y, al mismo tiempo, conseguir dinero de Jimmy Carter (en ese entonces presidente de los Estados Unidos). Para eso, se vendió como paladín de los Derechos Humanos, aunque las cárceles estaban llenas de disidentes.
En el afán de perfeccionar su escena teatral, la dictadura mandó a construir «el pabellón de los Derechos Humanos» en la cárcel de Boniato. Unas instalaciones que para lo único que sirvieron fue para torturar a los presos políticos y asesinarlos de manera sofisticada, tanto que parecían suicidios.
Matos siempre afirmó, con mucha razón, que Fidel siempre supo sacarle provecho a la ingenuidad de los progresistas occidentales. Habilidad que le sirvió para invadir Venezuela, Bolivia, Argentina y varias naciones de África. Pero, especialmente, para mantener su imagen de «justiciero social».
Por eso no debería sorprendernos que la maquinaria propagandística de la tiranía más larga de Iberoamérica haya convertido a los homosexuales, uno de los grupos humanos que peor la pasó en los albores del régimen, en su fetiche para seguir vendiendo al mundo la idea de una Cuba «inclusiva» y «tolerante». Parece que, sin el menor reparo, los campos de concentración para los «desviados» ―sin olvidar la clasificación de «patología antirrevolucionaria» de la homosexualidad― quedaron atrás.
Esta estrategia de venderse al mundo como un lugar LGTB-friendly no ocurrió de la noche a la mañana. La dictadura la viene planeado desde mediados de los años 2000. Es una forma de borrar la imagen de homofóbicos de Fidel Castro y Ernesto Guevara. Además, resultó muy útil para reclutar nuevos militantes entre los milenillas y centennials.
Muchos de estos nuevos reclutas lucen orgullos la camiseta con la cara de El Che en las marchas LGTB. Pero no tienen ni idea que Guevara fundó la cárcel de Guanahacabibes para torturar y matar a más de 25000 homosexuales. Tampoco conocen que los Castro instigaban a sus seguidores a denunciar y golpear a cuanto gay se pudiera.
Para los mancebos revolucionarios El Nuevo Código de Familias y el matrimonio igualitario muestran al mundo lo progresista del mandato de Miguel Diaz Canel. Claro que no dicen nada sobre el déficit energético, que causa apagones de hasta diez horas, ni de la carencia de alimentos. Lo importante es que los homosexuales se puedan casar, aunque les falte desayuno, almuerzo, cena, trabajo, salud, educación, salarios dignos y, especialmente, libertad de pensamiento.
Sin embargo, una Cuba promoviendo la agenda progresista como la mayor de las «libertades» no es un hecho aislado. En Febrero del año 2021 se hizo público que desde la oficina del departamento de derechos humanos de la ONU se están recopilando los nombres de cualquier persona que se oponga de alguna manera a la agenda LGTB. La idea es recopilar una especia de lista negra ―sí, léalo bien, lista negra― de la que formen parte todas aquellas personas e instituciones que no comulguen con el progresismo.
La ONU, imitando a las peores tiranías, asume que los cuestionamientos a sus dogmas son delitos y crímenes. Da por sentado que cualquier divergencia sobre la ideología de género es un «discurso de odio» o la «negación» de derechos. Parece que la única diversidad que importa es la de la cama, todas las demás son prescindibles.
No sabemos si lo de Cuba es un sometimiento a la agenda globalista o tan sólo una estrategia de pinkwashing. Pero lo cierto es que, en varios países, la ONU va cerrando frentes para imponer su agenda. Por ejemplo, en mi natal Bolivia tanto el oficialista Movimiento Al Socialismo como la «opositora» Comunidad Ciudadana tienen elementos que promueven todos los puntos de La Agenda 2030.
¡Qué tiempos más locos!