Como todas las naciones en el orbe, los Estados Unidos de Norteamérica, (ese país que no cuenta con un nombre propio bien característico, al igual que la extinta Unión Soviética, pero los identificamos como “los yanquis” o “Yanquilandia” en el mundo hispano) tienen sus virtudes y defectos. Ellos tienen una idolatría hacia lo que llaman “su Constitución”, sin percatarse de que la misma ya fue modificada enmienda tras enmienda y fallo judicial tras fallo judicial en más ocasiones de las que podemos contar. Pero la mantienen, porque es un símbolo al que rinde culto el pueblo estadounidense, tal y como lo hace con los “sagrados templos de la democracia”, manera en que ellos mismos denominan a sus edificios públicos como el Capitolio o la Casa Blanca, lugares que de “sagrados” tienen lo que yo poseo de vocalista de Black Sabbath, o sea, nada.
Por supuesto que los yanquis tienen un patriotismo digno de admirar, especialmente en el interior profundo de esa inmensa geografía unida por un “nacionalismo civil” de exportación, en el que los ideales de “libertad y democracia” forman la piedra angular, todo ello arropado por la “bandera y el himno nacional”, claro que sí. También han sido capaces de grandes proezas técnicas y científicas (con ayuda de genios a los que importaron de diferentes latitudes y longitudes del globo terráqueo, todo sea dicho). En el mundo artístico, produjeron algunos escritores de valía que sí bien no califican como “universales”, no dejan de tener sus méritos. La pregunta obligada, sin embargo, es la siguiente. ¿Sí no fuera por la poderosísima maquinaria propagandística del mundo anglosajón, quién habría conocido a los novelistas o autores estadounidenses? Porque leer a Don Miguel de Cervantes y Saavedra es un desafío incluso para los hispanoparlantes, que para colmo, somos pésimos en hacernos propaganda. En cambio, muchas veces me parece que Edgar Allan Poe está sobrevalorado y no llega ni a los talones del “Manco de Lepanto”. Hasta me parece injusto compararlos… Y no hablemos del ámbito de la música universal, en donde los yanquis no han conseguido crear un solo “genio” digno de tal nombre. Tengo que ponerme rebuscado para mencionar a George Gershwin o Samuel Barber, quienes no valen el dedo meñique más inútil de Agustín Pío Barrios aunque hayan compuesto un par de piezas destacables. Alguien me dirá que “la música de las películas” pero eso es puro kitsch, incluso sí de vez en cuando uno se pone a escuchar a Vangelis o a Ennio Morricone, ambos fallecidos recientemente y ninguno de nacionalidad estadounidense (el primero griego, el segundo italiano). Desde luego que el “Jazz”, al que cariñosamente denomino “música de ascensor”, tiene sus fanáticos y detractores, acérrimos en ambos lados.
También hay otra cosita que caracteriza bastante a los estadounidenses. No, no es el asunto de su racismo consuetudinario, que les tiene siempre a maltraer. Tampoco es el hecho de que desde 1945 se hayan convertido en “policía del mundo”, bombardeando a diestra y siniestra a todo país bananero (con naciones de “fuerza promedio” tienden a no meterse porque pueden salir capirotes, como ocurrió en Cuba, Vietnam o incluso el humilde Afganistán) que no comparta sus políticas y los dogmas de su democracia liberal. Ni siquiera es el hecho de que son el único país del mundo que ha utilizado bombas nucleares contra poblaciones civiles en la historia o que tenga el insuperable récord mundial en número de abortos contra niños inocentes (60 millones según registros oficiales desde “Roe vs. Wade”).
Esa cosa que identifica a los Estados Unidos como ningún otro lugar del mundo, es la facilidad con que prácticamente cualquier individuo que vive ese país puede adquirir armas de fuego. No solo las de “defensa personal” sino relativamente, cualquier arma de fuego. De hecho que es considerado como el “derecho más sacrosanto” consagrado en la Constitución Estadounidense. Cierto es que existen otras naciones, como Suiza, en las que hay relativa libertad para poseer ciertos tipos de armamentos, pero a fines prácticos, solo en “Yanquilandia” uno puede hacerse con un fusil ametrallador de alto calibre con el mero hecho de entrar en un supermercado y tener dinero para pagarlo, con todo y municiones por doquier.
Sí a esto le sumamos que Estados Unidos de Norteamérica es la nación que hizo popular a cuánta degeneración y disforia imaginable, pues el cóctel está servido para que en ese país se den casi de forma cotidiana, balaceras y matanzas en cuánto lugar público haya. Según estadísticas de la BBC de Londres, en los últimos 50 años murieron más estadounidenses por homicidios con armas de fuego (aproximadamente 1 millón de ellos) que soldados yanquis en los conflictos bélicos internacionales en que participaron en ese mismo período de tiempo. Y es una cuestión socio-cultural, evidentemente, porque los números de “matanzas per cápita” de EEUU en comparación con países con una situación de relativa similitud respecto a la posesión de armas, son simplemente escandalosos. Los yanquis prácticamente sextuplican a los suizos en este ámbito.
¿Podríamos dar ejemplos para explicarlo mejor? Pues veamos lo ocurrido recientemente en una escuela de Texas. Un joven de 19 años, evidentemente trastornado, que sufría de disforia de género y otro tipo de problemas mentales llamado Salvador Ramos, entró en una infortunada institución educativa, acribillando hasta matar a 19 niños y 2 docentes, sin contar a los heridos. El “enfermo asesino” estaba armado con una ametralladora AR-15, es decir, un arma de guerra pura y dura. Y solamente días atrás ocurrió algo similar con otro individuo quien se metió a balear a gente inocente dentro de un supermercado, liquidando a 10.
