El perfil psicológico del progresista promedio es pirómano, ideológicamente es un digno hijo de Heráclito, tanto que no dudaría en quemar el mundo con tal de reinar sobre las cenizas.
Recuerde usted que, a los que creen que «este mundo está mal» o que «la sociedad occidental es opresiva», o que «el capitalismo es explotador», a estos agentes de la destrucción no les importaría entregar el planeta a las llamas para «purificarlo», quemar el Metro de Santiago o destrozar negocios y tiendas en la ciudad; o su correlato en el campo, someter a los tractores de productores al fuego vengador (?). ¿Todo esto para que? Todo con el fin de lograr su pretendida «utopía» final.
Como decía el filósofo conservador Edmund Burke sobre los hijos de la Revolución Francesa, aquella izquierda radical jacobina: «En los jardines de su academia siempre se termina viendo sólo patíbulos, se mire por donde se mire».
Para Heráclito el mundo progresaba en eterno devenir y cambio, y el fuego era ese símbolo, hoy el fuego es el símbolo y el arma del progresismo más peligroso, aquel que habla de las transformaciones.
Tengamos en cuenta que a ese otro maldito hijo ideológico de Heráclito, si, Karl Marx, quien había dicho: «Hasta ahora los filósofos se habían encargado de comprender el mundo, cuando de lo que se trata es de transformarlo».
Las ideas importan y todos y cada uno de nosotros somos insospechados vehículos de ellas: ideas que se expresan en la acción humana, aunque no lo lleguemos a entender del todo.