Peculiarmente grave era la situación del Paraguay en las vísperas del 23 de octubre de 1931. La moral de país se encontraba destartalada, en el piso. Veníamos de derrotas en derrotas en terreno diplomático y militar contra los bolivianos.
Entiéndase, desde el final de la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (1864 – 1870), Bolivia intensificó sus aspiraciones respecto al territorio chaqueño. Protestó contra el Laudo del Presidente Hayes en EEUU y llevó a cabo varias expediciones dentro del “Gran Chaco”. Una de ellas terminaría estableciendo, cerca de la Bahía Negra, el llamado “Puerto Pacheco” que fue nacionalizado por Bolivia, en contra de los tratados diplomáticos de amistad y libre comercio que ambas naciones habían firmado.
La Guerra del Chaco podía haber empezado ya entonces, pues el 12 de octubre de 1888 el Presidente Gral. Patricio Escobar (ANR) envía en el Buque Pirapó a una compañía de soldados que desalojan por la fuerza a los ocupantes bolivianos que pretendían hacerse de territorio paraguayo en el “Puerto Pacheco”. Se reportaron un par de muertos y heridos así como decenas de prisioneros. Los Gobiernos de Bolivia elevaron intensas notas de protesta y amenazas de guerra contra el Paraguay, pero no pudieron cumplirlas porque tenían que vérselas nada más y nada menos que contra Brasil en la llamada “Guerra del Acre”, problema que se les estaba intensificando y saliendo de todo control. Aparte que las heridas por la derrota en la “Guerra del Pacífico” eran aun recientes, aunque Paraguay también mostró que como viejo león no perdió las garras a pesar de que solo habían transcurrido 18 años desde la Guerra de la Triple Alianza.
Diplomáticos paraguayos y bolivianos firmaron una serie de acuerdos entre 1888 – 1906, ninguno de ellos fue aprobado y ratificado por los respectivos Congresos Nacionales. Sin embargo, un cambio notable se produjo en 1907 con el Tratado firmado por Eusebio Ayala (Paraguay) y Adolfo Soler (Bolivia) en el que se aceptó un “status quo” por el cual se sometería a arbitraje todo lo que quedara al norte del paralelo 20° 30’ y entre los meridianos 61° 30’ a 62°.
Es decir, Paraguay aceptaba renunciar a su antigua frontera histórica y arcifinia, su pretensión más firme según todos los estudios hechos sobre la materia…
El Río Parapití dejaba de ser paraguayo…
De todas maneras, el arbitraje nunca se llevó a cabo. Bolivia siguió avanzando sobre territorio del Paraguay, fundando fortines y puestos militares. La situación se hacía cada vez más apremiante. Mientras los Gobiernos del Partido Liberal, enfrascados en revoluciones internas y cuartelazos desde que asumieron el poder en 1904, dejaban como asunto totalmente secundario la situación en el Gran Chaco. Solamente en la Guerra Civil de 1921 – 1922, la más larga de nuestra historia pues duró 15 meses, Paraguay debió soportar la muerte de 10.000 hombres y 30.000 heridos entre leves y graves, si seguimos los datos del Coronel Luís Vittone. Mientras tanto, los bolivianos, a pesar de todas sus crisis internas, operaban unidos en su objetivo común que era avanzar sobre el territorio chaqueño que según sus planes geopolíticos, les daría acceso al Estuario del Río de la Plata.
¡Lejos estaban los días en que los soldados del Buque Pirapó se encargaban de desalojar a los prepotentes bolivianos! Para colmo de males, Paraguay sufriría humillaciones y derrotas angustiosas. Las más famosas se dieron en tiempos de un brillante Presidente de Bolivia (nobleza obliga reconocerlo) llamado Hernando Siles Reyes, quien gobernó su país en 1926 – 1930.
Los bolivianos aprovecharon la indefensión total que existía en el territorio chaqueño del Paraguay en ese tiempo para llevar a cabo una emboscada en la zona del llamado “Fortín Sorpresa” que habían establecido. El Teniente Adolfo Rojas Silva y su patrulla, inocentemente, cayeron en la trampa tendida y fueron muertos, convirtiéndose en los primeros mártires paraguayos de la contienda el 25 de febrero de 1927.
Cuando esta noticia llegó a oídos del pueblo paraguayo, una oleada de indignación se desató. Sin embargo, el Gobierno que estaba Presidido por Don Eligio Ayala prefirió echar paños fríos al asunto, culpando al mismo Teniente Rojas Silva de su muerte en una emboscada. ¡Es que había otros problemas que atender, como masacrar a los “hacheros” paraguayos que se manifestaban en Puerto Pinasco! Pero esa es otra historia.
Por toda respuesta, el Mayor Rafael Franco ordenó una represalia que terminó con el incidente del Fortín Vanguardia el 5 de diciembre de 1928, mucho tiempo después de la muerte de Rojas Silva. A pesar de la valentía personal de “León Kare”, fue un error: el Presidente Hernando Siles Reyes ordenó a los bolivianos que lancen un contraataque días después, recuperando la posición de Vanguardia y arrasando con los puestos paraguayos en los fortines Mariscal López, Boquerón y Rojas Silva (que se había fundado recientemente en homenaje al infortunado caído). Era el 14 de diciembre de 1928. En estas acciones murió el valiente Capitán Aparicio Figari junto a su pelotón entero, unos 20 paraguayos fallecidos en total y cerca de 20 prisioneros. Bolivia casi no sufrió bajas, salvo los que fueron capturados por Franco en Vanguardia, alrededor de 30 hombres, algunos de ellos heridos pero ningún fallecido (uno moriría por su herida infectada semanas después).
