El orden internacional únicamente está asegurado cuando las grandes potencias garantizan la provisión de bienes públicos a escala global. América todavía es la superpotencia hegemónica que provee los bienes públicos claves del actual orden.
Estados Unidos observó el desafío a su hegemonía económica y tecnológica del ascendente Japón al mismo tiempo que se recrudecía la primera Guerra Fría contra el poder soviético. Ese doble desafío signó las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado. Pero el poder soviético colapsó bajo el peso del socialismo, un sistema económico inviable a largo plazo.
Japón vio su propia posición desafiada por competidores económicos y tecnológicos ascendentes como Corea del Sur y China, mientras su veloz crecimiento chocó con una profunda depresión tras la que se reanudó a un ritmo notablemente más lento. Finalmente, desde la última década del siglo XX, América recuperó el liderazgo tecnológico con la economía digital que surgió del Internet.
Así, la hegemonía de los Estados Unidos iniciada tras la segunda guerra mundial se extendió a un siglo XXI en el que inicialmente fue la única superpotencia.
Gústenos o no, la hegemonía americana provee bienes públicos internacionales vitales para todo el mundo, mismos que son pagados únicamente por los contribuyentes americanos. Por ejemplo:
- Las flotas de portaaviones y submarinos nucleares americanos garantizan la libertad de los mares y el suministro mundial de petróleo.
- El paraguas nuclear americano protege a estados miembros y no miembros de la OTAN.
- El sistema de satélites de posicionamiento global beneficia al mundo entero, pero fue pagado por los contribuyentes americanos.
- Los Estados Unidos serán un refugio seguro para el capital y un prestamista de última instancia mientras el dólar sea la divisa dominante en el comercio internacional mundial.
- Internet se inició en América y el sistema de direcciones IP sigue dependiendo de Washington.
Pero la hegemonía americana es desafiada en una nueva guerra fría por el ascendente imperialismo totalitario de la nueva China. Se trata del mayor desafío que América ha enfrentado como poder hegemónico.
Tras el colapso del poder soviético, el Partido Comunista chino se planteó seriamente el problema de crear una economía más eficiente que la soviética sin comprometer su control totalitario. Con Deng Xiaoping, China adoptó una limitada y controlada reforma económica, paradójicamente similar a la economía nacionalsocialista alemana. Como esperaba Deng, la economía China se hizo más robusta que la de la Unión Soviética y su ejército es mucho más fuerte que el de Japón en la década de 1980.
Con Xi Jinping, Beijing adoptó un imperialismo agresivo que ideológicamente asocia el poder totalitario del Partido Comunista con el nuevo éxito económico, pero también asocia al modelo y a la persona de XI con la historia y leyenda de una antigua China imperial que se veía a sí misma como el centro del mundo.
Xi propugna un Consenso de Beijing que atribuye al autoritarismo una estabilidad con veloz crecimiento económico, grandes corporaciones privadas estrechamente asociadas al partido único, una creciente clase media con poder adquisitivo y una excelencia tecnológica bajo auspicios autoritarios copiados de los viejos tecnócratas americanos.
Los éxitos de Beijing lo han hecho un modelo atractivo para los sistemas autoritarios de todo el mundo, desde Asia y África hasta Europa del Este. La influencia china sobre diversos autoritarismos y sobre la izquierda occidental son su creciente poder blando apoyado en una economía cuyo peso en el comercio internacional es muchísimo mayor que el que tuvo la Unión Soviética.
Pero China todavía depende de los bienes públicos internacionales que provee la hegemonía americana. Beijing se aferra desesperadamente a las ventajas de las naciones subdesarrolladas en las reglas del comercio internacional; esto pese a ser ya la segunda economía del planeta y proyectar su poder globalmente como superpotencia enfrentada a los Estados Unidos. El caso es que China actúa bajo un modelo de expansión imperial y no hegemónica. Por ello Beijing no quiere y no puede asumir los costos del papel internacional al que aspira. Por eso intenta ir hacia un nuevo orden más imperial que hegemónico.