Como parte de las estrategias de mercadotecnia a las que este mundo posmoderno y tecnocrático nos tiene acostumbrados, llegan los shows electorales que son repetitivos y cansinos en todos los países, trayendo consigo una serie de tópicos y lugares comunes que son difundidos por cuanto candidato con pretensiones de triunfo.
La situación nos permite, desde luego, observar al juego de contradicciones insalvables, contra natura, que se nos presenta como ritual secularizado de humos y espejos. Es la democracia liberal, que termina reduciendo a todas las categorías políticas a un simple desfile de mercachifles que venden sus productos de poca monta por medio del “Marketplace”. Mercaderías de baratija más o menos manufacturadas, estilizadas, armadas a la manera de un “branding” con maquillaje sin disimulo ante la forzada necesidad de comercializar, artefactos prediseñados y hechos para el consumo masivo, pero sin que posean verdadero contenido en sí mismos.
Diríamos en este sentido que antes, en los tiempos en que existía mayor autenticidad y menos mercadotecnia, veíamos la aparición de verdaderos “genios y figuras”, personajes que representaban en sí mismas a las aspiraciones más o menos intrínsecas de la población en general. Eran símbolos universales de su tiempo pues incluso trascendían a los días que les tocaba vivir. Uno podía decir de ellos que se trataba de “hombres que marcaban una época”, cuya sola presencia en el escenario era capaz de separar las aguas como un peñasco que parte por la mitad a un gran río.
Para estos grandes hombres existieron varios nombres que los definían y calificaban. En el mundo hispanoamericano, serían los “caudillos”. La democracia liberal siempre los vio con malos ojos porque este sistema desprecia profundamente a todo aquello que pueda ponerla en entredicho pues ella misma se sustenta en falsos dogmas y meros eslóganes propios de la mercadotecnia posmoderna, es decir, no es sino propaganda para sonsos. Un “caudillo”, por ser jefe de masas, inasible, inaprensible, imposible de encajar y de enclaustrar dentro de las definiciones encorsetadas y generalmente contradictorias de la democracia liberal, pondrá a esta en “jaque” con su simple aparición. Es deber, pues, de todo defensor de la farsa de sistema en que vivimos, combatir con todas sus fuerzas a los verdaderos “Caudillos”.
El “Caudillo” puede ser demagógico (hoy en día se dice “populista”) o no serlo, pero indefectiblemente, pertenece a las clases populares incluso sí su origen es aristocrático. ¿Por qué? Pues porque se compenetra tan intensamente con su pueblo, rol de todo buen político, que el vulgo se siente perfectamente interpretado por este gran hombre incluso sí proviene de los lugares más dispares en comparación a la mayoría de la población. Siempre y en todo lugar, el “Caudillo” es “popular”. Capaz de arrastrar a las masas hacia su propia persona, la que trasciende a la mercadotecnia, al “Marketplace”, al mero “branding” propagandístico de las manipulaciones tecnocráticas. El “Caudillo” es en sí mismo, su propia creación y su arrasadora personalidad rompe con todos los esquemas, pero no porque “busque ser transgresor” dentro de unos paradigmas de desafío a los órdenes establecidos sino sencillamente, porque lo que hace, bien o mal, se encuentra tan conectado y ensamblado con el sentimiento de su pueblo, que prácticamente toda palabra que salga de su boca o todo acto que lleve adelante, generará un impacto imposible de explicar a simple vista.
¿Es eso irracionalismo puro y duro? No. Obedece a una lógica orgánica tan sublime y tangible que es hasta brutal en su contundencia. Las poblaciones, por naturaleza, se sienten atraídas hacia la figura del Rey. Es el arquetipo de ese hombre que, sentado en su trono, con la espada en la mano y la Oriflama Patria como su escudo, hace todo lo que se encuentra a su alcance, con fuerza y capacidad incontestables, para defender los intereses de su pueblo. Él mismo encarna todas sus virtudes y al mismo tiempo, combate contra sus defectos consuetudinarios con espíritu de firme y paciente pedagogo al que se obedece por el liderazgo que ejerce sobre sus gobernados. Claro que también puede aducirse que aquí existe un poco de “figura paternal” a la que espontáneamente se sienten atraídos todos los seres humanos, especialmente aquellos que tuvieron a un padre que supo amarlos y guiarlos hacia el bien, la verdad y la justicia. ¡No es raro, como diría Carl Jung, que todos aquellos que sienten repulsión hacia la figura del “Rey”, del “Héroe Máximo” o del “Caudillo”, es porque tuvieron problemas gravísimos de infancia contra su propio papá!
