Luis Arce Catacora es, sin la menor duda, un pésimo economista. Pues durante su gestión como ministro de economía se realizó el mayor nivel de despilfarro en la historia de Bolivia. Incluso, cuando el 2016 habló de la necesidad de ajustarse los cinturones, el ahora presidente incrementó el presupuesto cada año de manera acelerada, usó indiscriminadamente las reservas internacionales del BCB, forzó la bolivianización de la economía y el sistema bancario y financiero con crédito artificialmente barato, y acrecentó la deuda pública externa y el déficit fiscal a ritmos récord.
El desastre es tan grande que en el último reporte del Banco Central de Bolivia las Reservas en divisas sólo alcanzan a $1.223 millones. Asimismo, el hecho de que los bonos bolivianos tengan una calificación de B los coloca en la categoría de Bonos Basura. Por ende, la tasa de emisión es alta. En términos simples: no somos confiables, y tenemos que pagar mucho interés para que nos presten dólares.
Ahora mismo, el presidente boliviano se debate entre realizar reformas estructurales de fondo ―entre ellas, reducir el gasto público, cerrar las empresas deficitarias y despedir a miles de burócratas―, o continuar inflando su ya desgastado modelo para, de esa forma, mantener contento a Evo
Por eso, no debería extrañarnos que, mientras Evo Morales apoya a Vladimir Putin, el gobierno nacional haya asumido la patética postura de la abstención en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). La estrategia buscaba quedar bien con el jefazo y, al mismo tiempo, con las organizaciones internacionales ―a las cuales Arce Catacora tendrá que recurrir en busca de un salvavidas financiero―.
Empero, como en política internacional no existe la neutralidad, lo que hizo Bolivia fue avalar al agresor. Por tanto, se incrementaron las dificultades para conseguir financiamiento.
A todo lo anterior debemos agregarle otro factor agravante: la crisis energética.
A comienzos de año, antes de la guerra, la inflación en EE. UU. había alcanzado picos históricos (7%). El precio de la gasolina fue uno de los indicadores que despertó las alarmas en la población estadounidense. Como era de esperarse, la invasión sobre Ucrania, y el posterior veto al petróleo ruso, causó una mayor subida del precio de los hidrocarburos (el barril de crudo gira alrededor de $130).
Al respecto, Álvaro Ríos, analista en temas de energía y exministro de hidrocarburos, expresó lo siguiente:
Cada día que el crudo sube un dólar es más negativo que positivo para el país. No olvidemos que estamos importando cerca del 65% del diésel y cerca del 40% de la gasolina que demanda el país. Se va a producir un desbalance de lo que llamamos el abastecimiento de crudo de acuerdo con los tipos de refinerías. Esto va a traer consecuencias. Todos pensábamos que el problema iba a ser de más corto plazo, pero todo indica que se está extendiendo.
Incluso, el presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), Armin Dorgathen, admitió que las importaciones de combustibles líquidos se iban a incrementar a medida que el conflicto siga vigente.
Debemos recordar que el Presupuesto General del Estado para el año 2022, tiene como supuestos, un precio promedio de $50,47 y un monto para la subvención de combustibles es de $700 millones. Por lo tanto, el actual precio del petróleo incrementará los costos de importación a, prácticamente, el doble. Además, pone en jaque el subsidio a la gasolina.
A modo de cierre, es innegable que el conflicto bélico tiene efectos sobre la económica boliviana. Sin embargo, el mayor causante de nuestros problemas es el Modelo Económico, Social, Comunitario y Productivo que el Movimiento Al Socialismo aplicó en el país desde el año 2006.
¡Dueles Bolivia!