Marc Ostfield, embajador de los Estados Unidos acreditado en nuestro país, una vez más se abocó a organizar y participar en manifestaciones que por muy pacíficas y loables que sean, son una actividad en la que no le corresponde participar por ser una violación del «Convenio de Viena».
Este convenio establece, entre muchas otras cosas, las funciones de un embajador acreditado ante otro Estado y habla, claramente, que las funciones se limitan exclusivamente a la representación de su Estado.
El artículo 41 de la Convención de Viena que establece que los diplomáticos deben «respetar las leyes y reglamentos del Estado receptor. También están obligados a no inmiscuirse en los asuntos internos de ese Estado».
La marcha del orgullo LGBT con todos sus reclamos no es, de ningún modo, parte de las obligaciones representativas de Ostfield, constituyendo un claro acto injerencista en la política local. Del mismo modo, tampoco forma parte de las atribuciones del personal de esa Embajada presentarse en audiencias judiciales, como se ha puesto de moda el último año.
En síntesis, injerencia extranjera es cuando un país opina o actúa sobre la situación política institucional o de instituciones u órganos de otro Estado. Las reglas de la diplomacia determinan que las relaciones diplomáticas son de amistad y no incluyen el opinar o calificar sobre cuestiones institucionales u órganos del poder público del estado receptor.
Si las cosas siguen así, muy pronto veremos al presidente cruzando la avenida Kubitschek, escoba en mano, a limpiar el patio trasero de la embajada al grito de “Paraguay se respeta”.