La palabra “Patria” tiene un significado demasiado poderoso. Griegos y latinos dejaron escritos extensos sobre el amor y el culto a la nación. Viene a la mente la Ilíada Homérica, en donde Héctor, el Gran Capitán Troyano, se convierte en símbolo de patriotismo con sus discursos y su heroica muerte en combate al igual que la de su padre el Rey Príamo.
Pronto nos viene a la mente la famosa “Oda” del romano Horacio que lo resume todo: “Dulce et Decorum est Pro Patria Mori”. Por supuesto que los antiguos griegos y romanos entendían claramente la importancia de defender a la Patria, que requiere entre otras cosas, evitar que nos introduzcan “Caballos de Troya”. De allí que dicho episodio sea tan vívidamente recordado, de allí que la “Eneida” de Virgilio sea una continuación de lo ocurrido en los relatos de Homero.
De cualquier manera, todo eso sería mero arqueologismo sin la luz del Cristianismo. Uno de los más hermosos libros de las Sagradas Escrituras es el Segundo de los Macabeos. Allí, los patriotas hebreos encabezados por Judas Macabeo y sus hermanos luchan en contra de los Generales de Alejandro Magno para preservar las tradiciones, cultura y leyes de su Patria. Textualmente se lee en el capítulo 13: “Judas mandó a la tropa a que invocara al Señor día y noche, para que también en esta ocasión viniera en ayuda de los que estaban a punto de ser privados de la Ley, la Patria y el Templo Santo… Judas, dejando la decisión al Creador del Mundo, animó a sus hombres a combatir heroicamente hasta la muerte por las Leyes, el Templo, la Ciudad, la Patria y sus Instituciones…”. Emociona hasta las lágrimas saber que Judas y sus Hermanos Macabeos perecieron todos, sea en combate o traicionados por su propio pueblo, pero gracias a su martirio se logró preservar la dignidad de los hebreos así como el Culto en el Templo que prefiguraba al Eterno Sacrificio del Cordero.
Es bien sabido además que el Mesías, cuando habitó entre nosotros, alabó como a la mayor fe que jamás encontró en toda Judea, a la del Centurión Romano que servía a su Patria y que le pidió curar a su siervo. Esto quedó tan inmortalizado que en toda Santa Misa, parafraseamos al Guerrero de Roma antes de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo: “Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum: Sed tantum dic verbo et sanabitur anima mea”.
Para los Padres de la Iglesia (que es “Una, Santa, Católica y Apostólica”), el “Amor a la Patria” siempre formó parte de la virtud teologal que se define como “caridad”. Es lo que enseña el Magisterio y la Sagrada Tradición inspirada por el Espíritu Santo: “Deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio a la Patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad” (C.I.C. 2239).
Quien explica de excelente forma este asunto es el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, en su imbatible “Summa Theologica”. El patriotismo es una virtud que deriva de la piedad (Pietas) como parte de la Virtud Cardinal de la Justicia y la Virtud Teologal de la Caridad. Sus palabras son mucho mejores que las mías:
“De dos maneras se hace un hombre deudor de los demás: según la diversa excelencia de los mismos y según los diversos beneficios que de ellos ha recibido. En uno y otro supuesto, Dios ocupa el primer lugar no tan solo por ser excelentísimo, sino también por ser el primer principio de nuestra existencia y gobierno. Aunque de modo secundario, nuestros padres de quienes nacimos y la patria en que nos criamos son principio de nuestro ser y gobierno. De ahí que como pertenece a la religión dar culto a Dios, así, en un grado inferior, pertenece a la piedad darlo a los padres y a la patria. Mas en el culto a los padres se incluye el de todos los consanguíneos… Y en el culto a la patria va implícito el de los conciudadanos y el de todos los amigos de la patria. Por lo tanto, a estos principalmente se extiende la virtud de la piedad”. [S.T., II – II ae, Q: 101].
