Las pandillas de tercera generación son el fenómeno social que marcan la historia de Iberoamérica en la última década del siglo 20 y las dos primeras del 21. Estos nuevos actores del crimen transnacional, usando alguna variante del discurso populista, tomaron el poder en Venezuela, Ecuador, Argentina, Nicaragua y Bolivia, aunque ya Fidel Castro había logrado hacer lo mismo en 1959.
En los gobiernos de las maras, en apariencia, se respetan los mecanismos que sostienen la democracia. Sin embargo, se asfixian a los partidos políticos, se dinamita la propiedad privada, se silencia a la prensa, se corrompe el sistema de justicia, se normalizan los fraudes electorales, y se modifican las constituciones con el objetivo de sostener en el poder indefinidamente al tirano de turno.
De manera paralela, las pandillas usan el terrorismo de Estado para anular las voces disidentes, incluso de los miembros de su propia organización. Se trata de sustituir la democracia por la dictadura de las gangs. Veamos el caso boliviano.
En la madrugada del 16 de abril del 2009 un comando elite de la Policía Boliviana ingresó al Hotel Las Américas de la Ciudad de Santa Cruz. Según los primeros relatos los policías se enfrentaron a un grupo terrorista equipado con armento militar y explosivos, los mismos que habrían sido utilizados contra los uniformados.
En la balacera habrían caído acribillados el húngaro boliviano Eduardo Rozsa Flores, el rumano Árpad Magyarosi y el irlandés Michael Dwyer. El boliviano-croata Mario Tadic y el húngaro Elod Toaso fueron llevados detenidos a la ciudad de La Paz.
Evo Morales, que el día del operativo se encontraba en Venezuela, acusó a la «derecha», a la embajada de los Estados Unidos y la «oligarquía fascista» de conspirar contra su vida y su gobierno. Además, en frente de Hugo Chávez y Raúl Castro, confesó que él ordenó el operativo contra ese grupo irregular.
Ese mismo libreto fue repetido por altos funcionarios del oficialismo. No obstante, En una entrevista en televisión el entonces comandante nacional de policía, Víctor Hugo Escobar, reconoció que el grupo de élite utilizó un artefacto explosivo para incursionar en las habitaciones, contradiciendo los informes policiales previos.
De igual manera, los estudios forenses ―especialmente, los que se hicieron fuera de Bolivia― revelan que los tres fallecidos fueron ejecutados sin que mediara enfrentamiento alguno. Los asesinaron al típico estilo de los cárteles colombianos de los años 80.
El régimen boliviano usó el supuesto intento de magnicidio para encarcelar por más de 10 años a varios opositores de la región de Santa Cruz, entre ellos, al actual Presiente de la Asamblea Legislativa Departamental, Zvonko Matkovic Rivera.
En medio de tantos escándalos y explosiones sociales, el caso pasó al olvido. Empero La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) determinó, en un informe de fondo que se filtró al periódico El deber el 23 de septiembre del 2022, que en el hotel Las Américas hubo ejecuciones extrajudiciales y torturas ordenadas por el Gobierno, e instó que los responsables sean procesados por la justicia boliviana, que sería el propio Morales.
Un detalle importante, el ajusticiamiento extrajudicial, peor ante sola orden de Evo, equipara la actuación policial a la de un grupo de gatilleros a sueldo.
La cruel muerte de los arriba citados no es la primera de las matanzas que protagonizaron Morales y sus secuaces. Es necesario recordar La Guerra del gas del año 2000, La guerra de la coca del 2002 y el golpe de Estado de octubre 2003. Y Aunque García Linera las bautizó como: Gimnasia revolucionaria, en verdad se trató de acciones terroristas para debilitar a los diferentes gobiernos de esos años.
En conclusión, es hora de dejar de tratar como hombres de Estado a un grupo de hampones. El castrochavismo no es política, es crimen transnacional.