¿Pero qué nos dice la democracia liberal al respecto? Que el ser humano, en una especie de delirio freudiano propio de mentes con disonancia cognitiva y disforias generalizadas, debe buscar que sus países se gobiernen por medio del “voto del pueblo” pero a la vez, debe rechazar todo aquello que es sincero deseo de las masas populares. Véase el caso de aquellos políticos quiénes compiten en grandes contiendas electorales pero que, al ser electos, casi sin titubeos llevan adelante proyectos o propuestas que se oponen completamente a los deseos de la inmensa mayoría de su propia población. ¡Es pura esquizofrenia presentada como “el mejor de los sistemas políticos”!
Véase el caso de la vecina Argentina. Según el censo que están realizando allí este año, menos del 1 % de la población se identifica como LGBT+ y sin embargo, ese país destina un 5 a 10% de su gasto público en políticas para favorecer a dichos colectivos. En contrapartida, solamente 1 a 2% de su PIB está dirigido para el desarrollo y sustento de sus Fuerzas Armadas, el pilar de la defensa de la soberanía nacional. ¿Cómo puede explicarse esto? Pues sencillo, es la “democracia liberal” en su peor faceta. Ganar las elecciones “a puros planes sociales, con prebendas y choripanes” para luego hacer todo lo contrario a lo que la mayoría de la población desea realmente, es decir, deshacerse de los ridículos gastos públicos que privilegian a menos del 1% de la población. ¿Es esto lo que llamaríamos “populismo”? Pues claro que sí: prometer el oro y el moro a la inmensa mayoría del electorado, engañarlo en todas las contiendas electorales para luego ceder ante las presiones internacionales de oenegés, de globalistas y su banca cosmopolita imponiendo políticas que nadie jamás pidió y nadie jamás quiso, salvo algunos escasos depravados y degenerados.
Allí vemos la diferencia entre un simple monigote, palurdo y pelafustán, que es mero “populista” pero que nada tiene de “Caudillo” nacional y popular. Porque a un “Caudillo” jamás le convencerán de que hacer algo que va en contra del sentimiento espontáneo y natural de su pueblo, es hacer lo correcto. Su corazón es el corazón de un monarca, de un Rey que vive única y exclusivamente para servir a su Patria. Podríamos definirlo con la famosa frase del “Discurso de Gettysburg” de ese “Caudillo” que fue Abraham Lincoln de EEUU: “Un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
En cambio, el “populista” no es sino un estafador que manipula con las emociones e ilusiones del pueblo pero que no tardará 15 minutos, al tener el poder, para empezar a transar con los entes internacionalistas que buscan socavar la soberanía de su nación. No obstante, todos los politicastros de nuestro país, al igual que en otras latitudes y longitudes, saben que tienen que “disfrazarse” de “nacionales y populares” a la hora de buscar los votos. Por eso los vemos, en un tristísimo y deprimente espectáculo de mercadotecnia electoral, metiéndose en lugares en los que nunca pondrían el pie en condiciones normales. ¡Se necesita del voto del pueblo, se necesita del “populismo” aunque en el fondo, es evidente que estos personajes de mala muerte desprecian y odian a ese pueblo al que quieren arrancarle sus ilusiones en forma de papeletas de sufragio que son quemadas en el agujero negro y luciferino del cuarto oscuro!
Esto es la “democracia liberal” en su misma esencia. La negación de lo “popular” con la artera utilización de cuánto “populismo” sea necesario para cada elección de autoridades. Allí los vemos a los “populistas” haciendo alarde de su cercanía con el “pueblo” al que miran, en el día a día, con una mueca de repugnancia en la nariz. “El pueblo es cretino e ignorante”, afirman siguiendo a sus doctrinarios como el liberal Cecilio Báez. “Son meros choferes de Uber, no sirven para nada más que gastar oxígeno” repetiría un Cecilio Báez posmoderno, de origen israelí, llamado Yuval Noah Harari. Nuestros politicastros mueren por ser partícipes de esas pequeñas camarillas herméticas en las que discursean sus delirantes propuestas pseudo-filosóficas los dolientes mentales como Harari, que sí llegan a ser leídos por alguien, es gracias a la misma Mercadotecnia que fabrica a los candidatos de poca monta, hechos para la televisión estupefaciente que tenemos hoy, de la decadente democracia liberal que nos carcome y corroe.