Mientras el Gobierno Paraguayo atinaba a reaccionar, Don Hernando Siles Reyes ya había denunciado al mundo entero que Paraguay había agredido alevosamente a Bolivia en el Fortín Vanguardia y que su país debió tomar represalias ante tan inaudito y escandaloso evento. Pocos saben, además, que la Fuerza Aérea Boliviana llevó a cabo en esos días de contraofensiva, a la entrada de sol del 14 de diciembre de 1928, el primer bombardeo táctico de la historia de Bolivia sobre las posiciones paraguayas en Bahía Negra. Fue largamente inefectivo este ataque, causando un solo herido leve. Pero la impresión psicológica y el impacto en la moral de los paraguayos fueron muy duros. El país no estaba listo para pelear contra Bolivia, era lo que concluyeron los altos mandos de entonces en Asunción.
Paraguay fue completamente humillado. No solo sufrió terribles pérdidas sino que reconoció a nivel internacional su culpabilidad por los incidentes. Como sanción tuvo que devolver a los prisioneros bolivianos y reconstruir el Fortín Vanguardia. Rafael Franco, quien había arrasado con dicha posición militar, fue dado de baja deshonrosa del Ejército Paraguayo y Bolivia, por su parte, poco o nada debió hacer a cambio. ¡Fue una completa victoria del Presidente Hernando Siles Reyes sobre sus homólogos en Asunción!
Todo esto fue el caldo de cultivo que motivó la manifestación de los estudiantes paraguayos el 23 de octubre de 1931. El Gobierno Liberal de entonces difundió una sarta de mentiras propagandísticas respecto al tema, pero lo cierto y concreto es que la sangre de los soldados del Teniente Rojas Silva y el Capitán Figari clamaba por venganza. Anselmo Jover Peralta y Natalicio González fueron la voz cantante que despertó el ardor patriótico en la juventud del Colegio Nacional de la Capital y las demás instituciones educativas que estaban en las proximidades.
El Jefe de la Policía, Coronel Arturo Bray, se mostró pasivo con la protesta y dejó que los manifestantes avancen hasta el Palacio de López. Allí se encontraba el Presidente de la República, José Patricio Guggiari. Los estudiantes pidieron hablar personalmente con él. El Mandatario Liberal se rehusó, creyendo que todo era una trampa de los opositores de la ANR para derrocarlo del poder. Los gritos de los estudiantes se enardecían cada vez más: “Morir por la Patria, Morir por la Patria” gritaban, recordando la frase atribuida al Mariscal Presidente Don Francisco Solano López Carrillo antes de su inmolación, un hombre que se hallaba a años luz por encima de los gobernantes paraguayos de entonces, en lo que a patriotismo refiere.
Luego, los relatos son confusos. La multitud se enfervorecía. Los gritos de “Traidores, Vendepatria” crecían cada vez más. Hay un tumulto y los manifestantes rompen los cordones policiales. Algunos dicen que apareció el Presidente Guggiari en el balcón del Palacio de López pidiendo calma a la multitud y a los guardias presidenciales. Pero por toda respuesta, empezaron a escucharse ametralladoras crepitar desde la sede de gobierno. Un griterío como de espanto se esparció en el tumulto. Las balas del Ejército Paraguayo caían sobre los estudiantes que pedían la defensa del Gran Chaco. ¡Una tragedia como solo puede verse en nuestro país!
Cuando Guggiari, a grito partido, pidió el cese al fuego, una docena de muertos y una treintena de heridos (Jover Peralta entre estos) fue el saldo de la luctuosa jornada. Los oficiales designados para la Escolta Presidencial en ese día fueron el Teniente José Félix López, el Teniente Norberto Jara Román y el Edecán Mayor Eduardo Vargas. Mucho se ha especulado sobre quién dio la orden de hacer fuego sobre la multitud pues se supo que no vino del Presidente Guggiari, todo sea dicho.
Se descubrió tiempo después gracias a una investigación realizada por el historiador liberal Efraín Cardozo en su obra “23 de octubre”, páginas 331 – 332, que la autorización de disparar sobre los manifestantes vino por escrito del Capitán José Bozzano, entonces Jefe del Departamento de Marina y encargado de la Guardia Presidencial, quien redactó al Teniente Jara Román: “Ud. no permitirá que nadie se acerque al Palacio, estableciendo una guardia reforzada para no permitir el acceso al mismo, estableciendo tiradores donde Ud. crea conveniente… Si la persona de S.E. el Sr. Presidente pudiera estar en peligro… Ud. puede ordenar hacer fuego en contra la masa con el fin único de atemorizarla y aún repeler a viva fuerza los ataques”.
A pesar de la tragedia acaecida, el 23 de octubre de 1931 es un episodio de gloria y esperanza. Los jóvenes del Paraguay estaban dispuestos al máximo sacrificio en defensa de la Patria, su Honor y su Heredad.
Los Estudiantes del Colegio Nacional de la Capital y también sus acompañantes del Colegio San José, Internacional y Presidente Franco (Escuela de Comercio), nunca deben olvidar la heroica hazaña de sus antecesores, quienes pusieron los pechos como murallas ante el “enemigo interno” que permitía que Bolivia se saliera con la suya en el Gran Chaco. Ellos pidieron “Morir por la Patria” y con su juvenil ejemplo, enseñaron el camino para que otros miles hicieran lo propio y gracias a ese sublime sacrificio, en 1932 – 1935 el pueblo paraguayo se cobraría su venganza y recuperaría victoriosamente el terreno perdido por el avance boliviano.