En la contienda geopolítica y diplomática que se está desarrollando actualmente en Ucrania y que podría alcanzar niveles bélicos (al fin y al cabo, la guerra no es sino la continuación de la política pero por medios violentos), hay muchas cosas en juego. Ya hemos hablado de “Kievan Rus” y las históricas pretensiones geográficas del Imperio Moscovita en sus guerras interminables contra sus vecinos. También dijimos algo sobre la “Crisis de los Misiles” en 1962, situación similar a la actual y que motivó una alerta roja en el mundo entero por la confrontación que parecía inminente entre las dos superpotencias nucleares de entonces (y que siguen siéndolo hoy). Incluso hemos expresado algunas palabras respecto a la situación socio-cultural de Rusia y EEUU, las dos naciones que están por cruzar sus espadas en esta lidia que parece más próxima que nunca. La primera de ellas ha pasado por el bolchevismo y actualmente vive un renacer patriótico con su líder Vladimir Putin, sustentado en valores tradicionales, en la cultura católica bizantina (mal llamada “ortodoxa”) y en la reivindicación del pasado heroico del pueblo ruso, sin importar los períodos históricos. La segunda, en contrapartida, se ha convertido en el paraíso del “Robocop Gay”, el “aborto” y la “ideología de género”, titeretada por mega corporaciones tecnocráticas que, por medio de sus dineros, cabildeos y poderosas oenegés, se han convertido en el verdadero “Estado Profundo” que maneja a Washington D.C., en donde el Presidente Joe Biden es el hazmerreír del mundo entero.
Ambos países mueven sus fichas en el tablero, los yanquis con la OTAN y los rusos con sus aliados tradicionales en Irán, Bielorrusia y especialmente la República Popular China (que tiene los cuchillos afilados para caer sobre Taiwán y lo dicen sin disimulo). En cualquier caso, sí se diera un “choque bélico” en Ucrania, sería de magnitudes bastante mayores a las que se han visto recientemente. Dado así el asunto, una vez más, son dos modelos de civilización los que chocarán, antagónicos el uno respecto al otro. Esto lo saben los países europeos y están cruzando los dedos para que no estalle la guerra, porque una vez más, será el “Viejo Mundo” el que cargará con los platos rotos. De hecho que ahora mismo, esto se hace sentir en los bolsillos, no solo de los europeos sino también del resto de las naciones en el orbe, con la suba imparable de los precios del petróleo.
Esto nos abre camino a poder hablar de un par de temas que hemos postergado pero que también forma parte de todo el tejemaneje en torno al asunto de Ucrania. El asunto del “petrodólar” y la inflación estadounidense.
Cuando el mundo industrializado empezó a hacerse cada vez más dependiente del petróleo (y el gas natural, por supuesto), allá por finales de los 1960s y principios de los 1970s se empezó a hablar del llamado “petrodólar”. Los principales países productores de crudo empezaron a hacer pingües ganancias con sus exportaciones, tantas que literalmente, no sabían cómo hacer para conseguir una estabilidad monetaria. ¿Imprimir billetes, recurrir al trueque, crear una moneda mundial para el petróleo y el gas natural? Se eligió a esta última opción como solución y así surgió el “petrodólar”, que por lo demás, era la evolución natural del proyecto de “divisa internacional estándar” que fue delineado, entre otros, por John M. Keynes, el economista y sodomita inglés (valga el pleonasmo).