¡Ninguno de ellos tiene el corazón de un “Caudillo”, capaz de galvanizar a las masas con su personalidad arrasadora, con su presencia que rompe con los moldes de la mercadotecnia y que brota espontánea de la tierra, ese sustrato telúrico que lo nutre con la mayor naturalidad! ¡De hecho que odian a todo aquello que pueda ejercer un liderazgo incontestable desde lo verdaderamente nacional y popular! “¡Dios nos libre de los Reyes y de los Caudillos y de los Héroes Máximos!” gritan desaforados mientras aplauden con hipocresía el discurso patriótico y republicano de Abraham Lincoln, ese que habla de “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. ¿Acaso no lo asesinaron a este líder yanqui gritándole “tirano” antes de que muera?
¿Y sabía Ud. que el tecnócrata y “liberal-humanista” Yuval Noah Harari se identifica como LGBT+? Pues eso… Producto de la mercadotecnia posmoderna en la que vivimos. Este individuo y sus adláteres farfullarán que los “Caudillos son malos” y que servir a los intereses nacionales y populares de cada país en realidad no es sino obedecerlos a ellos, a los globalistas. ¡Porque de lo contrario, no te invitarán a dar charlas en Cambridge para graznar mil tonterías y dos mil lugares comunes que serán menos divertidos que chuparse un clavo! ¡Es más, te tildarán de “tirano” y publicarán mucha porquería contra ti!
¿Qué diría Carl Jung sobre todo esto? “¡Complejo de Sodoma y Gomorra Globalista!”, bueno, eso lo digo yo, un poco al borde del paroxismo, no lo niego.
Necesariamente cabe preguntar qué nos queda ante tan contradictoria, abyecta y al mismo tiempo desopilante situación en la que nos encontramos. Existen muchísimas alternativas, por supuesto. Pero al menos en lo más inmediato y rápido, propongamos lo siguiente. Que los candidatos que están pugnando por los puestos electorales hagan el sincero esfuerzo de acercarse al pueblo, de ser verdaderamente “nacionales y populares”, de respirar el mismo aire y hablar el mismo idioma que sus electores, que sus compatriotas. Que no busquen simplemente sacarse fotografías para la mercadotecnia sino que en verdad, se nutran de lo telúrico, que se sientan parte de su gente, que comprendan que su función en la política es servir a la Patria y a su pueblo, en caso de que triunfen en las contiendas electorales.
¡Atrévanse a ser “Caudillos”, a gobernar, a mandar teniendo como base al espíritu que brota del corazón de sus paisanos! ¡Atrévanse a desafiar a los malignos Yuval Noah Harari de este mundo, que pretenden imponer su visión inhumana y anti natural a las naciones! ¡Atrévanse a ser Reyes (o Reinas) de su pueblo, a ser “Héroes Máximos” sí no pueden alcanzar la santidad, a ejercer la soberanía, a guiar como buenos padres (o madres) hacia el camino del bien, la verdad y la justicia! ¡Atrévanse a tomar la espada en la mano y a la Oriflama Patria como escudo! Cierto, este es el camino más difícil, más peligroso, en el que se rodearán de peligros, de enemigos inmensos que harán lo imposible para eliminarlos de todas las formas imaginables. Pero al mismo tiempo, es el único y estrecho sendero que lleva a la grandeza y la gloria de un gobernante auténtico. ¡Atrévanse a ser verdaderamente populares, verdaderos líderes y no simples populistas que venderán a sus naciones al mejor postor en el menor tiempo imaginable!
Todo lo demás, como cualquier cosa que se sustenta en el “Marketplace”, no es sino vulgarísima mercadotecnia, ritual mundano menos divertido que chuparse un clavo.