Muchos analistas ven con buenos ojos que en Bolivia los combustibles no suban de precio. Sin embargo, olvidan un detalle básico de la economía: no existe nada gratis. Por ende, si en Bolivia el costo del litro de gasolina es de 0.54 dólares, pero el precio internacional oscila alrededor de los 2 dólares, esa diferencia es cubierta por el Estado.
El subsidio a los hidrocarburos nos cuesta alrededor de 1.000 millones de dólares al año. Ese monto enorme es una de las principales causas de nuestro déficit fiscal. Penosamente, no se ve ninguna medida que vaya en la dirección correcta. El gobierno se comporta como ese muchacho que, en lugar de hacer una limpieza profunda de su habitación, oculta la mugre y el desorden debajo de la cama. Hay que ser demasiado sinvergüenza para presumir ese desastre como un ejemplo de gestión económica.
Por otro lado, los precios artificialmente bajos generan un serio problema de desinformación y malas decisiones económicas. Me explico.
Los precios nos muestran abundancia o escases relativas. Por ejemplo, si algo es muy necesario ―pero es difícil de producir― su precio subirá. Esto a su vez nos muestra que cosas podemos comprar y cuáles no. En resumen, los precios nos informan hasta donde podemos estirar los pies sin que se acabe la cobija. Ahí la madre del cordero. Pues si yo subsidio la gasolina y otros carburantes, le estoy diciendo al público que el costo del combustible no es determinante a la hora de elegir un coche. Que no se preocupe en comprar un vehículo con motor de alto consumo porque el combustible no cuesta caro.
No obstante, pensar que las cosas son «baratas» nos conduce a un despilfarro económico y a vivir en una burbuja. Si nos ponemos a hilar fino, podemos afirmar que tener un IPC bajo es más un problema que una virtud. Ya que, al impedir una asignación eficiente de los recursos, nos hace antieconómicos.
Además, sin desmedro de lo arriba citado, en Bolivia hay mucha inflación. Pero no se encuentra en los precios de los alimentos u otros productos de ese tipo, sino en los bienes de consumo duradero como casas, departamentos o terrenos, falsamente considerados el motor de la recuperación.
Al respecto, Mauricio Ríos García, economista y asesor de inversiones, en un artículo titulado: Bajo IPC y alta inflación en Bolivia, afirma lo siguiente:
Claro que en Bolivia hay inflación, y mucha. Está fuera del IPC, en activos reales de consumo duradero, y no es reciente, pero si acaso hoy el IPC no está manipulado (no lo sé) es bajo porque no se estimuló frente a las cuarentenas como se pretendía en un principio. Sucede que el MAS boicoteó las iniciativas de estímulo de Áñez, que iban desde los $2.000 millones hasta los $8.000 millones (un auténtico e irresponsable delirio). Por suerte no sucedió, justamente porque hoy la presión sobre el tipo de cambio sería aún mayor o ya hubieran devaluado salvajemente. Fue un nuevo acierto no intencionado del MAS.
Aunque Arce Catacora y Marcelo Montenegro no pierdan la oportunidad de cantar sus cantos de sirena sobre el éxito de su modelo y el bajo IPC de Bolivia, eso no deja de ser una fantasía sostenida sobre una de las peores decisiones económicas: el incremento de la deuda.
Y es que por mucho que el régimen boliviano gaste millones en publicidad para intentar convencernos de lo contrario, el país atraviesa una profunda crisis económica. También es evidente que la estabilidad macroeconómica boliviana se sostiene sobre alfileres.
Empero hay algo todavía más preocupante. En el país no existe institucionalidad democrática, ni hablar del respeto a la propiedad privada. El sector empresarial es constantemente amenazado y hostigado. Ergo, la inversión extranjera no va a venir, y los capitales nacionales hace rato que empezaron a migrar (es lo mejor que pudieron hacer).
¡Pobre Bolivia! Literalmente.