¿Qué pasa en los Estados Unidos? ¿Es acaso culpa de las armas en sí mismas? Esto siempre se va a discutir, se debatirá largo y tendido. Sí debo dar una opinión al respecto, diría que “las armas son disparadas por seres humanos”. Hay países en el mundo donde se cuenta con una gran cantidad de armamentos per cápita y sin embargo, no ocurren eventos tan alocados como los que protagonizó el pobre trastornado mental Salvador Ramos en Texas, EEUU.
¿Cuál es la explicación, entonces? Es difícil decirlo, pero desde una perspectiva psicosocial, podríamos citar a una serie de factores que quizás hayan contribuido.
1- Falta de figura de autoridad: porque en EEUU, país que inventó a los “superhéroes de los cómics”, es evidente que las figuras que representan el orden, la autoridad desde un sentido tradicional y clásico de esa palabra, escasean y mucho. También contribuye en este sentido que el rol de los padres y las madres cada día más se ve disminuido, la “familia natural” se encuentra en una situación de constante ataque por parte de fuerzas externas a la misma, lo que genera que haya jóvenes descarriados, sin el influjo de una “fuente de autoridad natural” que sea la que oriente sus pensamientos y le produzca el sentido de responsabilidad.
2- Problemas de autoestima: la sociedad estadounidense es la misma que vive bajo la intensa propaganda hollywoodense, es una cultura en la que uno necesariamente debe hacerse “rico y famoso” para “ser alguien”. El mundo posmoderno de los “influencers” ha intensificado todo esto gracias a la difusión que uno puede alcanzar con las “Redes Sociales”. Allí aparecen las “válvulas de escape” en las que las personas con autoestima floja o débil encuentran un camino para ganarse la aceptación o al menos, obtener las miradas del mundo “llamando la atención” con cualquier acto, el que sea, con tal de que genere sensación y atraiga las miradas hacia uno mismo.
3- La “Despatologización” de los trastornos mentales: corriente posmoderna que se aplica en el mundo de la medicina y la psicología, en la que dejan de existir “enfermedades mentales” o “trastornos de la conducta”. Es el liberalismo médico en el que “todo está permitido”, ya nada es un “desajuste” o un “problema”, en el que se plantea como tratamiento a una dolencia alentar a que esa dolencia se siga agravando o creciendo. No hace falta que entremos en detalles, pero es bastante evidente que Salvador Ramos tenía varias tuercas aflojadas en el cerebro y por lo visto, en vez de que le hayan propuesto algún “tratamiento”, lo único que hicieron sus tutores o encargados fue “alentar su locura”.
4- Falta de educación en valores: EEUU, a pesar de que tenga muchas “iglesias” dentro, en realidad es una sociedad secularizada y liberal, en la que los valores que forman un cuerpo cohesivo y orgánico estructural no existen más allá de meras convenciones sociales. Uno simplemente tiene que ser “buen vecino” porque sí, no hay una comprensión profunda de lo que hace verdaderamente al “buen vecino”, por dar un ejemplo. Todo lo que surge por mero “contractualismo” y mero “voluntarismo”, termina por ser dinamitado ante la más mínima tensión social. Porque los “contratos” están hechos para… Violarse… Tantas veces como la Constitución yanqui fue “violada” pero supuestamente es “respetada” de forma simbólica. ¿Se entiende la relación? Para que se tenga en cuenta, en los Estados Unidos se encuentran en plan de “plena igualdad” ante la sociedad en general, la Iglesia Católica y la “Iglesia de Satán” (creada por el libertario Anton LaVey), algo que refleja claramente la visión que los yanquis tienen del mundo.
5- De manera secundaria: el consumo masivo de pornografía, videojuegos, propaganda, lavado cerebral, violencia en los medios de comunicación, etcétera. Pero resaltamos, esto es “secundario” y más que nada una “consecuencia” de todas las causas anteriores. En Paraguay, todo esto también ha tenido acceso pero hasta hoy (gracias a la Mano de la Providencia) nunca a nadie se le ha ocurrido entrar con un fusil de guerra a balear a sus conocidos o amigos en una escuela o universidad.
La sociedad enferma y ametrallada de los Estados Unidos es sumamente peligrosa porque en el fondo, ellos creen que tienen el “destino manifiesto” de estar exportando su cultura y su visión del mundo al resto de las naciones. Ese país trastornado y disfórico, que alguna vez también tuvo muchísimas virtudes que se fueron difuminando con el paso del tiempo, hoy mismo no es sino un “mono con metralleta”. Lleno de hormonas, con “cirugías de cambio de sexo” y llevando los dogmas de su democracia liberal a fuerza de bombardeos y balaceras.
Uno quisiera decir cosas más bonitas hacia los yanquis, celebrar sus viejas grandezas y pedir que puedan superar todas estas desgracias que los atormentan. Pero a esta altura del campeonato, cuando la decadencia es tan atroz y repugnante, no nos queda sino desear que el decrépito y necrótico cadáver estadounidense, mantenido a fuerza de respirador artificial, termine de fallecer para bien de la humanidad entera. Cuánto antes, mejor, así podremos todos mirar con nostalgia a aquella ilusión, aquel “sueño americano” que solamente ha existido en la poderosísima e insuperable propaganda hollywoodense, como la idea de una utopía que nunca fue, así como yo jamás seré vocalista de Black Sabbath aunque lo intente.