Uno de los ejemplos de lucha por la libertad en la historia de la humanidad se encuentra en la batalla de Little Bighorn, historia que trata de una victoria y una derrota, la del teniente coronel Custer. La primera porque se trata del mayor triunfo de los nativos de las Grandes Llanuras sobre el Ejército de los Estados Unidos; la segunda, porque desencadenó sobre los vencedores –la coalición de lakotas y cheyenes de Toro Sentado y Caballo Loco, que se negaban a trasladarse a una reserva y deseaban seguir viviendo en libertad. Esta batalla constituye el canto del cisne de los sioux lakotas, el más poderoso de los pueblos indios de las Grandes Llanuras. ¿Será también nuestro canto?
Como dice Osvald Spenger en El Hombre y la Técnica:
«Hemos nacido en este tiempo y debemos recorrer el camino hasta el final. No hay
otro. Es nuestro deber permanecer sin esperanza de salvación en el puesto ya perdido. Permanecer como aquel soldado romano cuyo esqueleto se ha encontrado delante de una puerta en Pompeya que murió porque al estallar la erupción del
Vesubio nadie se acordó de licenciarlo. Eso es grandeza. Eso es tener raza. Ese honroso final es lo único que no se le puede quitar al hombre.»
Los moralistas actuales están desatando la gran oscuridad en la que estamos viviendo, ya nada es blanco o negro, todo se encuentra en una escala de valores confusos, donde el relativismo lo es todo, y lo absoluto, el valor paria a deconstruir. Ahora el antihéroe ha superado al héroe moralista y pacifista. Los juegos, las canciones, las series televisivas de las grandes plataformas, las películas de las grandes carteleras o incluso las televisivas, brillan por sus antagonismos, por sus personajes desequilibrados, cómicos y déspotas donde la brillantez proviene de su lado más oscuro.
En la literatura, se aconsejan los personajes con escalas de grises, marcado por el contraste de una moralidad clara y objetiva de los grandes cuentos. Ahora lo que impera son los personajes grises con sus fallas y traumas, incapaces de superar sus peores impulsos, convirtiéndose en los prototipos a seguir. Sus personalidades se mezclan como un lodo gris descuidado: los buenos son malos, los malos pueden ser buenos, o al menos bien intencionados, y todo, bueno, y gris.
Los nuevos moralistas nos están implantando una nueva moralidad donde los polos del bien y del mal están difuminados, y que no son tan diferentes entre sí. Vivimos en un mundo fracturado, turbio, donde la desconfianza a los cuentos e historias de antaño es evidente. Ya no vende, ya no atrae, ya no se enseña, por estar encuadrados dentro de un mundo que ya no se quiere. Los medios son los encargados de promover está enorme incapacidad intelectual maligna. Khee Hoon Chan dice en la revista Poligon:
“Los cuentos de moralidad en blanco y negro presentan enemigos que siempre han sido
malos y siempre serán malos. Mientras que los héroes son buenos y siempre encuentran la
manera de triunfar a pesar de las probabilidades, incluso si tienen que esforzarse contra
sus propios códigos morales”.
Nuestra audiencia actual prefiere los personajes rotos, ambiguos, buenos que son malos, y malos que son buenos. El dilema moral al que nos enfrentamos es bastante peligroso ya que, no solo se encuentra en los grandes debates académicos, sino también en las empresas, y en cualquier círculo social. En la sociedad actual estamos evitando el concepto del bien y del mal, ya no queremos saber nada, del verdadero espíritu judeo-cristiano, pero también es cierto que este concepto tan antiguo es inherente al ser humano. Está en nuestro interior, y aunque intenten hacerlo desaparecer, solo pueden secuestrarlo, desacreditarlo, esconderlo durante cierto tiempo, hasta que resurja de nuevo como León rugiente, ya que se encuentra integrada en la conciencia del ser humano.
A pesar de que los desarrolladores de juegos, y literatos de ficción quieran hacernos simpatizar con los villanos y cuestionemos los motivos de los héroes, el tirano siempre será un tirano. El entretenimiento moderno está haciendo mucho daño a nuestros jóvenes, la vaguedad de su moralidad, el relativismo de sus canciones, la disociación moral a la que los aboca, les hace entrar en un universo paralelo. Ellos ya no quieren cuestionar en términos de negativo o positivo, no buscan cuantificar los hechos o acciones, simplemente se alejan de posicionamientos que para ellos son retrógrados y cuestionables que les genera tensión. Al desasociar la moral de las acciones, una persona puede apoyar plenamente a una figura pública sin ser sujeto de autorreproches. «La disociación moral permite a los individuos reconocer que una figura pública se ha comportado de manera inmoral, pero argumenta que este acto no debería influir en la valoración de su desempeño», escriben los autores. «Permite a los consumidores -sacarse el sombrero- y admirar el desempeño de un personaje público y, al mismo tiempo, señalar con el dedo y reprobar sus acciones morales».
Finalmente, la disociación moral permite al consumidor hacer lo que él o ella quiera hacer. El activista que ve el mundo como una matriz de incertidumbres morales se ahoga en el relativismo. Está hambriento de verdades justas e inmutables, según los nuevos preceptos que han establecido. No pueden soportar que hayan sombreros negros y sombreros blancos claramente definidos, tan simple porque no les satisface. Ellos juegan en el papel teatral de que toda la vieja guardia está agotada y lista para ser reemplazada por una nueva revolución social, que a todas luces es totalitarista.
Lo que verdaderamente debemos anhelar es una vida en blanco y negro, centrados en el concepto de la moralidad absoluta y objetiva, estar ceñidos a las convicciones, incluso en las adversidades más insuperables, cuando el drama aumenta, solo eso, nos puede alentar ante una esperanza adulterada en tonos grises. Como dijo Steve Rogers, Capitán América:
Cuando la gente, la prensa y el mundo entero te diga que te muevas, tu trabajo es plantarte como un árbol junto al río de la verdad y decirle a todos: “No, ustedes muévanse”.