En tiempos como los actuales, estamos acostumbrados a percibir la viga en el ojo ajeno, sobre todo si piensa diferente a nosotros y en particular si los valores éticos de los grandes intereses partidistas y macroeconómicos representan un peligro que planea sobre nuestras cabezas. No es ilógico ni irrealista, es más bien todo lo contrario, debemos ser capaces de vislumbrar, de percibir dichos peligros y despertar los mecanismos que nos van a permitir defendernos de la barbarie que nos acecha. Pero dichas acciones, no deben dejarnos en la más estricta soledad de nuestro intelecto, no podemos permitir, como dice el dicho, que un solo árbol nos impida ver el bosque.
Debemos en estos tiempos que corren defender la concepción tradicional de la familia, y oponernos a la tolerancia estéril que ha puesto en práctica un decadente occidente, que ya no diferencia entre sexos.
Tenemos una responsabilidad historica, en un mundo inestable, bastión de una tierra sin conciencia. No hace mucho el actual presidente de Rusia dijo:
No sé, si cada vez más gente, pero si tenemos que prestar más atención a nuestra seguridad, estar más vigilantes sobre nuestras creencias, para poder defender los principios reales de nuestra identidad. Debemos mantener en alerta nuestra conciencia e intelecto, actuar con sabiduría, ser rectos y firmes en nuestras convicciones, no vaya a ser que de tanto mirar la viga en el ojo de los demás, perdamos de vista la observancia de nuestras certezas. Occidente con la Agenda 2030 ha revaluado los principios éticos y morales de nuestra sociedad occidental sobre la que se apoya nuestra identidad, creando nuevas normas sociales en la cual no tenemos cabida los cristianos, los conservadores ni los tradicionalistas, poniendo al mismo nivel el bien y el mal. Putin al igual que Donald Trump defiende un punto de vista conservador y objetivo, «impedir una vuelta atrás, hacia el caos y el reino de las tinieblas». Cita que utilizó Putin en uno de sus discursos, y que pertenece al filósofo ortodoxo Nicolas Berdiaev, expulsado de Rusia tras la revolución de 1917. «El mundo es cada vez más contradictorio, dijo en una reunión en el Kremlim», y tiene razón, basta con salir a la calle para darse cuenta. Según la ética de Berdiaev: «Obra como si oyeras la llamada de Dios y como si estuvieras invitado a cooperar en su obra, con un acto libre y creador; descubre en ti la conciencia pura y original; disciplina tu persona; lucha contra el mal en ti y a tu alrededor, no con miras de crearle un reino, rechazándolo al infierno, sino con el propósito de triunfar realmente de él, contribuyendo a iluminar y a transfigurar a los malos». Deberíamos hacerle caso.
En 1909, en su obra El espíritu de Dostoievski escribe, concluyendo su obra con un análisis de la grandeza y los límites de la obra de Dostoievski, y su significado para nosotros en la actualidad: “por senderos complicados y sinuosos llegué a la fe y a la Iglesia de Cristo, a la que considero ahora como mi madre espiritual”. La grandeza de la libertad y sus riesgos, que no por ser una aventura arriesgada, ha de dejar de intentarse, pues es la única forma de crecimiento y, por tanto, de felicidad del hombre y de cumplimiento de su vocación divina al amor, pues el mismo “Dios ha querido correr el riesgo de nuestra libertad”.
Volviendo al principio del artículo, que nuestra seguridad no acabe en el estercolero de cualquier esquina, vacía, sin sentido. Seamos sensatos con nuestras creencias, no hablemos por hablar como en una obra griega que se estrenó en Brodway en los años 90, y que Woddy Allen recoge en su libro Cuentos sin plumas, para acabar hablando a la nada:
Moraleja: Se fiel a tus observancias y no hables por hablar.