Corría el 16 de junio de 1976, en el municipio de Itagüí, son aprendidos con 29 kilos de cocaína Pablo Emilio Escobar Gaviria y su primo Gustavo de Jesús Gaviria Rivero. Los detectives Luis Fernando Vasco Urquijo y Jesús Hernández Patiño, pertenecientes al DAS, son los encargados de llevar a cabo la operación.
Casi tres meses después, con un enorme soborno de por medio, Pablo y Gustavo recuperan su libertad. Pero no pudieron sacarse de encima a Vasco y Hernández. Los agentes no tenían la menor intención de hacer justicia, sino de extorsionar a los jóvenes narcotraficantes. El apriete fue tan fuerte que Pablo Escobar decidió matarlos. Objetivo que se cumplió el 30 de marzo de 1977.
En su libro, El Verdadero Pablo, Sangre, traición y muerte, Astrid Legarda, periodista colombiana, relata que esa noche de marzo del 1977 Pablo Escobar tomó dos decisiones que cambiarían el destino de Colombia y de toda Sudamérica. Primero, jamás volver a pisar una cárcel. Y segundo, convertirse en el bandido más importante del mundo.
El patrón montó una estructura cuya piedra angular estaba constituida por su propia flotilla de aviones, algunos para atender las rutas de la droga y otros para su uso personal. En muy poco tiempo el dinero empieza a caer a raudales. Casi al mismo tiempo que los billetes, aparecieron esa especie de bichos oportunistas que es bastante abundante en nuestros países: los políticos.
Con la extraordinaria bonanza del dinero de la cocaína e impulsado por la enorme cantidad de políticos que lo visitaban, desde los sencillos concejales y diputados, hasta los senadores y grandes representantes a la Cámara, Pablo Escobar funda un partido político llamado Renovación Liberal en Antioquia.
Aprovechando su talento natural de orador, cada vez que Escobar cogía el micrófono les pasaba un mensaje bastante simplón, pero atractivo para sus paisanos: «voten por mí, y yo les daré plata». Su estrategia fue exitosa, pues en 1982 logró ser elegido congresista suplente dentro del Parlamento colombiano.
Si bien su paso por el Parlamento fue breve, dejaría una importante lección para los futuros narcotraficantes. Puesto que esa elección demostró que los bandidos pueden acceder al poder. Pero luego deben montar narcoestados, si quieren mantenerse en la cúpula. Se debe aprovechar la democracia para luego destruirla. Eso nos lleva a la siguiente parte del artículo: Bolivia y el Foro de Sao Paulo.
Después del derrumbe soviético, los militantes de la izquierda Latinoamérica ―especialmente, Fidel Castro― necesitaban nuevos discursos. Remplazan a Carlos Marx por pensadores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe o el boliviano Álvaro García Linera. Sus enemigos serían los de siempre (el libre mercado, la democracia, la familia y la fe cristiana). Pero ya no usarían la lucha de clases como instrumento de subversión, sino la política identitaria. Y los narcodólares reemplazarían a los subsidios que otorgaba la URSS. Es en ese contexto que surge la figura de Evo Morales en el país.
Apañado por el progresismo internacional, adoctrinado por varias ONGS argentinas y americanas, financiado por el narcotráfico y apoyado militarmente por la dictadura cubana, Morales, desde los albores de los años 90, bajo el eufemismo de luchar contra la nueva «intervención» imperialista yanki, empezó una guerra contra la democracia boliviana, asesinó cruelmente a oficiales del orden, y destruyó la tranquilidad de los ciudadanos bolivianos. En octubre del 2003, con la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, sus conspiraciones alcanzaron su objetivo. Ahí murió la Republica de Bolivia. Nació el narcoestado plurinacional. Evo había cumplido el sueño de Pablo Escobar.
El escritor Manuel Morales Álvarez, en su libro Narcovinculos, muestra la manera en que ―especialmente, desde la llegada del Movimiento Al Socialismo al poder― bandas de sicarios peruanos, colombianos, brasileros y venezolanos operan en Bolivia con total impunidad, además, de contar con apoyo judicial y policial. Su trabajo consiste en «limpiar» a los traidores y bocones. También son usados como mercenarios para escarmentar a los volteadores (policías y civiles que roban droga a los cárteles).
A principios del 2022, se produjo la captura de Omar Rojas, bautizado por los medios como el Pablo Escobar boliviano, quien fue llevado a celdas por la DEA para un proceso en Estados Unidos bajo cargos de tráfico internacional de sustancias controladas. De los nombres vinculados a Rojas sobresalen los cargos policiales del coronel Maximiliano Dávila, que fue aprehendido el 22 de enero en el paso fronterizo de Villazón en Potosí.
Dávila fue director nacional de Inteligencia de la Policía y luego jefe de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN) durante el periodo final de Evo Morales como mandatario en 2019.
Pero el caso de Dávila fue sólo el inició de la guerra de cárteles que buscan consolidarse en el poder, que a la fecha ya lleva varios meses y una gran cantidad de detenidos. Tanto así que el propio Evo Morales convocó a una conferencia de prensa en la Gobernación del departamento de Cochabamba para denunciar actividad de narcotráfico en el Chapare. Pero lo insólito del hecho radica en que Morales acusó de encubrir actividades ilícitas a gente del gobierno. O sea, el dirigente cocalero señaló de encubridores a los miembros de su propio partido ―entre ellos al ministro Eduardo del Castillo― que ahora están en el ejecutivo.
Para muchos todos esto no pasa de ser una estrategia para distraer la opinión pública sobre la crisis económica y el inminente fracaso en el tema de El Silala. No obstante, todo parece indicar que Morales está muy cerca de retirarle su apoyo a Arce Catacora. De darse esa situación el país volvería a entrar a un nuevo periodo de inestabilidad.
¡Dueles Bolivia!