Así, fue la Reserva Federal de los EEUU, esa enigmática organización público-privada, la que se encargó de emitir los billetes que serían la moneda-patrón de curso internacional para la compra-venta del crudo en el mundo. El dólar estadounidense, pues, se transformó en “petrodólar” y fue expandiéndose más y más en la economía planetaria. Esto, por supuesto, tenía sus ventajas: los préstamos usurarios de las bancas cosmopolitas se hacen en dólares estadounidenses y los yanquis pueden controlar con mucha más facilidad el comercio global con el famoso “privilegio exorbitante” que surgió con el Acuerdo de Bretton Woods y que era denunciado, entre otros, por el General Charles de Gaulle. Pero en contrapartida, los EEUU se vuelven absolutamente dependientes de este “privilegio exorbitante” y que se mantenga es casi obligatorio para ellos, no sea que aparezcan otros países que dejen de usar el “dólar estadounidense” para sus transacciones petrolíferas (o de otras índoles) y se genere una espiral inflacionaria de consecuencias funestas para la economía de la “Unión Norteamericana” a causa del “exceso de dólares” que quedarían colgados en el éter.
¿Qué pasaría, por ejemplo, con un país que intenta tener una política monetaria soberana y le hace un “corte de mangas” al dólar estadounidense, pretendiendo comerciar a nivel internacional con su propia moneda?
Fácil. La prensa yanqui se encargará de decir que en ese país gobierna un “tirano loco” que posee “armas de destrucción masiva” y que quiere “conquistar al mundo”. Rápidamente le lloverán las “bombas de la democracia liberal” y ya. Ejemplos de estos hay varios y coincidentemente, todos ellos son en países exportadores de petróleo o que tienen mucho predicamento en la geopolítica del crudo. Claro que esto no ocurre con todas las naciones: Estados Unidos solamente gana en guerras contra Somalia o El Salvador, pero cuando le toca un rival medianamente peligroso como Vietnam, Afganistán o la misma Cuba (en tiempos de la URSS, véase “Bahía de Cochinos”), allí no hay película de Hollywood que les salve y salen, generalmente, con la bayoneta ensartada en el… Ya saben. Por eso, aunque Ud. no lo crea, el “ejército más grande y poderoso del mundo” necesita de la OTAN, ya sea por la moral de las tropas o por la pequeña pero valiosa contribución que todas las demás naciones que conforman esa organización le brindan.
Entonces, el “dólar estadounidense” necesita ser exportado al mundo entero como un papelito sumamente tóxico para la economía de su propio país. Con “Bretton Woods y el petrodólar”, ya no hay marcha atrás para Washington D.C. Es “patear para adelante con eso” o que la economía del país se vea envuelta en una mega espiral inflacionaria que haría que Venezuela y Argentina parezcan un cuento de hadas. Y sí se puede encontrar, por el camino, a algún país “impertinente” que merezca ser arrasado con los bombazos del “complejo-militar-industrial” para que luego se lo reconstruya “generosamente” con inyecciones de billones y billones de billetes usurarios, pues enhorabuena, más “dólares estadounidenses” envenenados que son exportados por la Reserva Federal. ¡Sí, señores! ¡Así de vampírica y estólida es la economía mundial bajo el mando de esos párvulos yanquis!
Ahora, atentos. Rusia reapareció. Ese país inmenso con las más grandes reservas petrolíferas y de gas natural del planeta. Y a los moscovitas, armados hasta los dientes y con un arsenal nuclear para desaparecer al mundo varias veces, no se los puede estar asustando y arrasando de igual manera que a otras naciones como el Irak de Saddam o la Libia de Gadafi. Para colmo de males, a Vladimir Putin se le da la gana de ser (como corresponde a todo buen gobernante) un nacionalista convencido que se encarga de construir gasoductos y oleoductos hacia todos sus países vecinos para mejorar sus relaciones con ellos por medio del sano comercio. Y peor todavía, Rusia no tiene problemas en intercambiar con los países que le compran su petróleo y su gas en las monedas de los involucrados y no en dólares estadounidenses. ¡La tiranía de Putin no tiene límites para los yanquis!
