Mientras les escribo desde mi estudio del Alt Emporda, en el extremo nordeste de España, mirando hacia las montañas del Canigó, a pocos kilómetros de Francia, las sombras más poderosas y oscuras de los gobiernos occidentales han creado unas listas de objetivos a abatir, entre ellos podemos encontrar al conocido Coronel, Pedro Baños o a Rubén Gisbert, abogado y Presidente de la junta Democrática de España, ambos son algunos de esos nombres que intentan silenciar por dar versiones reales para nada sesgadas del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. El último se encuentra en estos momentos informando desde el Dombas en Ucrania, dando a conocer sobre el terreno la otra cara de la realidad, sobre la tragedia y devastación que están padeciendo los prorrusos en esas zonas, desde que se declarará la guerra hace ocho años. Rubén Gisbert se encuentra en estos momentos en búsqueda y captura por parte del ejercito ucraniano, por una orden del presidente Zelenski, el abanderado pacifista de los gobiernos occidentales. Sobre el terreno, también se encuentra la politóloga rusa afincada en España, Madrid, Liu Sivaya, quien está siendo sometida a una presión mediática aberrante por parte de la prensa globalista. ¿Libertad de expresión?
Rubén Gisbert alertaba ayer desde la zona del Donbás region fronteriza entre Ucrania y Rusia, informando en directo desde el programa HORIZONTE que dirige el prestigioso Iker Jimenez:
«Ha sido extremadamente difícil porque llegar aquí. Quiero decir a la audiencia española que
cualquier español, con las cosas que estoy viendo, tiene que saber que España está dando, junto con otros países, armas a unas personas que están con ellas matando a civiles. Y lo único que pido es que se exija una misión de observación internacional por parte de la ONU para ver qué se está haciendo con las armas que estamos mandando»
Este aforismo al que recurro como título de mi artículo, se refiere a las personas que, a pesar de tener la verdad delante de sus ojos, prefieren evitarla, tal vez por temor, o porque no les gusta. Ninguna evidencia o argumento racional la convencerán. Su voluntad esta encuadrada dentro de esa zona de confort, de la cual no quieren salir, por qué para ellos la libertad reside en la inepcia.
Aunque bien es cierto, como dice la RAE, que la libertad es la facultad natural que tiene el hombre para obrar de una manera u otra y para no obrar, y eso lo convierte, es responsable de sus actos. Las Sagradas Escrituras también nos advierten y a estas apelo, pues es un concepto que liberaliza de la esclavitud, impidiendo el goce de conocer esa realidad, a la par que te otorga esa paz y tranquilidad de recibir las bendiciones divinas de saber.
Pero, la ignorancia ya se sabe, es muy atrevida. Díganselo a los que no quieren leer, o solo se contentan con el titular de los periódicos nacionales o internacionales, dispuestos, eso sí, a dar después una opinión formada y experta, pero, sesgada también. Aunque claro está, ellos no lo quieren ver así. Eso sí, esta ignorancia no debería servir de disculpa, para luego banalizar la falta de perspectiva histórica. Ya que esta ignorancia fue la que utilizó Hitler para crear a las juventudes hitlerianas. Lo que supuso para la sociedad alemana la implantación de una idea como la que motivó la creación de un engendro ideológico como lo fueron dichas juventudes. La idea estaba clara: educar a los más jóvenes para que asumieran que eran una raza superior llamada a dominar el mundo conocido, sin importarles el precio que dicha dominación pudiera acarrear a quienes luego lo sufrieran. Todo tenía que funcionar a la perfección y, para ello, se asignaron los roles, se prepararon las estrategias y, de paso, se aniquilaba cualquier oposición que la idea engendrada por los ideólogos del partido nacionalsocialista pudiera encontrarse en el camino.
Pero ya no estamos hablando de seducción juvenil, sino de adoctrinamiento en las aulas de nuestros hijos y en el patio de juego. Ya no es una cuestión de señalar al más débil, sino al que piensa diferente. Pero no solo se busca la diferencia de pensamiento ideológico, también la religiosa, vía identitaria del conservadurismo judeocristiano. De esta manera, el globalismo pretende marcar al diferente, al extraño que no comulga con la visión del líder totalitario.
Tal vez ha llegado la hora de crear una biblioteca clandestina, antes de que los bomberos de Farenheitt 451 nos hagan una visita. La libertad de expresión se encuentra en serio peligro por ese ministerio de la verdad que se ha generado en las sombras y que intenta desprestigiar a todo aquel que no sigue la línea oficialista. Vivimos tiempos peligrosos, llenos de apariencias, de dudas y miedos. Cabalgamos hacia un nuevo Telón de Acero, hacia una nueva Guerra Fría, un nuevo desahucio de la libertad. Ese silencio que nos ensombrece, es el mismo que dio paso a la formación dictatorial del nacionalsocialismo en Alemania, ese silencio del miedo, esa pasividad barbaria e indolente, carcome por dentro las entrañas de la verdad.
Podría recurrir a las palabras de Jesús en el libro de Mateo y las del profeta Jeremías en las Sagradas Escrituras que bien vienen al caso:
Mateo 13:13. “Por eso les hablo en parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden”. Jeremías 5:21. “Oíd ahora esto, pueblo necio e insensible, que tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen”
El mito de la Caverna de Platón, plantea esa disyuntiva de permanecer por un lado en la ignorancia en el interior de la cueva, o escapar y salir hacia la luz de la sabiduría para abrazar el ámbito de las Ideas en mayúscula, y con ellas la realidad. Calderón de la Barca contará lo mismo en La vida es sueño. Segismundo, el protagonista del drama, encerrado desde su nacimiento en otra cueva y envidioso del libre fluir de las aves, de los brutos, de los arroyos y de los peces, desgrana su celebérrimo monólogo: «¡Ay, mísero de mí, ay, infelice!… ¿Y teniendo yo más alma tengo menos libertad?».
¿Es posible parar la globalización, ese jinete del apocalipsis?, tal vez no, pero podemos dar guerra, plantar cara, sacar los cuchillos, la pluma y la verborrea para nada baladí, de los que creemos que la libertad bien merece la pena defenderla.