Entre los problemas que aquejan a los paraguayos, sin lugar a dudas, los políticos han adquirido un lugar de preponderante. Existen para resolver los problemas de la ciudadanía pero se han convertido, ellos mismos, en el problema más importante.
Hemos asistido al tercer día consecutivo y tercer cuarto intermedio de sesión extraordinaria de la Cámara de Diputados en relación al planteamiento de un tercer intento de Juicio Político a la Fiscal General del Estado, Sandra Quiñonez. Y seguramente no sea el último día pero sí, tal vez, el último intento, por cuestiones cronológicas de duración del mandato.
Esta vez, por la inclusión “de hechos nuevos” que intentan fortalecer la acusación, entre ellos, la declaración de la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica, realizada días atrás y que es de público conocimiento. Una declaración constituida en causal probatoria de juicio político. Dejo a los juristas que analicen su procedencia o no.
Lo cierto, lo concreto y seguro es que todos quienes asistimos a dichas sesiones, hemos perdido una enorme cantidad de tiempo, valioso. Incluido el de un domingo, pensando que realmente habría de resolverse una cuestión urgente. Pues hemos sido engañados, una vez más.
El discurso del «y tú más» o » tú, peor», ya no resiste análisis. Dejaré aquí el lapso final del video de transmisión de TV CÁMARA de la sesión de hoy, que es un buen resumen de lo que está sucediendo en “la cámara acusadora”: una burla frívola y monumental al ciudadano de bien, cuya esperanza y anhelo insaciable de justicia lo tienen en vilo aferrándose a cualquier atisbo que pueda significar una luz al final del túnel.
La transmisión por TV, denota una ordinariez extraordinaria a través de un lenguaje y comportamiento de igual calaña. No se puede admitir tanto bochorno, no podemos vivir lamentando y sintiendo pena, vergüenza ajena, por tanto tiempo y tantas veces. Lamentablemente, ellos no sienten vergüenza. En la política no hay lugar para la vergüenza.
Y la repetición de un hecho acaba teniendo un efecto normalizador, es decir, invisibilizador. Pasa con la impunidad, pasa con la corrupción, pasa con el contrabando, con la informalidad, con la coima, etc. Pero de repente volvimos hablar de corrupción porque alguien más nos tiró de la oreja.
Lo que es inmoral, injusto, o todo lo percibido socialmente como deplorable, no tendría que pasar desapercibido, tolerarse o producir menor indignación por más reiterado que sea. Tiene que ser tarea de los medios, y de quien tiene esta capacidad, no dejarlo pasar por normal, desapercibido, perdonado o infravalorado a causa de la repetición. Y en esa tarea, se encuentra este humilde servidor.
Siempre he dicho que en política no hay lugar para la vergüenza. Alguna vez leí a un filósofo y sociólogo que escribía que solo nuestros iguales, quienes son significativos para nosotros, con los que tenemos relación y lazos afectivos, son los que pueden hacernos sentir vergüenza. Por ello en la acción política no hay lugar para la vergüenza.
¿Han visto a un político sentir vergüenza y pedir perdón por corrupto?
El político corrupto no «juega» en el mismo terreno que el ciudadano enojado.
El poderoso no se avergüenza de sus acciones ante los «inferiores» porque le importa poco lo que piensen de él quienes no son de su condición.
En la política no hay lugar para la vergüenza pero sí para la confusión. Ortega y Gasset, (primera inteligencia del siglo XX español), escribió en La rebelión de las masas: «La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele consistir, por el contrario, en confundirlas más».
Pese a que la política se encuentra entre las ciencias más nobles cultivadas por el hombre, ha sido sumergida en un mar de intereses individuales. Así, la idea del escritor español Salvador de Madariaga, que decía que el político es un hombre de acción y se debe a lo útil, mientras que el intelectual es un hombre de pensamiento y se debe a lo verdadero, ha sido descuartizada por nuestra clase política.
Y hablando de confusión, advierto a la ciudadanía: especial atención a lo que pueda estar ocurriendo detrás de este telón, porque mientras ellos se burlan de nosotros, puede ir adquiriendo sentido la dilación, allá afuera.
Me resulta imposible predecir el costo que tendrá para nosotros, como país, este mamarracho político, pero ciertamente nos coloca en un plano de impresentabilidad e imprevisibilidad internacional. Si queremos ser parte del concierto de las naciones no podemos seguir desafinando tanto y tan feo, debido a nuestros políticos egoístas, irracionales y oportunistas que pretenden – una vez más- ponerle ropa de justicia a cuestiones que responden a intereses políticos electorales. Todos apuntan a debilitar al adversario y maquinar “nuevas” opciones de un modo perverso, indigno, mientras las necesidades de un pueblo, siguen creciendo y apremiando, allí afuera, en los barrios.
Parte del texto de un material de Ciencia Política y Administración pública que recibí en éstos días decía que la vergüenza y el orgullo son emociones humanas de segundo orden que juegan su papel en la política electoral y partidista:
Finalmente, una reflexión final: consciencia. Simplemente, CONSCIENCIA. En esta difícil construcción de nuestra democracia, la “vergüenza ajena» ha de reflejarse en las urnas.