Pero todavía hay más. Rusia y la Unión Europea tienen un viejo proyecto llamado “Nordstream”, un gasoducto que conecta directamente a las tierras moscovitas con Alemania. Se tenía proyectado que en los años 2021 – 2022 debía inaugurarse la segunda línea de “Nordstream”, con lo que se abastecería de gas natural (y otros productos derivados del petróleo) a toda Europa. Esto, en resumidas cuentas, haría que todo el “Viejo Mundo” se convierta en plenamente dependiente del crudo ruso, lo que cambiaría de manera radical la situación actual, en la que los países europeos adquieren su petróleo y gas natural de EEUU y el Mar del Norte (o sea, Inglaterra y sus aliados). Obviamente que con toda la crisis que se desató por Ucrania, la cotización de los productos petrolíferos está por las nubes. No es coincidencia. Ante la inminente amenaza de conflicto bélico, los países involucrados directamente empiezan a regatear y alzar precios, pues los tanques y aviones militares se mueven con petróleo. ¿Quién se favorece, de momento, con todo esto? Estados Unidos, que aprovecha su “privilegio exorbitante” para exportar su inflación en forma de petrodólares. Pregunten al gobierno del Presidente Joe Biden sí la crisis de Ucrania no le viene como anillo al dedo para intentar “controlar” a la dura inflación que afecta a su país hace varios meses.
Aquí tenemos un poderosísimo motivo económico para la guerra. EEUU (e Inglaterra) seguirán contando, por supuesto, con sus copiosas fuentes de crudo. Pero habrán perdido el “mercado cautivo” que tenían subyugado en el “Viejo Mundo” y peor aún, podría darse que Rusia y la Unión Europea decidan comerciar en rublos y euros, dejando de lado al dólar estadounidense. Entonces, ¿la guerra sería por petróleo y gas natural? No, no es por “poseer esos recursos” sino por “manejar el mercado mundial de esos recursos”, incluyendo a la misma moneda de intercambio. Porque no se trata, muchas veces, de “tener” sino de “imponer lo que yo tengo” e “impedir que los otros exploten lo que ellos tienen”.
¿Ejemplo sencillo y bien paraguayo? La Guerra de la Triple Alianza. Inglaterra quería la destrucción de los “Gobiernos Nacionalistas” del Paraguay por varios motivos. Uno de ellos era el algodón (“oro blanco” de la época, como hoy el petróleo es “oro negro”). ¿Pero faltaban a los británicos fuentes de aprovisionamiento de algodón? Claro que no, las tenían en su inmenso Imperio destructor (ahí está el error de la tesis marxista, obviamente porque los zurdos nada saben de economía). Lo que ellos no querían era que aparezca una nación que les dispute su “dominio del mercado” del algodón industrializado, especialmente en una zona que era completamente “cautiva” para los productos ingleses, como el Río de la Plata. Ese fue uno de los “errores imperdonables” de la supuesta “tiranía” de los López: querer industrializar su algodón y exportarlo, compitiendo contra las manufacturas británicas. Obvio que los anglosajones jamás lo admitirán y no les faltan tanto escribas a tarifa como vasallos gratuitos que se encargarán de difundir cuánta fumistería haya para negarlo.
No obstante, para los EEUU, la cosa es todavía más grave. No está solamente en juego el “dominio del mercado” sino su propia inflación en forma de petrodólar. Es por eso que los yanquis “quieren la guerra y la quieren ya”. Por eso es que ven “fantasmas por todos lados” y su maquinaria propagandística, día y noche, insiste con supuestos “ataques inminentes” que no se dan. ¿La profecía auto-cumplida? No podemos negar ni afirmar en ese sentido, pues aunque son los EEUU y sus aliados de la OTAN quienes buscan acorralar geopolítica y económicamente a Rusia (por ende, son ellos los agresores en este momento), tampoco se puede decir que el Gobierno de Putin tomará una postura estrictamente pacifista. Ucrania, literalmente, es el “patio trasero histórico” de los rusos y a pesar de que estos no quieren la guerra (al igual que las demás naciones europeas), cuando el tamborín de la batalla suena y retumba, los grandes imperios, tarde o temprano, estrellan sus lanzas y escudos para ver quién la tiene más… Ya saben.