Entre el 27 y 30 de abril de 1992, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, se llevó a cabo la X Conferencia Internacional para el Control de Drogas (IDEC). El evento era importante para Bolivia, pues un año antes el país había logrado ingresar al programa de Desarrollo Alternativo.
Jaime Paz Zamora, en ese entonces presidente de Bolivia, resaltó los esfuerzos de su gobierno para luchar contra el narcotráfico, e impulsar el ingreso del país al siglo 21. De igual manera, mencionó a los peses gordos de los 80 que se habían acogido al programa conocido como Los arrepentidos (una medida judicial que permitía a los narcos purgar penas cortas en las cárceles bolivianas).
Parecía que todo iba de maravilla. Puesto que en los 80 se había controlado la inflación, los golpes de Estado eran cosas del pasado, y ahora proyectábamos la imagen de un país democrático y civilizado al mundo.
Sin embargo, esa misma época, desde el Chapare ―pero con apoyo de ONGS norteamericanas, publicistas argentinos, el dinero del narcotráfico y el entrenamiento terrorista cubano― Evo Morales empezaba su accionar subversivo. Veamos.
En su libro, El impostor, Nicolas Márquez relata como las ONGS, en su mayoría fundadas por militantes socialistas, a principios de los 90, tuvieron que echar mano de la figura de Evo Morales para rearticularse. Por supuesto, no podían faltar sus consignas «antiyanquis». Pero ya no alrededor de las causas obreras, sino entorno a la lucha contra el narcotráfico, a la que bautizaron como el «nuevo colonialismo gringo». El combate contra los cárteles de la droga fue, muy artificialmente, ideologizado en clave marxista por esos viejos militantes socialistas de los años previos al derrumbe soviético.
No obstante, los panegiristas de Morales no se quedaron contentos con romantizar la lucha contra el narcotráfico. Por eso, años después convirtieron a Evo en el «líder» de los indígenas bolivianos. Acá hay que aclarar algo, de ese montaje teatral también participaron personajes como los periodistas Andrés Gómez y Amalia Pando, pero también «intelectuales» como Carlos Mesa. Si su accionar fue premeditado, o fueron simple idiotas útiles, solamente lo saben ellos.
Toda esta farsa fue clave para que un simple matón ―cuya única motivación era la de defender las parcelas proveedoras de materia prima para los cárteles― pase a convertirse en una especie de libertador de los oprimidos.
En palabras de Carlos Sánchez Berzaín (jurista y político boliviano):
Evo Morales no es un indígena como su propaganda y el diseño oficial de su imagen lo presenta. Es un mestizo cocalero que utiliza la denominación y el discurso indigenista para encubrir su verdadera naturaleza del líder máximo de los cultivadores de coca ilegal en Bolivia, país cuya democracia ha destruido. Es el gobernante que ―después de la Revolución Nacional de 1952― ha cometido más abusos y tiene las mayores confrontaciones con los indígenas bolivianos a quienes persigue, divide y busca privar de sus tierras originarias para ampliar los cultivos de coca ilegal como en el caso del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Secure (TIPNIS).
Evo no es un conocedor de teorías políticas, él mismo admitió su nulo gusto por la lectura. Se trata tan sólo de un oportunista que supo sacar beneficio, al mismo tiempo, de los militantes socialistas y los narcotraficantes.
Pero la relación entre la izquierda Latinoamérica y el negocio de las drogas ilegales no nació en Bolivia, ni mucho menos con Evo, sino que viene de larga data, incluso desde los albores de la Revolución Cubana. Por ejemplo, Huber Matos, uno de los históricos comandantes de la Sierra Maestra, en varias oportunidades denunció que Fidel Castro traficaba marihuana entre los propios combatientes cubanos.
El Foro de Sao Paulo ha usado el discurso indigenista para dinamitar las democracias de Bolivia, Chile, Ecuador, Perú y Colombia. Se trata de una fachada para encubrir a una organización criminal nacida en La Habana y de la mano de Castro. No es una manera de reivindicar a los indígenas, además en la región todos somos mestizos, sino un pretexto para instaurar narcodictaduras.