El modelo elegido
Por un momento, Eduardo Berizzo fue el hidalgo caballero de Asunción, defendiendo un modelo de juego del que poco sabemos aún en sus fundamentos más importantes, pero que vemos a muchos equipos de elite desplegarlo a sus anchas, con múltiples matices.
Esa forma de jugar que propugna tomar control del juego a partir de la posesión del balón es la fase final de un proceso de largo alcance que alguna vez se debería llevar a cabo en nuestro país: la formación técnica, táctica y cognitiva para el juego colectivo. Este proceso implica una metodología diferente a la que impera en nuestro país, en tanto al entrenamiento, y específicamente en las etapas de formación; también necesita de mejores campos para los entrenamientos desde las fuerzas básicas. Claro, requiere además de entrenadores capacitados en las nuevas metodologías, y con mejor nivel intelectual para poder comunicar mejor.
Ese modelo de juego implica que los atletas desarrollen un alto nivel cognitivo e intelectual: vive de la toma de decisiones y de la comprensión del juego.
La revolución traicionada
Decíamos arriba de Berizzo que aconteció como una especie de Quijote luchando contra los molinos de viento de las viejas maneras del fútbol paraguayo. Su discurso, por sobre todo su discurso, se mostraba cada vez más férreo sobre la defensa del modelo de juego elegido, y en esa lucha hasta parecía encomiable su postura. Es verdad, se lo podía criticar desde la disidencia, pero su postura era clara y firme.
Bueno, aparentemente.
Porque lo que parecía imposible, sucedió: puso en cancha un equipo y una estrategia que era para todo menos para jugar a conservar el balón. Paraguay saltó al campo de juego con una confusión tremenda y con un descreimiento acerca de las indicaciones del entrenador porque por primera vez, y de manera adrede, la Albirroja saltó a no tener el balón.
El 1-4-4-1-1 de inicio, con Sánchez siendo el volante más adelantado dio buenas sensaciones de arranque, sobre todo para contener el ímpetu lógico del local en los primeros minutos. Pero, como es de esperarse, pasa el tiempo y había que hacer algo más que defender; Paraguay ahí quedó lejos de todo, sin posibilidad de asociarse y llegar en bloque al área rival.
La traición estuvo consumada: sin estar dispuestos para ello, la albirroja empezó a jugar directo. Desde luego, no dimos pie con bola, y no atacamos en toda la noche. Por consecuencia lógica, tampoco terminamos defendiendo porque la defensa también se ejerce extirpando el balón del control del rival.
Los goles cayeron al final pero pudieron llegar mucho antes. Y eso que Ecuador no hizo mucho para llevarse la victoria.
La revolución fue traicionada por su propio ideólogo.
La falta de jerarquía
¿A qué llamamos jerarquía? (Buen tema para un análisis aparte). Baste, por ahora, decir de la jerarquía que implica la calidad de las decisiones tomadas en el juego y la ejecución de las mismas. Es decir, un jugador posee jerarquía cuando es capaz de interpretar el juego y ofrecer las respuestas requeridas en forma correcta de acuerdo a cada situación.
Esa clase de jugadores cotiza en bolsa. Y juega en las ligas top del mundo. Paraguay carece de ellos hace demasiado tiempo, y eso se paga.
Y eso no se mejora con el cambio de entrenador. El espectador paraguayo tiene que alentar, acompañar el presente proceso aun sabiendo que la media del plantel es la ausencia de la jerarquía para jugar contra cualquiera de las selecciones de América.
La jerarquía se soluciona con un largo proceso de formación, como lo enunciamos más arriba.
Podríamos lograr una angustiosa clasificación, pero tenemos que ser conscientes de que no podremos jugar mejor con el perfil de atletas que hemos lanzado al mercado en los últimos 20 años. Aunque duela, hasta podría hacernos bien si pisamos la pelota, nos olvidamos de Catar, y empezamos a trabajar bien desde abajo para mejorar realmente la sustancia de nuestro fútbol.