Para que no me digan “tradutore traditore”, voy a poner en latín la frase clave de Santo Tomás de Aquino: “In cultu autem patriae intelligitur cultus concivium, et omnium patriae amicorum”. Cultu Autem Patriae: Culto a la Patria.
¿Está cometiendo herejía y cayendo en protestantismo el Doctor Angélico? No. Porque como él mismo lo explica, Dios ocupa el primer lugar pero somos, de manera secundaria, deudores de nuestros padres y nuestra patria. Así se entiende más adecuadamente lo que enseña el Catecismo. El Amor o Culto a la Patria es una virtud piadosa y caritativa porque es la forma en que rendimos tributo a quienes nos han legado lo poco o mucho que tenemos como República, pues recibimos muchos de nosotros el bautismo y la fe de nuestros padres, así como la heredad, historia y cultura (cultus) de nuestra nación. Aquí quiero agregar las palabras de mi amigo Didier Allende quien alguna vez dijo: “Lo Superior es mejor que lo inferior, pero lo Superior con lo inferior es mejor”, lo cual refleja una prístina lógica aristotélica.
Por esa razón, algunos utilizan con sano orgullo el lema “Dios, Patria y Familia”, al mejor estilo de los Centuriones Romanos y que en resumidas cuentas, es lo que Santo Tomás de Aquino enseña en su Suma de Teología. Desde luego que es deber de los ciudadanos ser vigilantes para que dicho eslogan sea más que simples palabras bonitas y es obligación de los gobernantes que todo ello trascienda a los meros discursos, pues “fe sin obras es fe muerta”.
En los tiempos en que vivimos, no escasean los que se rasgan las vestiduras cuando se habla del Cultu Autem Patriae. Apelan a los más increíbles argumentos para desprestigiar a algo que es tan sano y natural como piadoso y divino. Son los “Caballos de Troya”, que siempre han existido y seguirán existiendo: por una parte, tenemos a los sirvientes de las potestades de este mundo, los esbirros de la tecnocracia progre y capitalista que tildan de “fascismo” a cualquier postura política que ponga a los intereses nacionales por encima de la corporatocracia globalista mientras consumen sus productos color arcoíris; por la otra, aparecen los fariseos hipócritas que dicen “gracias porque no soy como ese publicano” mientras se abstraen del deber piadoso que implica servir y rendir el debido Cultu Autem Patriae, o en un caso todavía peor, buscan que otros se alejen de dicha noble tarea por fines personalísimos y egocéntricos. Es sumamente gracioso, pero hasta parece que en este sentido, los unos y los otros tienen un discurso muy similar.
Hemos empezado este artículo con una alusión directa a Judas Macabeo y sus hermanos, quienes perecieron para salvaguardar al Templo de Dios y en defensa del Cultu Autem Patriae. Con sus propias vidas, ellos hicieron realidad lo de “Dulce et Decorum est Pro Patria Mori”. No obstante, en 1517, los enemigos de la Doctrina Verdadera se encargaron de eliminar a los libros de los Macabeos de las Sagradas Escrituras, mientras que los que debían ser principales apologistas del sacrificio de Judas Macabeo y sus hermanos, prefirieron tomar la postura farisaica y ciega de “gracias porque no soy como ese publicano”. ¡La historia se repite, siempre! ¡Hoy mismo, por diferentes mecanismos, quieren que el Cultu Autem Patriae desaparezca!
Pero bueno, seamos piadosos con los que no son piadosos. Es lo que corresponde, así quizás abran los ojos. Y honremos sanamente a aquellos héroes quienes nos han legado esta Patria que defender y amar, con la fe del Centurión Romano. Porque admirar a los Héctor y Príamo de nuestras propias tragedias no es incompatible con adorar a Dios por encima de todo. Es lo que enseña el inspirado Dr. Angélico y yo le creo. Y especialmente, seamos vigilantes para que los “Caballos de Troya” no nos sorprendan con sus traidoras intenciones. Porque siempre han existido y seguirán existiendo.